31 mayo 2006

A la fuga (4)

-Soy Sandra, tu ligue de hace unas semanas. ¿Me abres?

Desde que escuchó a su madre por el telefonillo aquel domingo de palabras descarnadas no había vuelto a utilizarlo. El perverso aparato siempre parecía estar dispuesto a cogerlo por sorpresa. Acababa de darse una ducha tras su habitual carrera vespertina. Se había vestido con el pijama rojo bordado de personajes de dibujos para animarse a acostarse temprano. Pero el descenso impulsivo de su dedo sobre el abridor eliminó la posibilidad de cambiarse de ropa.

-Hola -disparó Sandra con precisión-, ¿aún me recuerdas?

Alberto se topó con unos ojos hinchados y la rigidez que la mandíbula imprimía a los ángulos de su mentón. Ella ni siquiera se había fijado en el pijama. No era la expresión que él esperaba encontrar, pero Sandra había aparecido en su vida de nuevo.

-Hola -ensayó tratando de esbozar una sonrisa afable-. Por supuesto que te recuerdo -añadió cauteloso-, de hecho te he recordado cada uno de estos días.
-¿Y por qué demonios no me has llamado? -masculló a quemarropa mientras mantenía los brazos cruzados sobre el pecho, con ambas piernas clavadas en el mármol del rellano.
-¡No tenía tu teléfono! -exhaló desesperado Alberto- Lo he estado buscando como un loco por toda la casa...
-He de reconocer que ese ha sido un buen intento -vocalizó con crueldad Sandra-, aunque los he visto mejores -remató con mecánico desdén.
-En serio, si no te he llamado es porque no tenía tu teléfono -replicó firme Alberto-. Ten por seguro que te hubiese llamado. ¡Sin dudarlo!
-Vamos, no creas que soy imbécil. Lo anoté en el margen del libro en tu mesilla de noche. ¡Justo en la página que estabas leyendo! -explicó Sandra con un ladrido histriónico.
-Que tenga un libro sobre la mesilla de noche, no quiere decir que lo lea -razonó Alberto con lenta tristeza-. Anda, pasa y hablemos con más calma.

Sandra lo miró con dureza un instante, aunque después decidió aceptar la invitación. Alberto la acompañó al salón y se sentó con los pies sobre los almohadones del sofá, abrazando con fuerza su rodilla derecha. Ella se sentó frente a él, en la esquina más alejada, imponiendo una distancia que dejaba muy a las claras que aquel encuentro no iba a seguir las mismas pautas que el primero.



-¡Eres un cabrón! ¿Crees que todas las chicas somos de usar y tirar? ¿Qué nos puedes echar un polvo y después desaparecer tan ricamente? ¿Por quién me has tomado, maldito cretino?
-Sandra, escúchame, por favor -suplicó Alberto compungido-. Te lo repito. No encontré tu teléfono -subrayó desesperado-. Quería volver a verte. Necesitaba volver a verte. Todas estas semanas no he hecho otra cosa más que pensar en ti...
-Aún en el supuesto de que no hubieses encontrado mi número de teléfono, cosa que no acabo de creerme -teorizó reticente Sandra-, te vi el fin de semana pasado -argumentó con la frialdad de un fiscal.
-¿Y por qué no me saludaste? -preguntó Alberto tratando de ganar tiempo.
-Porque parecías muy a gusto bailando sobre la barra del Corto, con aquella chica haciéndote carantoñas sin parar -respondió ella con una estocada que pretendía ser mortal.
-Pero si era una amiga. Tan solo eso. Estábamos un poco bebidos. Bailábamos para divertirnos. Nada más -protestó Alberto con el resquemor provocado por unas explicaciones que no estaba acostumbrado a ofrecer.
-Pues no es la impresión que me dio. Más bien, me confirmaste mi idea de que eres un ligón de fin de semana, un profesional de las aventuras de una noche -insistió ella con desprecio.
-Eso no es cierto, Sandra. Quizá te lo parezca, pero eres la primera mujer con la que he estado en dos años, te lo aseguro. Y para mí aquella fue una noche perfecta, inigualable -intentó Alberto con un susurro camino de la dulzura.
-Me cuesta mucho creerte. Lo que dices y lo que haces es muy contradictorio -pensó Sandra en voz alta mientras negaba con la cabeza-. No sé ni por qué he venido -exclamó mientras se levantaba del sofá.
-Espera, Sandra. No te marches -pidió Alberto-. Escucha. No es necesario que me creas. Tan solo dame el beneficio de la duda. Conóceme antes de juzgarme. Por favor... -imploró con el dolor contrayendo cada pliegue de su cara.

Sandra se quedó en silencio, meditando su próximo movimiento. El pulso de Alberto, excitado por una adrenalina que el miedo envalentonaba sin medida, golpeaba sus sienes con violencia. El tiempo goteaba ralentizado a través del frágil enlace que unía aquellas dos miradas recluidas en un aislamiento infranqueable.

-Está bien, me quedaré. Pero tendrás que explicarme unas cuantas cosas -amenazó Sandra volviéndose a sentar.

El reguero de horas y palabras que siguió a esa última frase restableció parte de la confianza que ella había olvidado. El musical sonido de alguna risa espontánea recortó el infinito espacio que los separaba al comienzo de la conversación. Se fueron acercando sin darse cuenta, sin querer. Hasta enlazarse las manos bajo un devenir de pensamientos y sueños que fluía sorteando obstáculos indefensos. A pesar de no contar con la soltura que el alcohol les había proporcionado en su primera cita, la ilusión de aquella cómoda sensación que aquella vez los acercó renacía tímida a través de la cada vez más escasa suspicacia.

-Había venido con la única intención de verte la cara, de convencerme de que eras un gilipollas. Pero ahora me doy cuenta de que tal vez estuviese equivocada -comenzó ella con un deje de tristeza.
-Bueno, no me juzgues todavía. Concédeme el tiempo necesario y te demostraré lo que soy en realidad -interrumpió Alberto con ternura-. ¡Aunque quizá descubras que lo que imaginabas tampoco era tan malo a mi lado! -terminó con una sonrisa socarrona.
-Y tampoco pensaba contarte esto, pero ahora quiero hacerlo -siguió Sandra mientras ignoraba esas palabras-. Alberto, estoy embarazada. De ti.


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30 mayo 2006

A la fuga (3)

La comida terminó con una abrupta despedida motivada por la tácita ligereza de las palabras pronunciadas por Alberto. Él se sintió aliviado al eludir la tediosa diatriba con la que era atormentado cada vez que se salía de tono.

Después de recoger la vajilla, se acomodó en una silla de plástico blanco que parecía castigada en una esquina de la terraza. Fumó distraído un cigarro y apuró una copa de pacharán con hielo. Los recuerdos fluctuaban inasibles, atravesando su frente en destellos de efímera lucidez. La conversación familiar había sido relegada a un espacio ajeno a la conciencia. La existencia se concentraba entre los límites de una noche esquiva a la memoria.

Recordaba la sonrisa de Sandra, una de esas sonrisas que contagian al resto del rostro con su alegría. Aquellos ojos almendrados de tacañas pestañas lo miraban cómplices desde algún lugar huido de cualquier punto cardinal. Sentía el tibio roce de su cuerpo bailarín acoplándose a su espalda, acompañado por ese abrazo descuidado que lo había rescatado de su inamovible apatía sexual.

Después todo se mezclaba en un éxtasis de caricias a contratiempo, tiernos susurros pronunciados en un lenguaje desprovisto de reglas, labios pacientes caminando por rutas de orografía inexplorada y el prodigioso milagro de saberse solo en compañía.

Se levantó con los ojos tiznados por un hollín compuesto de pesadas partículas de melancolía. La alarma estaba sonando, era hora de llamarla. Necesitaba verla de nuevo.



Tras revisar sin éxito la lista de contactos de su teléfono móvil, Alberto rebuscó por la casa con ahínco indicios de Sandra vedados a la trayectoria de una mirada casual. Pero la fugitiva no había dejado pistas tras de sí. El ahogo de la asfixiante angustia nacida de aquella frustración lo postró deshilachado en la cocina, con un top blanco de Versace esparcido en su regazo.

El lunes Alberto se creía incapaz de seguir respirando. Caminaba abotargado en el arcén de un mundo que circulaba vertiginoso por autopistas sin límite de velocidad. El martes comenzó a traducir los sonidos en lógica del pensamiento. El miércoles, mientras preparaba la maleta para el viaje a Bruselas, se descubrió leyendo con ironía el lomo del libro que reposaba en su mesilla, Love Trainer.

El sábado, a la vuelta del viaje, acudió al bar en el que había conocido a Sandra. Ella llevaba toda la semana sin dar señales de vida, pero confiaba en volver a verla. Tal vez estuviese todavía a tiempo de restañar la grieta por la que se habían evaporado las reservas de aquella fortuita fuente de pasión irrepetible.

Pero ese sábado no volvió a ver a Sandra. Y tampoco la vio el sábado siguiente*. Poco a poco, sin la piedad implorada a un ente inflexible, el tiempo fue digiriendo la esperanza hasta convertirla en desecho.

* N. del A. De hecho, Alberto no volverá a ver a Sandra hasta el cuarto capítulo. Lo digo porque me parecía que tal vez estuvieseis pensando que esta historia acababa aquí.

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29 mayo 2006

Enfermo es poco

Los fumadores salimos a hurtadillas a la escalera de servicio pertrechados de un vasito de plástico con algo de agua. Allí he conocido a más personas de la empresa que en cualquier otro lugar.

Esta mañana he coincidido con una chica a la que todavía no conocía. En realidad, aún no sé como se llama. Después de explicarle mi sitio en la empresa ella me ha descrito amablemente sus funciones.

Mientras ella hablaba me he fijado en sus hombros descubiertos y he bajado la vista hasta la línea definida por la falta de pigmentación en la mitad de su brazo. He supuesto que su peculiar moreno a retales era el resultado de la práctica de algún deporte al aire libre. Y he comenzado a fantasear imaginando que era una experta jugadora de paddle. Aunque tal vez esta idea haya sido evocada por la imagen de la pala que guardo sin estrenar en el armario.

Cuando ya me había decidido a sonsacarle sus hábitos deportivos he posado mi escrutadora mirada en su dedo. En los últimos tiempos es algo que realizo con una mecánica irrenunciable. Ha sido el aro el que me ha devuelto a una realidad que cada vez huye más de mi interés.

Empiezo a encontrar enfermiza mi compulsiva manía de observar siempre a las mujeres a través del punto de mira. Quizá debería solicitar diagnóstico y ejecución. Tal vez lo haga.


A la fuga (2)

-Vale, es cierto. Esta noche ha dormido una amiga en casa -reconoció Alberto con fastidio.
-¿Y no se ha quedado a comer? ¿Es que no nos la vas a presentar? -contraatacó ilusionada su madre.
-No. No se ha quedado a comer porque la conocí ayer. Ya veremos qué ocurre más adelante...

Atravesó la estancia, desde la calle, el amortiguado aleteo de una paloma. La calidad del silencio que produjeron aquellas últimas palabras rivalizó con la generada por los más aislados conventos de clausura.

-Darío, ¿has terminado de comer? -entonó con falsedad cantarina la abuela- Anda, vete a jugar con tu hermana a la terraza.
-¡Pero si aún quedan los postres! -protestó Darío con un fingido puchero.
-Si te vas a jugar, la yaya te dará chuches de postre, ¿vale?

Darío se llevó a su hermana afuera. En el preciso instante en que los niños atravesaban el quicio de la puerta, la madre de Alberto lo ensartó con una mirada cegada por el dolor y la furia. Los demás aguardaban expectantes ante el presagio de una encarnizada pelea.

-¿Conoces a una chica y te la llevas a la cama sobre la marcha? ¿Eso es lo que te hemos enseñado? ¡Eres un caradura! ¡No tienes vergüenza! -explotó iracunda.
-Venga, que no es para tanto, mamá. Para un polvo que echo en dos años... -rezongó Alberto con una distendida sonrisa.
-¿Un polvo? Un polvo ha dicho, Carlos. ¿Lo has oído? Ahora tu hijo se echa polvos. Ya ni siquiera hace el amor. Folla, el niño ahora folla. ¿Es que follar es lo único que importa? -siseó sangrante mientras se levantaba de la mesa en un contenido ademán de partirle la cara.
-Vamos a ver. Seamos serios. He conocido a bastantes mujeres en dos años. Y no he acabado en la cama con ninguna de ellas. Ayer eché un polvo. ¿Y qué? ¿Qué hay de malo? Quizá la conozca con el tiempo y me guste. Vete a saber. ¡Pero tampoco hay que ser tan extremistas, coño! -se defendió Alberto levantándose también de la silla.

¡Paf!

La bofetada le llegó a traición, desde fuera del ángulo de visión, a través de la palma abierta de su padre. Su madre se retiró llorando histérica al salón. Barbotaba sin sentidos por lo bajo mientras negaba repetidamente con la cabeza. Su hermana la siguió dejando como recuerdo una mirada de acusación compungida.

-¿Tú estás loco o qué te pasa? -ladró Carlos cogiéndolo por el pecho- ¿Cómo se te ocurre hablarle así a tu madre? -espetó con los ojos exageradamente abiertos.
-Papá, no sé por qué tenemos que montar este teatrillo cada vez que salen estos temas. Fue lo que pasó. Y no me arrepiento. Y volvería a hacerlo si tuviese la oportunidad. ¿Qué hay de malo en ello? -replicó con firmeza Alberto.
-¿Qué hay de malo? ¿Qué hay de malo? -bramó Carlos- Vas por ahí follándote a la primera que se te pone a tiro y aún dices "qué hay de malo" -farfulló a modo de burla-. ¿Y tú te consideras católico? Lo que eres es subnormal. ¡Que siempre tengas que darle estos disgustos a tu madre!
-Papá, en serio. Llevo dos años sin tener ningún tipo de relación sexual. Resulta que ayer bebimos un poco más de la cuenta, conectamos, una cosa llevó a la otra y terminamos acostándonos. Pero tampoco creo que sea para poner el grito en el cielo. Os pasáis dos pueblos con esto -razonó Alberto con cautela.
-Al menos espero que tuvieses la suficiente cabeza como para ponerte condón -rabió Carlos dándole la espalda.
-Vamos, papá, que ya no tengo dieciocho años, joder -respondió Alberto camuflando una duda bajo el estridente tono.

Lo cierto es que Alberto no recordaba que hubiesen utilizado preservativo. En casa no tenía. Después de tanto tiempo sin usarlos, no era un artículo por el que se preocupase. Tendría que preguntarle más tarde a Sandra. Tal vez ella recordase más del asunto que él.

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28 mayo 2006

Feliz no cumpleaños


Hoy no es mi cumpleaños, pero los encajes de agenda han fijado esta fecha para su celebración. Mi abuela ha vuelto a traerme un salchichón. Lo he guardado en la nevera al lado del que me trajo el año pasado. Nunca le diré que no como embutidos. Porque tampoco abandonaría su costumbre. Es demasiado cabezota.

Comienzo a cansarme de la nouvelle cuisine, así que he preferido un menú sencillo acompañado con tinto de verano bien fresquito.

Darío ha reventado unos treinta globos de agua en la terraza, mi madre ha cumplido con su obligada charla sobre lo mal que me encuentra, mi padre se ha quedado frito viendo la tele y mi hermana ha pasado tan desapercibida como siempre. En los últimos tiempos ha hecho suya esa costumbre de quedarse en la sombra.

Ahora ya se han ido todos. Y el lavavajillas está haciendo su función. Lo mejor de estos días es el cigarrito y la cerveza de después. Cuando uno se sienta en la terraza a dejarse llevar por la pereza de un domingo sin memoria. Y el sueño diluye la mezcla de ansiedad creando una reconfortante capa de húmedo y terapéutico barro.



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27 mayo 2006

A la fuga

Riiiing, riiiiiing, riiiing.

¿El teléfono? ¿La puerta? Trató de asociar el sonido a su origen a través de la neblina que el sueño había expandido sobre su razonamiento. ¡La puerta! ¿Quién demonios llamaba a esas horas un domingo? Miró el reloj de la mesilla guiñando un ojo. 14:05. ¡Había invitado a comer a la plana mayor! Sus padres, su abuela, su hermana, sus sobrinos...

Se levantó de un salto, tratando de encajar sus pies en unas zapatillas que no estaban donde él suponía que debían que estar. El tacto frío del suelo ayudó a que el letargo de su percepción desapareciese con rapidez. Estaba desnudo. En la cama dormía una mujer de pelo rizado. Se paró un momento para observar la perfecta curva que el seno izquierdo dibujaba en su descanso sobre la dorsal y salió corriendo por la puerta del dormitorio en busca del inquieto telefonillo.

Sandra. La recordó unas horas antes. El encuentro había sido un cúmulo de azar y casualidad poco común. Después de hablar y beber sin descanso una reaparecida pasión los envolvió en una pelea sexual sin cuartel. Allí estaba. Desnuda, tumbada en su cama como un ángel que se recostase remolón sobre una vaporosa nube de sueños.

-¿Sí? -contestó Alberto con voz ronca.
-¿Te has dormido? ¡Ábrenos! -sonó jovial su madre a través del altavoz.
-Mmmm. Me he dormido. ¿Podéis volver en diez minutos? -intentó él sin esperanza.
-Venga, que subimos y te ayudamos a preparar la comida -insistió la madre.
-Vale, ve subiendo pero dame cinco minutos, que tengo que vestirme...

Volvió corriendo al cuarto, trazando un plan de escamoteo probable. Sandra se había despertado. Le lanzaba una miraba intrigada desde la cama.

-Tengo invitados, mi familia está subiendo por la escalera... -disparó Alberto a bocajarro.

Sandra abrió los ojos de golpe. Aceptando con un mudo gesto los buenos días.

-Hagamos una cosa -propuso Alberto-, voy a cambiarme, cerraré la puerta del dormitorio y te avisaré para que salgas cuando estén todos comiendo en la terraza.

Alberto cerró la puerta del dormitorio y comenzó a colocarse la ropa sin selección. Sandra seguía observándolo en silencio desde la cama, tratando de aferrarse a la frenética realidad.

-Esta tarde hablamos -le susurró él al oído mientras le daba un fugaz e intenso beso en los labios.


Salió del dormitorio cerrando la puerta con cuidado. Al fondo del pasillo, su familia lo miraba con una sonrisa divertida. Se acercó apaciguando el insistente golpeo de sus latidos. Era una persona adulta. No tenía que dar explicaciones a nadie. Pero no iba a permitir que su madre avasallase a una mujer a la que apenas conocía. Tampoco tenía ganas soportar un sermón sobre hábitos sexuales esporádicos.

Los besó tratando de conducirlos hacia la terraza. Esquivando unas explicaciones que su rostro transmitía sin ataduras.

-¿Mucha juerga anoche? -preguntó divertida su madre.
-Bueno, ya sabes, uno al final se lía por ahí y se le hacen las tantas -contestó evasivo Alberto-, pasad a la terraza. Pongo la mesa en un momento y comemos en seguida.

Colocó el mantel, las sillas y los platos en tiempo récord. Los aposentó a todos en su sitio empujándolos con apremiantes palabras. Había preparado el primer plato y los entrantes el día anterior. Eso le otorgaba el espacio temporal perfecto para poder sacar a Sandra a hurtadillas.

Sirvió la comida mientras encendía los fuegos para preparar el segundo plato. Su familia se había enzarzado en una discusión acerca de las responsabilidades y los hijos de su tía. Alberto se removía intranquilo en su silla. A su lado, su sobrino Darío imaginaba una lucha entre un clic y un tenedor gigante. En ese momento, el brazo de Sandra asomó por la ventana del dormitorio pidiéndole ayuda.

-¿Quién es? -preguntó Darío.
-¿Quién va a ser? ¡La vecina! -susurró Alberto con exagerada hilaridad-. Anda come mientras el tío va a ver qué quiere.

Alberto se levantó. Paró en la cocina para simular una cuidadosa revisión de las pechugas con cuajada y se fugó hacia el dormitorio.

-Mi blusa, no encuentro mi blusa -explicó Sandra con angustia.
-Bueno, da igual, después te la devuelvo. Ponte esta camiseta y ya está -resolvió sin dilación Alberto.

Sandra se puso la camiseta y lo miró divertido.

-¡Estás loco! -le dijo con una sonrisa encantada.
-No eres la primera que me lo dice -devolvió Alberto mientras la tomaba por la cintura y la miraba embelesado a escala centimétrica-. Debes salir ahora, ven -apremió cogiéndola de la mano.

Atravesaron el pasillo con sigilo, huyendo de las sombras que las ventanas proyectaban sobre la terraza. En la puerta, Alberto le dió un último beso encendido y dibujó mudo un prométeme que volveré a verte con gesto de súplica teatral. Ella asintió con una sonrisa y bajó con rapidez por la escalera. Alberto cerró la puerta con cuidado.

Se detuvo unos minutos en la cocina. Las pechugas se habían pasado, pero había merecido la pena. Las sirvió en una fuente y salió de nuevo a la terraza. Darío lo miraba intrigado, mientras los demás seguían encallados en la conversación que había abandonado hacía unos minutos.

La comida siguió los cauces esperados. Parecía que todo iba a salir bien. Hasta que mamá decidió ir al baño. Cuando volvió sostenía un top blanco en su mano.

-Me he encontrado esto en el baño -dijo mientras lo mostraba con retintín-, ¿de quién es?
-Vamos, mamá. Es sólo un trapo que uso para limpiar el baño -aseguró Alberto tratando de recuperarlo.
-¡Vaya! Ahora usas trapos Versace para limpiar -aseveró su madre incrédula-, si es que te estás volviendo un pijo sin remedio.

Alberto cogió el top con resignación y lo guardó en un cajón de la cocina. Cuando volvió a la mesa la conversación había cambiado.

-Seguro que es de alguna pelandrusca -decía su abuela mirando al suelo-, que este chico es muy inocente y lo engaña cualquiera.
-¿Por qué se ha ido la vecina? -aportó Darío con una mirada inocente.

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26 mayo 2006

Geishas y tantos otros


El corazón perece,

de una muerte lenta.
Se desprende de cada esperanza
como si fueran hojas.

Hasta que un día
no queda ninguna.
Ninguna esperanza.
Ya no queda nada.

Ella se pinta el rostro
para ocultar su rostro.

Sus ojos son como el agua profunda.
El deseo no existe para la geisha.
El sentimiento no existe para la geisha.
La geisha es una artista del mundo etéreo.

Ella baila, canta, entretiene...
Lo que tú quieras.
Lo demás son sombras.
Lo demás es secreto.

24 mayo 2006

Espeto, con hastío, "yo ya lo he visto todo"


Hoy ha sido mi tercer día en la empresa. Un madrugón, viaje de ida y vuelta en AVE, comida basura de diez euros y dos reuniones en Madrid. Y la tediosa familiaridad de cada momento mermando las energías sin piedad.

A mi gerente, al que nunca había visto, le han bastado quince minutos para dejarme a solas con el cliente. A un compañero, que no me conocía, le han bastado diez minutos para cederme la exclusiva ante las dudas técnicas del cliente. A ese cliente, que no había sido avisado de mi asistencia, le han bastado cinco minutos para confiar en la improsivada planificación que he trazado en su imaginación.

Después he estado más comedido, porque las ideologías comerciales estratégicas me aburren sobremanera. Siempre se aplican las mismas palabras a las mismas ideas. Aunque la gente piense que cada vez suenan distintas.

No he podido evitar un bostezo ante la chispa de emoción encendida que trasmitían los ojos de mi gerente cuando me detallaba exaltado sus planes para dominar el mundo. Espero que haya pensado que el gesto ha sido tan solo provocado por la falta de sueño.

Habrá problemas más adelante. Pero la sensación de saberlos de antemano me hace sentirme frustrantemente cansado. ¿Cómo se puede estar tan hastiado de todo? ¿Quién carajo secuestró mi ilusión?

En la entrevista ya les dije que ese era un trabajo que me sabía de memoria. Supongo que ellos no me creyeron. Y yo también confiaba en equivocarme. Pero me odio cuando me sorprendo espetándome, con hastío, "yo ya lo he visto todo".

23 mayo 2006

Universos paralelos


Caminaba acompasando cada movimiento con el rumboso sonido de sus latidos, entregado a un ligero baile de bamboleos oscilantes entre la punta y el tacón. Una fresca brisa apuntaba las esquivas puntas de su encrespado pelo hacia los pedazos de cielo que asomaban celestes entre las pendulantes hojas de los abedules. En sus ojos, el reflejo de una realidad formada por objetos mal renderizados emitía risueños brillos parpadeantes. Mientras, dos espíritus inquietos rondaban ululantes en el extrarradio. La desaparecida mente sumaba sus fuerzas a la desesperada conciencia para retornar a ese armazón que las había sentido suyas.

Pero no había nada que se pudiera hacer. Tan solo viento, luz y sonido. Y nada más.

Se volvió hacia aquella chica sentada en el respaldo del banco sin renunciar al hechizo danza. La observó sacar un paquete de cigarrillos de su bolso. Escuchó el sonido de la primera calada, un suspiro de nostalgia sin objeto que llenó el viento de anhelos. Se fijó en la proyección de esa mirada sin límite, en ese brazo que agarraba inútil un codo estirado y en la perfección de las dobleces de su vaquero. Por un momento, un brillo risueño colisionó con el ángulo acomodado en aquellos ojos perdidos.

Pero no había nada que se pudiera hacer. Tan solo viento, luz y sonido. Y nada más.

22 mayo 2006

A ritmo de sostenido

El domingo vi a esa imponente mujer de negros cabellos ensortijados que me volvía loco a los 16. Hoy he visto a la rubia pecosa que subyugó mi sentidos a los 18. Si mañana me encuentro con Rubi, el miércoles es mi día. ¿Por qué no?

Volver a empezar

Ha sido un día extraño. Ese lugar está lleno de personas que parecen periféricos de mp3. He firmado el contrato, he tomado un café con un viejo amigo, he charlado durante más de una hora con un extraño robot angloespañol hembra que me repetía encallado su agobiante carga de trabajo, he configurado mi ordenador, he pedido seis tareas a sistemas con dos correcciones, he imprimido un documento por el universo paralelo navarro, he leído unas doscientas páginas de documentación, he corregido cuarenta de esas páginas, he planificado un proyecto en diez minutos y he ido a trabajar en vaqueros.

El miércoles asisto a una reunión como todopoderoso jefe de un proyecto que nos supondrá un total de un par de horas de trabajo y una de mis jefas, el robot anglosajón hembra, me ha propuesto que me vaya con ella a Bruselas tres días. Por trabajo, claro.

Una jornada interesante. Aunque mañana creo que me pondré mi camisa de arcoiris gay, por animar un poco el ambiente. Y que me vayan conociendo.

21 mayo 2006

Quién no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación

Por si no habíais reparado en él. Me encanta este tío...

Palabras innegociables



Ayer no pensaba salir. Tenía planeado quedarme en casa viendo un musical, holgazaneado y eliminando todas las toxinas que se acumulaban en mi cerebro tras dos semanas extrañas.

Acabé tomando una copa en un concesionario de lujo y discutiendo a brazo partido con los cinco de siempre. La percepción de una película desde la mediocridad a la genialidad y el desbordamiento de mi socarronería mordaz durante la cena me devolvieron a una época en la que todo era de otro color.

Cuanto más avanza el tiempo, más se separan las líneas por las que transitamos. Por eso, el privilegio de encontrarnos, se disfruta cada vez con más intensidad. Escasean los momentos inolvidables. Aunque de vez en cuando, el azar nos recuerde que nunca dejarán de ser posibles.


* Y me reafirmo: os váis a arrepentir de haber apoyado mi contratación, un alto porcentaje de la humanidad necesita que le digan lo que tiene que hacer y Dios existe, pero tan solo hace lo que puede, como todos. Me encanta tener la última palabra... :-P

De camino al futuro

19 mayo 2006

A carcajadas

Volvíamos de jugar al paddle paseando por el parque mientras charlábamos acerca de mi semana de desgana y pereza. Cuando ha entendido lo que rondaba estos días por mi cabeza ha dicho algo sin pensar.

-¡Te pareces a mi mujer! -ha soltado riéndose a medias.

Ha conseguido sumar al resto de las paranoias la idea de que puedo ser homosexual. Adoro tener amigos así.

Te prometo que si un día descubro que soy homosexual trataré de conseguirte por todos los medios. Para compensarte por todos tus desvelos.


:-P

18 mayo 2006

Bandazos


Hace mucho tiempo que la duda pasea por los parajes de mi cabeza llenando las imágenes de distorsiones pixeladas. Mis amigos, sin embargo, lo tienen muy claro; no deseo volver a tener pareja.

Esta semana ha sido un sinsentido de desvaríos mentales. Soy duro y cabezota. Nunca dejo que mi exterior exprese lo que me atormenta. Pero, en ocasiones, me cuesta encontrar motivaciones para continuar. La existencia se diluye en la desilusión. Los pedazos de tiempo parecen hilarse ajenos a mi voluntad, formando un collage tan inexplicable como imprevisible.

Si alguien hubiese estado a mi lado durante este tiempo lo hubiese ignorado sin concesiones. Necesito mucho espacio para mi aislamiento. Para controlar mi equilibrio. Cada vez más. Por eso pienso que tal vez tengan razón, que quizá lo único que ocurra es que ésta sea la única solución viable.

Sigo siendo un soñador idealista, un amante de lo idílico, un ser que solo se proyecta en la descabellada fantasía. Aunque nada de esto importe.

Es el futuro el que decidirá lo que quiere hacer con mi vida. Yo tan solo puedo quedarme mirando por la ventana, rodeado de los absurdos cachivaches que decoran mi mundo. Esperando a que una estación dé paso a la siguiente.

17 mayo 2006

Círculos al sol

Ayer salí de trabajar a las diez de la noche. No es que sea una heroicidad, de hecho en mi anterior trabajo hubiese sido un día más. Pero, siendo ésta mi última semana, es un hecho que muchos calificarían de estupidez.

Todas las tardes, cuando llego del trabajo, me cambio de ropa y cuelgo el traje en el armario. Anoche no tuve ganas. Lo dejé tirado sobre la cómoda.

Necesito concentración para sostener mi capacidad autocontrol. Si la pierdo, los fantasmas comienzan a rondarme sin tregua. Y ahora estoy viendo demasiados espíritus ululantes a mi alrededor.

14 mayo 2006

Elizabethtown en el horizonte


-Necesito una novia porque si no, no puedo ir al cine.

Es una frase estúpida. Lo admito. Y está dicha por una persona que nunca me pareció brillante. Pero en esencia dice todo lo que hay que decir. No hay mucho más.

Acabo de ver Elizabethtown. Y me siento enamorado. Soy tan estúpido como Drew y deseo una Claire a mi lado.

Cuando las palabras se repiten con demasiada insistencia tienden a perder credibilidad por su propia obviedad. Pero ahora estoy dispuesto. Esperaré lo que haga falta. Me concentraré en vivir lo suficiente para que el azar la coloque en el punto de enfoque de mi mirada.

Es lo que quiero. Y no me lo repetiré más. Butt suele preguntarme qué demonios busco en una mujer. Por qué me empeño en descartar posibilidades sin miramientos. Claire. Elizabethtown. Esa es la respuesta.

13 mayo 2006

El Portalet estaba cerrado por 'rendimiento'. Dos horas caminando bajo la lluvia de camino a los Lagos Azules. Los truenos han forzado nuestra retirada. Como tercera alternativa, el Gratal. Ha merecido la pena.


Y un incauto montañero de toda la vida ha tenido la osadía de retarme en el ascenso. Como soy un sobrado y un cabezota, no he tenido más remedio que apalizarlo hasta que ha tirado la toalla. A pesar de estar resfriado :-P

12 mayo 2006

Sentido del humor

La risa es un proceso generado por el absurdo. Cuando nuestra mente es incapaz de otorgar significado a lo que está percibiendo se produce un sinsentido que explota a través de la carcajada. Cada persona tiene su propia visión de la extravagancia. Por ello, reaccionamos con hilaridad ante determinados mensajes y otros nos dejan indiferentes.

Mi sentido del absurdo es bastante abstracto. Suelo reír mucho, pero lo que más me hace gracia son los saltos de pensamientos que se expanden, como piedras planas botando sobre un lago, hasta encontrar su punto de desaparición.

Hace un tiempo me presentaron a una chica catalana que se llamaba Nuria. Fui físicamente incapaz de reprimir aquella primera frase.

-¡Vaya, qué bonito! Como el valle*...

Entiendo que son unas palabras tan tontas como inexplicables. Pero así es mi sentido del humor. Rebotes de pensamiento absurdo sobre encefalograma plano.

* Pensé en que era catalana, en que tenía un aspecto saludable, parecida a esa sensación que desprende Julie Andrews, y me acordé de la ocasión en la que había estado caminando por el valle de Núria. ¡Inevitable! ;-)

11 mayo 2006

Pijo, pedante y sobrado


Basta una pequeña colección de adjetivos para definir a una persona a primera vista, aunque después sean complementados por muchos más que se esconden tras la cegadora intensidad de los primeros.

Me gusta la buena vida. No reparo en concederme todos los caprichos que perturban mi deseo. Si puedo permitírmelo, elijo algo caro y refinado antes que conformarme con lo espartano de la mediocridad. Y si no puedo permitírmelo prefiero renunciar a ello, hasta que pueda conseguirlo.

Utilizo palabras extrañas, impropias. Tanto en el lenguaje hablado como en el escrito. No conozco otra manera de expresarme. Me cuesta pensar y me cuesta construir mis pensamientos. Me atenaza un nudo de imprecisión en todos mis desenlaces. Porque la rebuscada selección es una simple consecuencia de la inoperancia.

Hubo una época en la que creí ser una persona inteligente. En aquellos tiempos pensaba que mi cerebro era superior al de la mayoría de los que me rodeaban. Después, todo cambió. Y comencé a darme cuenta de mis propias limitaciones. Entendí que lo que asumía como inteligencia era tan solo una reminiscencia de mi insolente suficiencia.

Pijo, pedante y sobrado. Muchas personas podrían definirme así. Y, tal vez, se perderían lo esencial. Pero si para ellos resulta cómoda esa manera de mirarme, para mí debe ser natural aceptarlo. ¿Para qué complicarse más la existencia?

10 mayo 2006

All is done


Existe un momento dulce, al abandonar una empresa, en el que todos los compañeros sienten la necesidad de expresarte su más desmesurada admiración. Te recuerdan las ocasiones en las que les echaste una mano, los chistes en las situaciones de tensión, las cervezas de madrugada, tu increíble capacidad para resolver cualquier problema...

Es que casi eres como el hijo pródigo, aquel que nunca tuve... Aquí serías un figura, sin duda alguna. Podrías llevar la empresa tú solo en poco tiempo, te lo digo yo... ¿Qué haremos ahora sin ti? Nos aburriremos como ostras... Nos llamarás, ¿verdad? ¿Vendrás a vernos?... Aquí tienes un amigo. Para lo que quieras. ¿Tienes mi móvil, no?... ¡Enhorabuena! Sabía que estabas predestinado para algo grande. Esto se te quedaba muy pequeño.

Incluso alguna que otra compañera libera su formal convencionalismo para tratarte con una cercanía que asustaría al más pintado tan sólo dos días antes.

Deberíamos quedar algún día a la salida del trabajo para celebrarlo... ¿Puedes venir a mi mesa a explicarme esto?... ¿Si te pongo morritos así te quedarás?... El viernes nos vamos de cena. ¡Ya está decidido!

Y uno se deja llevar por ese ambiente de optimismo exagerado. Sus sentimientos crecen descontrolados. Siente que deja atrás a personas a las que realmente apreciaba. Se pregunta si no debió hacerle más caso a su adorable secretaria. Si todavía está a tiempo de hacérselo.

Tengo que explicarte el proceso de atención de esta cuenta. Es complicado porque interviene mucha gente. Así que es mejor que nos reunamos para dejarlo por escrito... ¿Sabes pedir un precio especial? Tranquila, yo me acerco y lo vemos en tu ordenador... Hay que hacer el inventario de pedidos a HP. No quiero que luego te encuentres un caos y tengas que trabajar el doble... Ven por mi despacho y te explico la forma de elaborar propuestas... ¿Estás ocupada? Vale, pues ven cuando puedas. ¡Tú mandas!

Pero, después, todo eso pasa. Se olvida. Y comienzan a surgir los comentarios despiadados que califican alguna gestión que dejaste a medias, las críticas sobre tu forma de actuar, las bromas acerca de tus costumbres, los cotilleos sobre tu vida sexual...

¡Qué cabrón! El tío no apuntaba el margen en los pedidos. ¡Ahora tendré que calcularlos a mano!... ¿Recuerdas aquel día que no vino a trabajar? Pues estaba borracho. Se lió de juerga un jueves y encontró el móvil debajo del felpudo del baño... De vez en cuando se escapaba a echar un cafecito al bar de enfrente. Y un cigarrito. Sabías que fumaba, ¿no?... Nunca me creí eso de que no había estado con nadie en dos años. Alguna canita al aire que otra echaría, ¡seguro!

Es el ciclo habitual. Tan antiguo como predecible. Al menos, ya me queda menos.

Cuando rige la creatividad


No dejéis de pasaros por el concurso que ha organizado el señor Oracle (aquí).

Es una de las experiencias más divertidas y emocionantes en las que me he visto involucrado desde que vagabundeo por esta blogosfera virtual.

Ninguno de los textos/interpretaciones tiene desperdicio...

Estamos a solas


Mientras Mara hablaba con un camionero en mi oído izquierdo, ha comenzado a sonar una canción inaudible en mi oído derecho I think we're alone now. Tiffany ha sido rescatada de mi pasado por alguna conexión indetectable.

El cambio de trabajo, o más bien todo lo que lo está rodeando, debe de estar avivando mi tendencia al insomnio, porque llevo un par de noches más despierto que dormido. Por eso no me ha costado levantarme de la cama, buscar sin éxito la página personal de la cantante y comprar en eBay todos los cedés que estaban disponibles a precio de baratija.

Recuerdo que Tiffany me parecía muy guapa cuando yo era joven. Me alegra comprobar que nada ha cambiado.

Me vuelvo a la cama a tararear estribillos mientras paseo por campos primaverales, playas desiertas, cielos azules y bosques frondosos*...

*Al que se le ocurrió que esta técnica ayudaba a conciliar el sueño debía estar beodo.

09 mayo 2006

Curas, monjas y pasadizos

Estaba tan absorta en la música de mi mp3 que apenas reparé en que las golondrinas habían vuelto*. Caminaba cuesta bajo mientras el huerto, escenario de lecturas y vértigos, se elevaba sobre la sombra de mi espalda. Dediqué el desvío de mi mirada al río que fluía en un inofensivo remanso durante el tiempo que se tarda en exhalar tres suspiros. Me preguntaba si esta vez reuniría el valor necesario para hacerlo.

Podía realizar una nueva parada en la pared manchada por excrementos amarillos de gaviota o sacar la linterna de mi bolso y ceder a ese crónico deseo. Decidí cruzar la calle para acercarme a la reja mal iluminada. Había oído que el subsuelo de la ciudad estaba horadado por cientos de pasadizos que unían viejas residencias de curas y monjas. Aquella reja incrustada en la roca podía ser el comienzo de uno de aquellos pasadizos. Quizá fuese el comienzo de cualquier otra cosa.

Con un rápido giro de tobillos, que casi consigue descoyuntar la articulación de mi rodilla, dirigí mis pasos hacia la oscura entrada. Al agarrar los barrotes con las manos, tras cruzar la leve inclinación de hierba que llevaba hasta la abertura, noté que los goznes chirriaban ante mi presión. La sorpresa al comprobar que la puerta no estaba cerrada fue lo que me impulsó a encender la linterna y a internarme en esa misteriosa ceguera.

Recorrí aquel túnel excavado durante unos cuantos minutos, espiando las extrañas inscripciones grabadas en las paredes. No descubrí alternativas en el trazado. Suaves curvas me dirigían hacia un destino insospechado. Cuando comenzaba a convencerme de la necesidad de darme por vencida y salir por donde había entrado, una luz chocó con el haz de la mía.

Dos conos amarillos iluminaron sendas caras de miedo curioso. Un hombre me apuntaba con su linterna mientras fruncía el ceño con una mezcla de sonrisa traviesa en sus ojos.

Pensé que la finalidad de esos pasadizos nunca había cambiado, que su propósito seguía siendo el mismo; unir a curas y monjas.

* Frase, para el recuerdo, de Mamen Somar

07 mayo 2006

Mañana es el día

La penúltima vez que pasé por Santo Domingo de la Calzada decidí cambiar de trabajo. Y no me fue mal. Este domingo he vuelto a pasar por allí. Y he vuelto a tomar la decisión de cambiar de nuevo de trabajo.

Será una vida nueva que ya conozco rodeado de gente que ya conozco. Una especie de déjà vu desubicado en el espacio. Se me asemeja a una vuelta al pasado sin matices.

Aunque en algo sí que he cambiado. El objetivo más importante que quiero alcanzar en esta nueva etapa es ganarme quince días de vacaciones en Octubre, para poder terminar el Camino.

Supongo que estoy madurando. Quizá un día deje este capullo larvario y me convierta en un elegante y colorido adulto.

04 mayo 2006

Indecisión

Mi jefe me ha dado un presupuesto de 400 euros para que compre una PDA que me ayude a organizar mejor mi trabajo. Después de revisar el catálogo de HP, he seleccionado dos modelos que me interesan.

El primero tiene todas las prestaciones que necesito y cuesta alrededor de esos 400 euros. El segundo, además de todas esas prestaciones, viene con GPS. Pero vale 40 euros más del límite fijado. Aunque esta semana esté de oferta y pueda adquirirla por un precio inferior al habitual.

Suelo moverme por los mismos polígonos desde hace seis meses. Así que ya conozco el emplazamiento de la mayoría de las empresas de mi zona. Tan solo en algunas ocasiones visito clientes nuevos ubicados en lugares poco evidentes. La necesidad del GPS es, por tanto, poco justificable.

Sin embargo, mi jefe ha dicho que planea viajar a otras provincias al año que viene para expandir nuestra labor comercial. Entonces el GPS será una herramienta que me permitirá ahorrar tiempo y esfuerzo.
Solo que ahora no lo necesito.

Y no sé cómo justificarle a mi jefe que quiero gastarme 40 euros más de lo que me concedió en algo que no voy a emplear por el momento. Y aunque quiera, mi jefe tampoco me dejará poner la diferencia de mi bolsillo.


¿Habrá alguna manera de convencerle?

38 grados

Soy incapaz de quedarme inactivo en casa cuando estoy enfermo. Llevo un par de días enfriado. Tengo fiebre, un intermitente dolor de cabeza* y una impertinente tos seca. Pero eso no me impide desarrollar mi rutina sin variaciones. Asumo el sobreesfuerzo con el que debo impulsar mis acciones sin paliativos.

Aunque tal vez este sostenido estado onírico es el que provoque textos como el de ayer. En el que hablaba de un posible cambio de trabajo que podría llevarme en un par de semanas a la silla que hay frente a Butt. El retorno a un escalafón de esa carrera profesional que creí haber abandonado en Barcelona. La defunción del adolescente treintañero reencarnado en serio y responsable adulto.

Tal vez sea la enfermedad. O quizá sea que mi forma de describir la realidad se asienta en contextos extraños. En cualquier caso, es tan difícil para mí como para vosotros saber de lo que uno habla...

*Los dos estados de intermitencia son lacerante e insoportable

03 mayo 2006

Pintan oros

Una escisión temporal en el pasado bifurca la continuidad de mi futuro. Asisto a la inefable lucha entre el deber y el relax. En tan solo unos días las agujas de las vías decidirán el sentido por el que debo continuar en esta intersección inesperada.

Os mentiría si afirmase que no tengo miedo. Me engañaría si no admitiese que he sentido saltar una chispa de ilusión casual. Siempre supe de la contingencia a la que estaba asignada la perpetuidad de mi situación. Pero el abrazo de esa exigua posibilidad alimentaba la dormidera de mi conciencia.

No todo está en mis manos. Y nada hay decidido. Pero siento en alguna esquina de mi interior como la aflautada voz de Mary entona una susurrante melodía.




Viento del Norte
y niebla gris
anuncian que viene lo que ha de venir.
No me imagino
qué va a suceder,
pero lo que suceda
ya pasó otra vez.

02 mayo 2006

Relaciones y compromisos

-La nuestra es una relación sin compromiso -me ha confiado mi compañera esta mañana-, se lo dije cuando comenzamos a vernos y aún lo mantengo -ha aseverado orgullosa-. Pero es que los tíos sois todos iguales, ahora se ha enfadado porque piensa que le mentí.
-¿Y por qué lo piensa? -he preguntado monótono, sin levantar la mirada de la pantalla.
-Porque le dije que si tenía algún escarceo quería saberlo -ha argumentado convencida.
-Entonces no es una relación sin compromiso, ¿no? -he sugerido todavía fijada mi atención en la composición de píxeles.
-Claro que lo es -ha bufado con falso enfado.
-¿Te acostarías con otra persona si tuvieses la ocasión? -he seguido mientras la miraba brevemente.
-No, nunca lo haría -ha respondido sincera.
-¿Y te importaría que lo hiciese él?
-Por supuesto, me haría plantearme la continuidad de la relación -ha contestado sin dudar.
-Pues no es una relación sin compromiso -he sentenciado-, es una relación con compromiso. Al menos por tu parte -he concluido.
-Eso no es cierto -me ha rebatido-, él puede hacer lo que quiera. Yo no lo ato a la pata de mi cama.
-Ajá. Pero no le perdonarías una infidelidad... -he soltado marcando la pausa de los puntos suspensivos-. La tuya ni siquiera es una relación liberal. Es tan sólo una relación que deseas que sea sincera.

Conforme los años y los desencuentros estrían las ansias de fidelidad eterna, las dudas comienzan a decorar las convicciones de fantasías mal adjetivadas. Cada cual tiene su propia forma de comprender una relación de pareja. Y no es algo que varíe con la erosión.


Jamás experimenté la cegadora rabia de los celos. La persona que está a mi lado tiene toda la libertad de movimientos que desea. Pero yo no me fijaré en otra mientras ella esté a mi lado. En parte porque ya me cuesta hacerlo sin tener a alguien conmigo y en parte por la manifiesta intensidad de mi desinterés sexual. Y si algún día abandona mi compañía atraída por ilusiones de felicidad más prometedoras partirá sin ningún reproche.

Cuando las relaciones acaban no hay vuelta atrás. La libertad es un vínculo necesario para la vida en pareja, aunque sea portador de ocasiones casuales.

Te quiero a mi lado pero no te quiero en mi sombra, porque yo tampoco estaré en la tuya.

Y no sé si te querré siempre, lo único que te pido es que tú tampoco lo esperes.

01 mayo 2006

Déjalo pasar

Hoy no he hecho nada. Me he levantado tarde, he salido a jugar al paddle antes de comer, he dormido una siesta de más de dos horas y he concatenado dos películas en el DVD. En el transcurso de la inactividad he comido palomitas, queso, atún, pan de molde y un par de manzanas. He bebido un litro de horchata y ahora estoy descontando centilitros de un gintonic casero.

Son días en los que ningún pensamiento osa amenazar el incesante goteo del tiempo. Estaciones de parada obligada en el vertiginoso trayecto de la subsistencia. Islas en un océano de corrientes frías y calientes, de mareas y de resacas, de tormentas y de calmas chichas, de abordajes y de huídas. Una merecida maniobra de repostaje impecable en la ejecución.

En ocasiones merece la pena dormitar observando invariable el horizonte con los pies enterrados en la arena y el culo inmóvil sobre una mullida toalla. Para recordarnos que podemos hacerlo, como me dijo una vez un hada casi extinta.

Y si confío en la experiencia de Manolo sonreiré sabiendo que nunca el tiempo es perdido.

Lecciones de la vida

Si te encuentras corriendo a 20 kilómetros por hora a medio metro de una red de paddle, la opción correcta es saltar por encima de ella.

Es importante no pararse a meditar sobre las posibilidades de ganar el punto en esos momentos.

El salto sólo debe intentarse a más de medio metro de la red. Más allá de ese límite el resultado puede ser peligroso.