08 junio 2006

A la fuga (y 7)

Copié los capítulos anteriores de la autobiografía de Alberto Comensales, un funcionario de baja gradación que aprovechaba sus tardes de asueto para transcribir en su cuaderno de hojas cuadriculadas las historias, reales o imaginarias, de las que os he hecho partícipes. Esto es lo que nos cuenta en las primeras hojas de ese cuaderno.

El caso es que el cuaderno enmohecido resulta algo ilegible a partir del capítulo seis, tal vez por haber aguardado su liberación dentro de una caja de cartón almacenada por largo tiempo en algún trastero mal ventilado. Os resumiré pues el desenlace de esta historia con mis propias palabras.

El en capítulo siete Alberto nos cuenta la conversación que mantuvo con su madre en la sobremesa de una de sus cotidianas comidas dominicales. Es un diálogo a brazo partido, en el que él pugna por hacer entender a su madre que el intento de convivencia con Sandra no alberga aspiraciones de perpetuidad, le echa en cara su cristianismo de escaparate y la obliga a aceptar una situación de hechos consumados. La madre monta un numerito adornado por algún que otro taco soez, exhibe sus mejores técnicas de chantaje emocional y le muestra una rabia que revienta pus por cada uno de los poros. La frase que da comienzo al capítulo me pareció cargada de una socarrona ironía intrínseca a la manera de actuar de Alberto.

-Sandra se ha venido a vivir conmigo.
-Hijo, ¿no te estarás precipitando? ¡Si sólo la conoces desde hace un par de meses!
-En realidad la conozco hace bastante menos, pero el hecho de que esté embarazada ha precipitado un poco las cosas...

En el capítulo ocho Alberto recorre el proceso de gestación a través de escenas impregnadas de una absurda ternura. Recuerda la noche que pasaron en vela jugando a las cartas, con las pausas necesarias para que Sandra vomitase y lo acusase de tramposo a la vuelta del baño. El paseo nocturno con escala en siete bares para conseguir unas anchoas en salmuera que Sandra nunca llegó a probar. Los tres viajes perfectamente organizados al hospital consecuencia de tres falsas alarmas. Y el viaje definitivo en el que nada estaba previsto. Al final del capítulo, Alberto observa en los emocionados ojos de la abuela como ésta termina por aceptar en la familia a la pequeña Aurora en el preciso momento en que la acuna en brazos.

En el capítulo nueve Sandra nos sorprende con una confesión ahogada por una desesperación abundante en efluvios acuosos y salados. Alberto dialoga con ella para llegar a la conclusión de que no tiene por qué cambiar nada. Le pregunta si sigue disfrutando de sus charlas peripatéticas por el parque, si ha dejado de sentir la emoción de la complicidad silenciosa y si el tiempo compartido ha perdido algo de su lozanía. Las respuestas de Sandra la convierten en adelante en una consentida sin requemores. Alberto remata el episodio con una pincelada de la cercanía que ocasiona la dedicación a su hija. Aurora le pregunta por qué mamá falta tantas noches a la hora de la cena. Y Alberto, como buen padre, le miente mientras empuja con suavidad una cucharada que la mantenga callada.

El capítulo diez es una letanía de tristeza. Sandra decide abandonarlo por un repeinado gerente de escaso poso y afilada nariz. No hay mucho que se pueda expresar acerca de estos agrios párrafos. Tan sólo podría decir que suenan como el rasgado canto de un ave fénix antes de su postrera consumación. Las últimas frases del cuaderno muestran a Alberto mirando al río. Su pensamiento vacío se funde con el puente, ése que ve pasar tanta agua a su través sin atreverse nunca a cambiar la postura.

Aquí acaban las aventuras de Alberto Comensales, un tipo del que conocí por casualidad, a través de su ajado cuaderno de hojas cuadriculadas. Y al que ahora vosotros habéis encontrado a través de mis letras. Si algún día la casualidad lo cruza en mi camino, tal vez le pregunte qué fue de Sandra. Y qué fue de él.


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13 comentarios:

susej dijo...

Ya imaginaba que la historia no acabaría bien, agridulce, triste con salpicaduras de pequeña felicidad, temporal, repleto de cambios.....no sé, si no era tuyo lo hiciste tuyo, aunque el cambio de ritmo para precipitar el final casi indica que te falte tiempo, o quizás es una ligera visión malalechera ;)

isterica dijo...

Claramente el que ha redactado esto está de parte de Alberto Comensales.

Buttercup dijo...

Esta es sin duda la mejor parte, a lo Goldman.

Azena dijo...

sí, butt tiene razón, esta es la mejor parte, has conseguido que me lo crea... ¿o es cierto? ay, qué lío, si es tuyo eres un genio... si no lo es, admiro tu sensibilidad...

Para, creo que voy a vomitar dijo...

La cosa no tendría gracia con un final feliz, verdad? ;)

HELEN -Mamá In Design- dijo...

Mmmmm que triste ¿no?

Ahora me quedo con esa especie de incertidumbre de que pasó realmente.

Y esa foto... esa mirada es... uffff

Isthar dijo...

Si quieres te digo yo lo que pudo ser de ellos... si no, sigue el rastro de tus dedos ;)

Nadia dijo...

Totalmente de acuerdo con isterica, vaya visión subjetiva

ORACLE dijo...

cada uno de los blogs es un cuaderno dejado al azar

Miada dijo...

Desde luego el final pone una estupenda guinda al pastel...

Un beso.

Anónimo dijo...

Digais lo que digais a mí me gustan los finales felices. Son tan irreales...
Mira que lo siento.
Besos dorian.
Mamen

Shh... dijo...

Me ha gustado el final de tu pasión de gavilanes :)
besos!

Unknown dijo...

....por que todo el mundo tenía la sensación de que la cosa acabaría mal?.... vaya mala prensa que se ha buscado!.... en fins, como la vida misma, no?.... piense en positivo....