27 mayo 2006

A la fuga

Riiiing, riiiiiing, riiiing.

¿El teléfono? ¿La puerta? Trató de asociar el sonido a su origen a través de la neblina que el sueño había expandido sobre su razonamiento. ¡La puerta! ¿Quién demonios llamaba a esas horas un domingo? Miró el reloj de la mesilla guiñando un ojo. 14:05. ¡Había invitado a comer a la plana mayor! Sus padres, su abuela, su hermana, sus sobrinos...

Se levantó de un salto, tratando de encajar sus pies en unas zapatillas que no estaban donde él suponía que debían que estar. El tacto frío del suelo ayudó a que el letargo de su percepción desapareciese con rapidez. Estaba desnudo. En la cama dormía una mujer de pelo rizado. Se paró un momento para observar la perfecta curva que el seno izquierdo dibujaba en su descanso sobre la dorsal y salió corriendo por la puerta del dormitorio en busca del inquieto telefonillo.

Sandra. La recordó unas horas antes. El encuentro había sido un cúmulo de azar y casualidad poco común. Después de hablar y beber sin descanso una reaparecida pasión los envolvió en una pelea sexual sin cuartel. Allí estaba. Desnuda, tumbada en su cama como un ángel que se recostase remolón sobre una vaporosa nube de sueños.

-¿Sí? -contestó Alberto con voz ronca.
-¿Te has dormido? ¡Ábrenos! -sonó jovial su madre a través del altavoz.
-Mmmm. Me he dormido. ¿Podéis volver en diez minutos? -intentó él sin esperanza.
-Venga, que subimos y te ayudamos a preparar la comida -insistió la madre.
-Vale, ve subiendo pero dame cinco minutos, que tengo que vestirme...

Volvió corriendo al cuarto, trazando un plan de escamoteo probable. Sandra se había despertado. Le lanzaba una miraba intrigada desde la cama.

-Tengo invitados, mi familia está subiendo por la escalera... -disparó Alberto a bocajarro.

Sandra abrió los ojos de golpe. Aceptando con un mudo gesto los buenos días.

-Hagamos una cosa -propuso Alberto-, voy a cambiarme, cerraré la puerta del dormitorio y te avisaré para que salgas cuando estén todos comiendo en la terraza.

Alberto cerró la puerta del dormitorio y comenzó a colocarse la ropa sin selección. Sandra seguía observándolo en silencio desde la cama, tratando de aferrarse a la frenética realidad.

-Esta tarde hablamos -le susurró él al oído mientras le daba un fugaz e intenso beso en los labios.


Salió del dormitorio cerrando la puerta con cuidado. Al fondo del pasillo, su familia lo miraba con una sonrisa divertida. Se acercó apaciguando el insistente golpeo de sus latidos. Era una persona adulta. No tenía que dar explicaciones a nadie. Pero no iba a permitir que su madre avasallase a una mujer a la que apenas conocía. Tampoco tenía ganas soportar un sermón sobre hábitos sexuales esporádicos.

Los besó tratando de conducirlos hacia la terraza. Esquivando unas explicaciones que su rostro transmitía sin ataduras.

-¿Mucha juerga anoche? -preguntó divertida su madre.
-Bueno, ya sabes, uno al final se lía por ahí y se le hacen las tantas -contestó evasivo Alberto-, pasad a la terraza. Pongo la mesa en un momento y comemos en seguida.

Colocó el mantel, las sillas y los platos en tiempo récord. Los aposentó a todos en su sitio empujándolos con apremiantes palabras. Había preparado el primer plato y los entrantes el día anterior. Eso le otorgaba el espacio temporal perfecto para poder sacar a Sandra a hurtadillas.

Sirvió la comida mientras encendía los fuegos para preparar el segundo plato. Su familia se había enzarzado en una discusión acerca de las responsabilidades y los hijos de su tía. Alberto se removía intranquilo en su silla. A su lado, su sobrino Darío imaginaba una lucha entre un clic y un tenedor gigante. En ese momento, el brazo de Sandra asomó por la ventana del dormitorio pidiéndole ayuda.

-¿Quién es? -preguntó Darío.
-¿Quién va a ser? ¡La vecina! -susurró Alberto con exagerada hilaridad-. Anda come mientras el tío va a ver qué quiere.

Alberto se levantó. Paró en la cocina para simular una cuidadosa revisión de las pechugas con cuajada y se fugó hacia el dormitorio.

-Mi blusa, no encuentro mi blusa -explicó Sandra con angustia.
-Bueno, da igual, después te la devuelvo. Ponte esta camiseta y ya está -resolvió sin dilación Alberto.

Sandra se puso la camiseta y lo miró divertido.

-¡Estás loco! -le dijo con una sonrisa encantada.
-No eres la primera que me lo dice -devolvió Alberto mientras la tomaba por la cintura y la miraba embelesado a escala centimétrica-. Debes salir ahora, ven -apremió cogiéndola de la mano.

Atravesaron el pasillo con sigilo, huyendo de las sombras que las ventanas proyectaban sobre la terraza. En la puerta, Alberto le dió un último beso encendido y dibujó mudo un prométeme que volveré a verte con gesto de súplica teatral. Ella asintió con una sonrisa y bajó con rapidez por la escalera. Alberto cerró la puerta con cuidado.

Se detuvo unos minutos en la cocina. Las pechugas se habían pasado, pero había merecido la pena. Las sirvió en una fuente y salió de nuevo a la terraza. Darío lo miraba intrigado, mientras los demás seguían encallados en la conversación que había abandonado hacía unos minutos.

La comida siguió los cauces esperados. Parecía que todo iba a salir bien. Hasta que mamá decidió ir al baño. Cuando volvió sostenía un top blanco en su mano.

-Me he encontrado esto en el baño -dijo mientras lo mostraba con retintín-, ¿de quién es?
-Vamos, mamá. Es sólo un trapo que uso para limpiar el baño -aseguró Alberto tratando de recuperarlo.
-¡Vaya! Ahora usas trapos Versace para limpiar -aseveró su madre incrédula-, si es que te estás volviendo un pijo sin remedio.

Alberto cogió el top con resignación y lo guardó en un cajón de la cocina. Cuando volvió a la mesa la conversación había cambiado.

-Seguro que es de alguna pelandrusca -decía su abuela mirando al suelo-, que este chico es muy inocente y lo engaña cualquiera.
-¿Por qué se ha ido la vecina? -aportó Darío con una mirada inocente.

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5 comentarios:

sopi/magyca dijo...

¡¡ me ha encantado!!... aunque al niño me lo hubiera cargado por bocas. un besazo

Nadia dijo...

Jua jua jua si un día te va a pasar eso espero estar a comer.

Que observadores son los niños, auqnue que no crea Alberto que engañó a su madre.

P.D.Me encanta el ninja del pie de página

Prich dijo...

Esto sí que es ciencia-ficción. :-)

Por fin algo divertido para leer.

Anónimo dijo...

Qué bueno dorian.
Es un buenisimo relato, necesita "más partes" ehhh.
Un beso siempre.
Mamen

Para, creo que voy a vomitar dijo...

Bien narrado, muy entretenido. Voy a por la segunda parte!