30 junio 2006

De intimidad y destape


Ayer tuve una de esas sensaciones que uno es incapaz de compartir bien por la limitación del medio bien por la inoperancia del que escribe.

Soy ese tipo de gilipollas que siempre sueña que las situaciones se repitan en el mismo lugar y a la misma hora. Esta madrugada me encontraba entregado a un ausente déjà vu en el garito en el que conocí a Valle aquel jueves de hace unos meses. Una persona, a la que acababa de conocer, me dijo "Me diste un poco de pena cuando leí lo que te había pasado aquí".

Parálisis mental. No se me ocurren más palabras para describir lo que me sucedió. Es sabido que somos leídos por más gente de la que parece, pero el hecho de comprobar que esas personas pueden aparecer a tu lado, por arte de birlibirloque, y dispararte tus propias palabras con tanta cercanía desborda cualquier previsión.

Por otro lado, la ansiedad que arrastraba los últimos meses ha desaparecido. Estoy tranquilo, confiado, sereno y relajado. Supongo que, en el fondo, soy un tipo con suerte: me gusta trabajar. Y cuanto menos tiempo libre, menos paranoias.

Puede que esto sea a la vida lo que el fast food a la cocina, pero reconozco que es una manera muy cómoda de oxidar la vida.

29 junio 2006

Lo que se quiere decir no es lo que se dice

Hace unos cuantos días que me encuentro desaparecido. Mi vida se ha transformado en una jornada laboral de ejecución continua: levantarse, trabajar, comer algo rápido cerca de la oficina, trabajar y tomarse una cervecita con los compañeros de trabajo antes de caer derrengado en la cama.

La relación que mantengo con mi madre se fundamenta en una distancia de seguridad indispensable para conservar la calidad del vínculo. Ayer por la noche hablé con ella.

-Ahora que ganas más dinero deberías contratar una asistenta. Una vez por semana, para que te ayude con la casa...
-Mamá, hace tan solo unos meses, cobraba el doble, trabajaba lo mismo y tenía dos casas, una en cada ciudad.
-No seas así. Si yo lo decía por ti. Sabes que yo no te puedo echar una mano mientras no me jubile...

En ese momento se dispararon todas las alarmas. La familiar sensación de que le importaba un carajo el tema de la asistenta, de que lo único que quería era meter las narices en mi vida, volvió a tensar los nervios hasta su límite de rotura.

-... porque sabes que plancho muy bien. Quizá podría echarte una mano los fines de semana.
- No, gracias mamá.

Hubiese añadido unas cuantas perlas escogidas de mi repertorio. Pero ayer tuvo suerte, estaba demasiado cansado.

¿Cómo es capaz de circunloquiar con tanta devoción? ¿Aún no se ha dado cuenta de que la tengo muy calada?

Y después todo son quejas sobre mi mal humor...

25 junio 2006

Andropausia y cero de ocho

Nunca alcanzaré el Infierno. Por tercera vez en un año he tenido que darme por vencido. En esta ocasión ha sido una contractura, seguramente fruto del desgarro que tuve hace un par de meses, la que paralizó mi pierna derecha a 2.950 metros.




Un descenso renqueante bajo la intensa lluvia, el cuarto de hora bajo el ángulo de una roca mientras el granizo golpeaba la tierra con saña, esa empatía con el Captain Scott que rezumaba suspiros a flor de piel y el resbalón de cinco metros con parada fortuita me han convencido de que lo mío tiene que estar diagnosticado.

Leía algunos síntomas de andropausia asintiendo levemente con la cabeza. Cuando he llegado al punto 7 de la sección músculo/esquelético todo se ha aclarado.

FUNCIONES MENTALES
1-Fatiga mental o inhabilidad para concentrarse
2-Soñoliento o cansado en la tarde o temprano por la noche
3-Disminución de la atención
4-Cambio en la creatividad
5-Disminución de la iniciativa para iniciar nuevos proyectos
6-Disminución del interés en sus pasatiempos o hobbies
7-Disminución del deseo de competencia
8-Cambios en la memoria
9-Olvidadizo
10-Depresión
11-Sensación que el trabajo y el matrimonio han perdido su significado

MÚSCULO/ESQUELÉTICO
1-Dolores musculares y en articulaciones
2-Disminución de la flexibilidad
3-Disminución de la masa muscular, tono y fuerza muscular
4-Disminución de la energía fisica
5-Disminución en el rendimiento en los deportes
6-Dolor de baja espalda (lumbar) o dolor en el cuello
7-Contracturas musculares en las piernas (calambres)
8-Desarrollo de osteoporosis o artritis


Si no pude condenarme a ese ansiado pico es porque estoy andropáusico. Y esta es la única explicación factible.

22 junio 2006

Jornada laboral

2 horas trabajando en casa.
4 horas de copiloto en una tartana de quince años sin aire acondicionado, vestido todo mono con el traje, con un conductor con nueve dioptrías en un ojo y tres en el otro.
1/2 hora para engullir dos tristes platos en un restaurante de mala muerte.
5 horas de tediosa reunión en una anodina oficina.

[En ese momento tu jefe te informa de que te van a sacar del proyecto objeto de la reunión para que lo lleve otra persona]

4 horas de copiloto de noche, en la misma tartana y con el mismo conductor miope.

Y en mi empresa se preguntan por qué hay tanta rotación de personal.

Si no fuese por mi santa paciencia...

19 junio 2006

Nimiedades

Esta mañana mi brazo derecho se ha levantado algo inflamado. Tras revisar el fin de semana he acordado que no había nada que pudiese justificar ese entumecimiento. Conforme avanzaba el día la molestia se ha hecho más intensa. Y ya por la tarde me costaba mover el codo.

Mientras paseaba bajo la tormenta de tímidas gotas y bravucones truenos lo he comprendido. Los huesos astillados barruntan el agua. Son sensibles a los cambios de presión.

Siempre había creído que esto era tan solo una leyenda urbana. Una habilidad reservada a unos pocos privilegiados. Que nada tenía que ver con la física (química?) más elemental. Me equivocaba.

Y me pregunto, ¿cuántas de las cosas que no me creo serán ciertas? Quizá me falte curiosidad, interés o ganas. O tal vez es que estas cosas no tengan la más mínima importancia.

18 junio 2006

De dentro a fuera

Cuando uno sabe examinarse con detalle, descubre a menudo secretos de naturaleza inconfesable. O más bien, secretos que no merece la pena confesar. Porque su difusión tan solo generaría una alarma innecesaria y porque para los demás resultan irresolubles.

He oído en muchas ocasiones que mi falta de miedo y mi sangre fría me hacen parecer una máquina descarnada. Funciono aún a pesar de todo lo que tenga que ignorar. Almaceno cápsulas de dolor aisladas del estúpido objetivo de seguir viviendo, de que los demás sigan haciéndolo. Por eso no tengo miedo, porque me sé capaz de enfrentarme a lo que tenga que venir con la serenidad adecuada.

Pero algunas personas intuyen lo que expresan mis silencios. Y asienten ante mis confirmaciones verbales con la impotencia de observarme desquiciantemente cuerdo. No me ayuda expresar lo que ya conozco en voz alta, aunque me fascina que alguien sea capaz de atender a esa onda inaudible.

Parece que uno siempre es más transparente de lo que piensa. Por mucho que se empeñe en adornar la fachada con tupidos cortinajes de lana opaca.

P.D. Fui yo quien dejó el chupito de whisky tras el sofá, me vino a la memoria hace unos cuantos años. Pero después de tanto tiempo de misterio me daba vergüenza reconocer que cuando lo recogí, dos días después, ya no recordaba haberlo dejado allí.

15 junio 2006

El día en el que a Bartolo se le acabó la cuerda

En aquella época vivía en Esplugues, alquilado en una enorme casa ubicada en la esquina donde se reunían todos los vientos. La comisión convocó una reunión en el piso para poder evaluar los efectos alucinatorios del aire de Sovereign, la tasa media de evaporación diaria del whisky escondido tras un sofá y la resistencia del cristal del culo de los vasos de chupito al chocar contra el hormigón.

Los cinco investigadores reunidos dividieron sus zonas de descanso acordando que Russell dormiría solo, Raist compartiría habitación, que no cama, con Delegator y Bartolo dormiría conmigo, en la cama grande.

Tras una ardua jornada de experimentos y deliberaciones, ya de madrugada, cada cual se retiró a los aposentos asignados. Cuando llegamos a la habitación, Bartolo apostó que no era capaz de llegarme hasta la cama de Raist sin ser advertido y darle un mordisco en el culo. En respuesta a su desafío, comencé a reptar por el suelo en dirección a la habitación. Las luces estaban apagadas, Raist permanecía tumbado boca abajo sobre la cama en calzoncillos.

Cuando estaba a punto de lograr mi objetivo, me oyó y dijo sin levantarse de la cama: "Pow, lárgate a dormir, no seas capullo". Pero cometió dos errores básicos: no encender la luz y no variar su postura. Así que pude darle un buen mordisco en la nalga derecha con la impunidad que me otorgaba la oscuridad.

Raist se levantó de un salto, encendió la luz y se puso a gritar como un loco. Delegator se partía de risa sentado en su cama. A Raist nunca le gustaron las mariconadas, se consideraba un tío de pelo en pecho.

Al volver al cuarto Bartolo me miraba silencioso, con una sonrisa socarrona en sus labios. "Ahora es tu turno", le dije. "Vete al cuarto de Raist y ponte a cantar la lambada". Dicho y hecho, Bartolo se dirigió para allí sin dudarlo, reptando tan silencioso como lo había hecho yo hacía tan solo unos minutos. Unos segundos después escuché la desafinada lambada a volumen brutal. Comenzaba a reírme cuando la música se vio truncada por golpes y gritos de "!Muere, maldito Bartolo!"

Nada se podía hacer cuando llegué al cuarto de Raist. Éste había acabado con la vida del pobre Bartolo aporreándolo a patadas contra la puerta de la habitación. Lo recogí con cariño y me lo llevé a rastras hasta el cuarto. En ese momento supe que Bartolo nunca volvería a cantar la lambada.

No le guardo rencor a Raist por aquello. Fue la desafortunada respuesta a una broma pesada. Además Bartolo sigue conmigo, paralizado en una mueca de sorpresa y con el reloj parado marcando las dos y treinta y cuatro, recordándome con su mirada divertida que hubo un tiempo en el que estaba lleno de vida.


13 junio 2006

Lector más fiel

Hay tres razones por las que soy, sin lugar a dudas, el oyente más fiel de Kiss FM.

En primer lugar, me caí de un columpio de pequeño y me tuvieron que reconstruir una parte de cráneo con tungsteno.

En segundo lugar, la esquina de una mesa me partió los dientes de adolescente y me colocaron un fantástico puente de vanadio en la encía inferior.

En tercer lugar, he desarrollado la capacidad de atender a dos fuentes de información al mismo tiempo. A pesar de ser hombre.

Os estaréis preguntando qué tiene que ver todo esto con el hecho de considerarme el oyente más fiel de Kiss FM. ¿Habéis oído contar que hay personas que captan señales de onda con los dientes? Pues gracias a mi combinación de vanadio y tungsteno yo soy una de ellas. Y no es que mi inusual aparatito sea capaz de captar toda la frecuencia del espectro, es que encima está clavado en el 105.8. ¿Os imagináis lo que me costaba al principio atender a una conversación mientras Roxette me decía la buena pinta que tenía al oído? ¿O tratar de conciliar el sueño con Mecano celebrando aniversarios en Septiembre?

Ha sido un proceso duro. Pero lo he conseguido. Veinticuatro horas al día de Kiss FM y una vida normal. Si por normal entendemos una persona que es capaz de ponerse en modo karaoke en las situaciones más insospechadas, claro ;-)

Kiss FM sortea un viaje de una semana a Italia para dos personas en hoteles de lujo. Este ha sido el texto que he enviado. Las oportunidades de que sea el afortunado son mínimas, pero aún con todo os hago una propuesta.

Aquel que dé los tres motivos más originales por los que debería acompañarme en el supuesto viaje a Italia ganará ese hipotético billete sobrante.

Espero vuestras propuestas :)

12 junio 2006

Sonrisa compulsiva y obsesión sin medida

Estaba escribiendo sobre las miserias de un lunes azotado por el agotamiento. Me he levantado de la silla, he bebido un vaso de zumo de pomelo y al volver he visto con claridad a un capullo atormentado. Ha bastado una sonrisa.

Hoy no puedo con el alma, pero mañana iré a buscar un piolet ligero para poder pasearlo a gusto por la montaña y un saco de dormir de verano. Si ayer sostenía que eso es lo que más me importa en este preciso momento, hoy nada ha cambiado. Pase lo que pase.

Y después de los ocho tresmiles en dos días me inventaré un nuevo reto. Para seguir soñando despierto. Para evadirme de todo lo que jamás ha importado.

Si quieres, puedes. Aunque nunca se tiene la cortesía de especificar el esfuerzo necesario para que la yuxtaposición sea válida. De arañazos está la piel bordada, que no quiero que el sol deslumbre con la tersura de un envoltorio impoluto.

Siempre es carpe diem. A pesar del traidor ultraje maquinado incesante por la perezosa memoria.

11 junio 2006

Replanificando

Las barbacoas en el pueblo se han convertido en un funeral. En la sobremesa solo se habla de temas lúgubres. Nuestra familia está jodida. Y eso me está afectando.

Ayer estuve pendoneando hasta las siete de la mañana. En toda la noche articulé unas veinte frases, lo cual resulta muy extraño teniendo en cuenta mi habitual verborrea. Desde que hice la propuesta de no emborracharme ni entrarle a chicas que no me interesasen, no me he emborrachado ni le he entrado a mujer alguna. Supongo que sólo sé actuar en los extremos.

Han sido unas semanas de aislamiento y desilusión. Quizá el cambio de trabajo ha afectado mi rutina más de lo que había planeado. Pero sé que nada de lo externo va a cambiar mi situación. He estado pensando en un plan alternativo, en una generación de futuros deseables que me saque de este absurdo estupor veraniego.

La semana que viene me desintoxicaré mentalmente de todos mis miedos. Y la próxima planeo un viaje que me motiva, que vuelve a reavivar las tenues brasas de mi deseo. El sábado subiré los tres Infiernos, dormiré en un balneario y el domingo me encaramaré al Garmo Negro. Es reciente y extraña la pasión de vencer montañas. Pero ahora es lo que me hace soñar.

Olvidados los planes que dependen de otros, las expectativas a medio plazo, me centro en lo que puedo hacer ahora. Y en lo que desearía hacer ahora. Aprovechar el momento, oxidar la vida con apremio. Al final, es lo único que cuenta.



09 junio 2006

Windows Vista Beta 2


Es cierto que el ordenador va mucho más lento que antes, que se cuelga bastante a menudo, que tendré que reinstalar todos mis programas, que he perdido la tarde del viernes en la instalación y que no hay nada nuevo ni sorprendente.

¡Pero es tan bonito!

:)

08 junio 2006

A la fuga (y 7)

Copié los capítulos anteriores de la autobiografía de Alberto Comensales, un funcionario de baja gradación que aprovechaba sus tardes de asueto para transcribir en su cuaderno de hojas cuadriculadas las historias, reales o imaginarias, de las que os he hecho partícipes. Esto es lo que nos cuenta en las primeras hojas de ese cuaderno.

El caso es que el cuaderno enmohecido resulta algo ilegible a partir del capítulo seis, tal vez por haber aguardado su liberación dentro de una caja de cartón almacenada por largo tiempo en algún trastero mal ventilado. Os resumiré pues el desenlace de esta historia con mis propias palabras.

El en capítulo siete Alberto nos cuenta la conversación que mantuvo con su madre en la sobremesa de una de sus cotidianas comidas dominicales. Es un diálogo a brazo partido, en el que él pugna por hacer entender a su madre que el intento de convivencia con Sandra no alberga aspiraciones de perpetuidad, le echa en cara su cristianismo de escaparate y la obliga a aceptar una situación de hechos consumados. La madre monta un numerito adornado por algún que otro taco soez, exhibe sus mejores técnicas de chantaje emocional y le muestra una rabia que revienta pus por cada uno de los poros. La frase que da comienzo al capítulo me pareció cargada de una socarrona ironía intrínseca a la manera de actuar de Alberto.

-Sandra se ha venido a vivir conmigo.
-Hijo, ¿no te estarás precipitando? ¡Si sólo la conoces desde hace un par de meses!
-En realidad la conozco hace bastante menos, pero el hecho de que esté embarazada ha precipitado un poco las cosas...

En el capítulo ocho Alberto recorre el proceso de gestación a través de escenas impregnadas de una absurda ternura. Recuerda la noche que pasaron en vela jugando a las cartas, con las pausas necesarias para que Sandra vomitase y lo acusase de tramposo a la vuelta del baño. El paseo nocturno con escala en siete bares para conseguir unas anchoas en salmuera que Sandra nunca llegó a probar. Los tres viajes perfectamente organizados al hospital consecuencia de tres falsas alarmas. Y el viaje definitivo en el que nada estaba previsto. Al final del capítulo, Alberto observa en los emocionados ojos de la abuela como ésta termina por aceptar en la familia a la pequeña Aurora en el preciso momento en que la acuna en brazos.

En el capítulo nueve Sandra nos sorprende con una confesión ahogada por una desesperación abundante en efluvios acuosos y salados. Alberto dialoga con ella para llegar a la conclusión de que no tiene por qué cambiar nada. Le pregunta si sigue disfrutando de sus charlas peripatéticas por el parque, si ha dejado de sentir la emoción de la complicidad silenciosa y si el tiempo compartido ha perdido algo de su lozanía. Las respuestas de Sandra la convierten en adelante en una consentida sin requemores. Alberto remata el episodio con una pincelada de la cercanía que ocasiona la dedicación a su hija. Aurora le pregunta por qué mamá falta tantas noches a la hora de la cena. Y Alberto, como buen padre, le miente mientras empuja con suavidad una cucharada que la mantenga callada.

El capítulo diez es una letanía de tristeza. Sandra decide abandonarlo por un repeinado gerente de escaso poso y afilada nariz. No hay mucho que se pueda expresar acerca de estos agrios párrafos. Tan sólo podría decir que suenan como el rasgado canto de un ave fénix antes de su postrera consumación. Las últimas frases del cuaderno muestran a Alberto mirando al río. Su pensamiento vacío se funde con el puente, ése que ve pasar tanta agua a su través sin atreverse nunca a cambiar la postura.

Aquí acaban las aventuras de Alberto Comensales, un tipo del que conocí por casualidad, a través de su ajado cuaderno de hojas cuadriculadas. Y al que ahora vosotros habéis encontrado a través de mis letras. Si algún día la casualidad lo cruza en mi camino, tal vez le pregunte qué fue de Sandra. Y qué fue de él.


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06 junio 2006

Transitividad

En la oficina me tratan como a un hermano pequeño. Me pasaron el portátil de alguien que lo sustituyó por uno más moderno. Hoy me han dado el móvil que usaba hasta ahora la persona que se ha quedado el que habían comprado para mí. Incluso los proyectos que me asignan son heredados (o, más bien, desheredados, pero esto se sale un poco del tema).

Yo lo miro todo divertido, sonriendo extasiado cuando se me concede la oportunidad de estrenar algo que ha sido desdeñado por otro. Comienzo a cogerle cariño a esta recogida paulatina de objetos descartados. Y como no acabo de encontrar mi sitio en la empresa, he pensado que debería solicitar un nuevo cargo diseñado a mi medida: Reciclador de Deseos Extintos (RDE, en informática las siglas son esenciales, ya os contaré otro día). Tal vez mañana hable con mi jefe y se lo proponga.

Lo que me recuerda que me ha llamado mi ex-jefe. Hemos estado intercambiando bromas al teléfono durante casi una hora. Las risas que nos hacíamos antes todos juntos. ¡Qué fácil era y qué tedioso resulta! El viernes he quedado a comer con él. Espero que invite. Yo llevaré las risas.

Aunque tal vez, después de todo, no haya más viernes. Porque según he leído en algún que otro blog el mundo se acaba hoy. En ocasiones no ver la tele ni leer los periódicos lo deja a uno desubicado. Supongo que alguna teoría cabalística habrá alineado los astros para que el momento de desaparición esté marcado por esta fecha. Por si acaso, me beberé un par de cervecitas, me fumaré tres o cuatro cigarros, me asearé con esmero y me acostaré temprano. No me imagino lo que podría ser la eternidad desaliñado, sediento, cansado y con un mono de nicotina bailoteando a mi alrededor sin cesar.

05 junio 2006

A la fuga (6)

La semana que siguió a aquella noche de confesiones sonoras e inaudibles transcurrió en el tiempo que dura un compás desmañado. El lunes Sandra cenó en casa de Alberto, con el ronroneo de la televisión inmiscuyéndose entre los resquicios de sus palabras. El martes Alberto cenó en casa de Sandra, con el silencio de la bóveda estrellada alimentando las pausas consagradas a la respiración. El miércoles Sandra fue a nadar a la piscina y llenó sus oídos de húmedo vacío, Alberto corrió unos cuantos kilómetros y la sinfonía de una voz le susurró empalagosas rimas en los aledaños colindantes a sus tímpanos. El jueves compartieron un menú de ensaladas encaramados a altos taburetes al son de un ruido discorde. El viernes los efectos especiales de una película de superhéroes empaparon el interior de sus cavidades auditivas con aspiraciones de reminiscencias futuras.

Alberto se sentía a gusto cuando estaba con Sandra. Aunque le resultaba extraño besar en la mejilla a la madre de su hijo, acompañarla como un amante de los de antes hasta la puerta de su casa y despedirse con una sonrisa melancólica teñida de deseos de mañana.

Ella disfrutaba de aquella sensación de noviazgo en ciernes, paseando por una ciudad que los había adoptado como ciudadanos exclusivos. Nunca se había sentido tan calada de otra persona, la existencia periférica se diluía cuando estaba con él. El tiempo discurría en una dimensión nunca antes imaginada. Se estaba enamorando sin poder evitarlo. Y le encantaba.

Juntos descubrieron el placer de compartir un cigarro en cualquier banco del parque mientras la luz se extinguía en grados de pereza, la extravagante combinación de sabores formada por los piñones y la calabaza, los más resguardados escondites que la ciudad ofrecía a aquel que tuviera el valor de descubrirlos y la depreciada impresión de nunca tener prisa.

Aquel sábado, un inocente gesto de cercanía irreprimible reavivó el incendio que los había convertido en cenizas de madrugada. Y la memoria se impregnó de todo lo que en otra ocasión le había sido birlado por el aturdimiento.

El domingo, mientras remoloneaban en el fotograma de un abrazo, las sábanas les exigieron no volver a separarse. Se sintieron tan felices y cobardes que no tuvieron más remedio que acatar la orden de no volver a abandonarse.

Y así es como comenzaron a componer su revisión de cruz de navajas, engañando al solapamiento de los turnos con pícaras jugarretas de patio de colegio y congelando la sonrisa estúpida que se dibujaba insolente en sus rostros cuando la evaporación de la nostalgia empañaba la mirada.

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04 junio 2006

Duermevela

Ayer llegué rendido después del viaje. Ni siquiera me apetecía salir. Acompañé una película de DVD con una abundante cena y un refrescante vino. Me acosté temprano, aunque no tenía sueño.

Escuchaba la radio de madrugada, en un estado de vigilia sostenida, cuando se manifestó aquella extraña experiencia. Sentí un temblor que parecía producto de un terremoto localizado en mis piernas. De repente era incapaz de moverme. Mi cabeza luchaba por enviar señales a mis músculos sin conseguirlo. En ese instante, comencé a sentir una atenazante presión sobre mí.

La desorientación obligaba a mi cerebro a localizar la cama en la que me encontraba. Imágenes de habitaciones en las que una vez durmieron mis familiares ya desaparecidos se sucedían sin encontrar el sentido. No sabía dónde estaba.

Empecé a sentir un tirón en el hígado, como si alguien quisiese extirpármelo a través de la piel. A continuación una creciente opresión en la parte izquierda de la garganta me hizo boquear. Controlé a duras penas la inapelable tentación de abrir los ojos. Con esfuerzo conseguí ordenar a mis brazos que se abriesen hacia los lados porque no había manera de que se despegasen de mi torso. Mis riñones obedecieron las órdenes para incorporarme. Y la sensación desapareció de súbito.

Me he negado a abrir los ojos. La radio seguía sonando de fondo. Y una alarmante percepción de vacío me ha provocado un miedo irracional. Me he quedado acurrucado en el lado izquierdo de la cama, huyendo de la experiencia que acaba de asaltarme en el lado derecho. Poco a poco el miedo ha ido remitiendo y he conseguido dormirme.

Tal vez, alguno de mis familiares muertos, ha tratado de enviarme un mensaje. Es posible que estén preocupados por mi salud. O tal vez sólo era un alma en pena con deseos de atormentar al alguien. Nunca lo sabré. Porque, en el fondo, después de todo, quizá se haya tratado tan solo de un sueño. Tan real que me ha dejado una quemazón en la conciencia que ha resistido la luz del día.

03 junio 2006

Cada loco con su tema

Bruselas. Review Meeting en la Comisión Europea.

Uno espera encontrarse con edicifios señoriales, responsables personas con aire de distinción y elevadas charlas acerca de la optimización de las líneas de desarrollo europeas. Sin embargo, las instalaciones transmiten ese sabor de campus descuidado con aspecto funcional (esa es una palabra suya, la mía sería deprimente), los funcionarios son grises burócratas con aspecto cansino y en los pasillos solo se habla del mundial de fútbol.

Seis personas trajeadas se sientan frente a otras seis personas no menos peripuestas. Los socios del consorcio formado para la realización del proyecto se agrupan en dos bandos. Aunque a mí me toca en el lado de los buenos, cuando reviso la composición del equipo rival me tienta la idea de colocarme al lado de esa espectacular belga rubia, que debe de ser pariente de la estrella de acción, para reafirmar con estúpidos asentimientos de cabeza cualquier palabra que salga de su boca. Al final me quedo al lado de mi autómata de mensajes repetitivos. Supongo que por timidez.

Los tres representantes de la comisión presiden la mesa en forma de U. Han estado estudiando las más de mil páginas del informe durante los últimos meses. En su agresiva presentación muestran su preocupación por el alcance de la dimension transeuropea del proyecto. Me asaltan las dudas. ¿Estarán hablando de algo realmente serio? Asumo que el problema es que no entiendo bien el idioma, porque que hay en juego unos cuantos millones de euros.

Ver, oír y callar. Eso es lo que me dijo mi jefa. Así que me escondo el último, en el lateral más alejado, observándolos a todos sin abrir la boca. Observo con atención el comportamiento de los demás. Parece que es indispensable abrir el portátil y dejarlo conectado delante de uno. Para rematar la faena hay que evitar hacerle el menor caso durante toda la reunión. Asumo que es una especie de pacto secreto para que la iluminación herziana conjugue un ambiente más amigable. Decido dejar el portátil en la bolsa para no hacer ruido, ya es suficientemente difícil entenderlos a todos sin ruidos adicionales.

Comienza el interrogatorio y los miembros del consorcio van capeando el temporal. Un par de entidades bancarias, tres representantes de grandes compañias de hardware, el comité de la banca europea y nosotros, los especialistas. Se me empieza a ir la cabeza, justo cuando estoy en una profunda fase de pormenorizado estudio de los zapatos de la belga, un representante de la comisión nos lanza una enrevesada pregunta y mi jefa me mira con los ojos muy abiertos. Ni siquiera he escuchado lo que nos preguntaban. Mi jefa asume que no he sido capaz de entender el cerrado acento mediterráneo del miembro de la comisión y me apunta algo en un papel. Lo leo pero sigo sin entender nada. Niego con la cabeza. Estás sola, compañera. Ella realiza una argumentación sin sentido acerca de algo que no tenía nada que ver con la pregunta y el inquisidor se da por satisfecho. Me doy cuenta de que él tampoco ha entendido absolutamente nada.

Con el tiempo comienzo a comprender que todo es un juego de toma y daca. Que en realidad nadie está interesado en el proyecto, que lo único que se persigue es justificar que todo ese dinero va a ser entregado por la Comisión Europea sin rechistar. El planteamiento del trabajo hace aguas a mansalva, tan solo son dos proyectos de grandes entidades bancarias que tratan de ser maquillados con una burda pintura de mercadillo para aparentar un interés por la convergencia de los sistemas europeos. A mí me parece ridículo. A los miembros de la comisión también, pero ellos son más discretos. Así que utilizan sofisticados giros técnicos para que alguien confiese el engaño. Sin el menor atisbo de éxito. Hay mucho profesional de la retórica en esa mesa.

Alguien que no había hablado en toda la reunión comienza a exponer ideas en un tono paternal ante el que todos asienten con sonrisas de reconocimiento. No consigo entender la mayoría de lo que está diciendo. Ese tipo no tiene ni idea de hablar inglés, me digo. Le pregunto a mi jefa por lo bajo quien es. Me contesta que es el responsable de una empresa londinense. En ese momento es justo cuando comienzo a entenderlo. Por lo visto es el único que habla inglés de verdad.

La comisión presiona al banco europeo esgrimiendo la inconveniencia de realizar una implantacion a nivel global con la base de un proyecto piloto experimentado con siete usuarios durante tres meses. La compañera belga argumenta con orgullo: "No es la primera vez que nuestro banco lo hace". Esa espontánea muestra de contumacia me hace sentirme por primera vez en mi vida europeo.

Tras esa inapelable sentencia, los miembros de la comisión se retiran para deliberar. Nosotros nos vamos a comer a uno de los tristes bares que se dispersan por los edificios de la Comisión. Remuevo en el plato los componentes del plato del día mientras los demás engullen a toda prisa el engrudo. No hay postre, no hay pausa para el café. Hay que volver a trabajar. Con treinta y dos minutos es más que suficiente.

Los resultados son más prometedores de lo que temía. Por lo visto, con rehacer tres o cuatro entregables la Comisión se dará por satisfecha. Pero los socios no están contentos, piensan que su trabajo no admite vuelta de hoja. Ellos son los que llevan las riendas de la tecnología en Europa y la opinión de unos tristes funcionarios de tres al cuarto se la trae el pairo.

Confío en que la próxima vez tenga carta libre para poder decir un par de cosas. Que caso no me van a hacer, pero me quedaré de lo más descansado. Aunque para ello debería centrarme más en la conversación. Tal vez pida que no me coloquen delante distracciones tan llamativas. Más que nada, por el bien de Europa.

01 junio 2006

A la fuga (5)

Alberto y Sandra estaban sentados en el sofá. Sus manos aún seguían enlazadas, aunque las palabras habían dejado de sonar. Se miraban. Y tan solo hicieron eso durante dos eternos minutos.

-Soy demasiado impulsiva, lo sé. Hoy pasé por tu puerta y no pude evitarlo. Llamé sin pensar. Ni siquiera sabía qué te iba a decir...

Alberto maldecía esa extraña habilidad innata que lo condenaba a cagarla. Porque si había una mínima posibilidad de cagarla, Alberto la cagaba. Podría regodearse en su incierta fortuna o en una oculta conjura tramada por perversos hados, pero nada de eso servía ahora. Sandra, aquella desconocida a la que cogía la mano, estaba embarazada. Y, por lo visto, él era el responsable.

-Disculpa si he sido tan brusca, pero estaba tan nerviosa... Ya tengo 34 años. Siempre quise ser madre, aunque nunca haya encontrado a nadie con quien quisiera serlo. Ahora la suerte me ha regalado esta oportunidad. Y no voy a desaprovecharla. Quizá, después de todo, esta sea la solución que buscaba. Pero no te preocupes, que no he venido a pedirte nada. En realidad, nunca he necesitado nada de nadie. Me las arreglo muy bien yo solita. Supongo que lo que me ha traído aquí ha sido el deseo de que mi hijo tuviese un padre. Una familia. ¡Cómo me dolería tener que privarle de todas esas cosas!

Él supuso que sería demasiado pronto para sugerir una prueba de paternidad. Porque existía la posibilidad de que la ofendiese de por vida. Pero le resultaba extraño que ella estuviese tan segura. Tal vez lo había escogido porque le había parecido un tipo sensato. Quizá tan solo estaba intentando cargarle el muerto. Por otro lado, él también quería ser padre. Era algo a lo que nunca había querido renunciar. Y, si podía construir una relación con Sandra, un hijo tampoco sería un problema. Sería bonito vivir a su lado el embarazo. Acompañarla en ese atípico proceso lo atraía de una manera siniestra.

-Llevo muchos años siendo independiente, viviendo mi vida... Ya había perdido la ilusión del amor. De sentirme viva. Pero contigo, el otro día, me sentí tan a gusto en tan poco tiempo... Todo parecía encajar sin esfuerzo. Te comportabas como si me conocieses de toda la vida. Y la maldita ilusión volvió a renacer. Quizá sea una estúpida por creer todavía en los cuentos infantiles. Pero no me resigno a conformarme con lo que conozco. Quiero más. Quiero mucho más...

Alberto se imaginó a sí mismo proponiéndole que se fuese a vivir con él. Pero no quería asustarla. La tentación de asistir a la gestación de su hijo era cada vez más imperiosa. Tal vez acabasen tan solo siendo amigos o es posible que llegasen a odiarse. Pero nada se perdía por intentarlo.

-Dime que lo intentaremos, que vamos a darnos una oportunidad. Aunque tan solo seamos un par de extraños sentados en un sofá. No tenemos nada que perder...

Lo único en lo que podía pensar era en retenerla a su lado. Como fuese. Necesitaba amarla. Aún con el miedo atenazando sus pensamientos, la posibilidad de volver a perderla lo obligaba a lanzarse sin red, sin paracaídas y sin perspectivas. La vida estaba gritándole desgañitada. Y no se quería hacer el sordo.

-Ya es tarde, quédate a dormir -sugirió Alberto por toda respuesta-. Mañana ya pensaremos en lo demás.

Se fueron quedaron dormidos tumbados en el sofá, envueltos en la calidez de un abrazo indescifrable. Sandra se acurrucó en su pecho exhausta. Había expulsado en unos minutos todos los demonios que la habían atormentado durante aquellas semanas. Alberto había vuelto a recuperar la ilusión. Su mundo volvía a tener sentido. La ilusión pintaba en su mirada azarosos trazos de destino posible.

Si alguna de aquellas figuritas del salón hubiese tenido alma, los hubiese mirado pensando que aquello era tan solo otra de tantas noches. Que la cotidianeidad de los durmientes solo podía ser alcanzada a través de una experiencia cultivada por un extenso y trabajado proceso de conocimiento mutuo.

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