31 octubre 2006

Bye

Me marcho.
Ya no me gusta escribir aquí.
Me voy a hacerlo en otro lado.
Nos veremos.

30 octubre 2006

Impersonado*

Me siento extraño. Como si lo que me rodea no fuese conmigo. Me imagino tumbado en el sofá mientras miro como pasa la vida detrás del vidrio del televisor. Estoy atrapado en un delirio tangente a la realidad, creando un mundo aislado de una sola estancia.

¿Es real lo real? ¿O solo es así porque nos hemos convencido de que así sea?

* Sé que no existe la palabra "impersonado", así como que paraguas no lleva diéresis, pero es la que más identifica en mi cabeza este estado.

25 octubre 2006

There's a fine fine line (Avenue Q)


Carpe diem

Hoy vacío tañidos huecos de karaoke
sobre la tabla de windsurf,
ajeno al oxígeno
que zarandea mis pulmones.

Mañana ya paladearé un jugoso sándwich
con las exhaustas fugas de cristales kamikazes
quebradas como amenaza
entre mis cuerdas vocales.

23 octubre 2006

Pangramas

He visto una zarigüeya que dibujaba fácilmente kiwis pixelados.

Tan zaherido está ya en su orgullo, que Windows flirtea bajo kilómetros de cepas de axones virtuales.

Abreviar es exquisito cuando el fugaz tiempo es ahijado de webs y kedadas.

Huye de ese extraño azar, porque allá viene Baco gafado y mojado de whisky.

Una hazaña que haya años de vino excelente mientras Washington bloquea con su kaleidoscopio fijo.

Son como kilos de azufre exangüe que me ahuyentan bajo un show de sueños privados.

Gracias por el chivatazo, Tumi ;-)

22 octubre 2006

Sin dedos en los pies ni falta que le hacen

Supongo que Reinhold Messner no se puede considerar un héroe mediático, pero fue mi ídolo durante muchos años. Entre otras hazañas, Reinhold fue el primero en coronar los catorce ochomiles, el primero en escalar el Everest sin oxígeno y el primero en cruzar a pie la Antártida (2.800 kilómetros en 92 días a 40 grados bajo cero tirando de un trineo de 100 kilos).

Hoy he tenido el privilegio de conocerlo en persona, durante una charla que ha dado esta tarde en mi ciudad. Reinhold es una leyenda viva, un hombre cabal de sesenta años que ha vivido siempre fiel a un principio fundamental: "cuando alguien me decía que una de mis ideas era imposible, más motivado me sentía para llevarla a cabo". Quizá tuviese algún antepasado aragonés este montañero tirolés.

Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención es que durante la charla no ha incidido en sus victorias, alegando con elegancia que todos los que estábamos allí las conocíamos de sobra. Ha tenido el exquisito cuidado de detenerse en cada una de sus derrotas. En lo que los fracasos le habían enseñado.

He leído muchos de sus libros, he admirado sus conquistas y he envidiado su inacabable capacidad para simplificar los retos, para afrontarlos de una manera racional y desapasionada. Esta tarde, en hora y media de charla, he comprendido que su destreza trasgrede los límites de lo físico. Sus palabras, modestas y bien elaboradas, encierran un encanto que produce una honda sensación de aprecio.

"Nunca he creído en los fanatismos. Los fanatismos no son una buena manera de acercarse a las cosas. A ninguna cosa". Esta frase, con la que ha contestado a la insidiosa pregunta de un imberbe poco avezado, la considero tan mía como suya.

Y es que hoy, ahora, Reinhold vuelve a ser mi héroe.

21 octubre 2006

En la cinta transportadora



¿Recuerdas a aquella camarera, Susej? ¿Te acuerdas de Patricia?

Esta mañana, en el Mercadona, nos hemos perseguido por los pasillos, adelantándonos conforme consumíamos nuestro tiempo de manera dispar en las secciones. Al llegar a la caja, ella se ha colocado detrás de mí. Ambos nos hemos reconocido. Ambos hemos guardado silencio.

Ha mirado mi compra mientras la ponía encima de la cinta. Me pregunto si habrá pensado que los danoninos y los huevos de chocolate eran para mis hijos o si lo habrá asociado a un infantil capricho de soltero. He estado tentado de pagar en metálico, avergonzado al sacar mi tarjeta de Mercadona. Después me ha mirado cargar el carro mientras ella salía por la puerta con sus bolsas de plástico.

No sé por qué no le he dicho nada. No sé por qué el hecho de verla en el supermercado, comprando un sábado por la mañana, me ha resultado atractivo. Tal vez la próxima vez que nos encontremos me esfuerce algo más en conocerla. Quizá nunca nos volvamos a ver.

19 octubre 2006

Un pequeño paso para el hombre

La paciencia es imprescindible para la recuperación de un enfermo. Y es una cualidad que ha de cuidarse tanto desde el propio enfermo como desde los que lo rodean. Tanto ellos como el enfermo desearían que volviese a correr de nuevo, que de un día para otro se levantase de su postración y comenzase a trotar como solía.

Si el enfermo, motivado por sus propias ansias o inducido por los ánimos de otros, trata de reponerse ahorrándose las fases intermedias solo conseguirá sentirse frustado y agravar su dolencia. No conviene despreciar los intermedios. Las heridas mal curadas siempre perduran.

Lo cierto es que yo ni siquiera estoy enfermo. Tan solo me encuentro un poco lesionado. Pero soy consciente de mi lesión. La conozco demasiado bien.

Hoy, haciendo caso omiso de mí mismo, evadiéndome de las palabras de los demás, he comenzado a creer en mi curación. Ha sido una ridícula tarea doméstica, un hábito que me era imposible recrear desde hacía tiempo. Pero me he sentido feliz. Por haber pensado en hacerlo. Por haber sido ser capaz de llevarlo a cabo. Me siento feliz porque hoy, aunque sepa que todavía me quedan unos cuantos tropezones, he dado mi primer paso.

18 octubre 2006

Interior de una sombra

Me quedo para inventarnos enredados al insomnio.
Para (a)prenderte el corazón.
Para que me leas en braille.


Mamen nunca escribió con palabras. Lo que fluye a través de sus dedos son susurros de alma enamorada. Detalladas instantáneas que capturan secretos de diminuta intimidad. Con una fuerza tan original como evocadora traslada a la conciencia del lector imágenes de sentimientos de dimensiones impensables.

Su libro Interior de una sombra es una colección de suspiros y sutileza. Un elegante compendio de todo aquello que no se sabe decir. Una habitación en penumbra en la que sentarse a escuchar respiraciones a destiempo. Un placer irrenunciable.


Gracias, Mamen.
Con golondrinas y MP3, siempre.

16 octubre 2006

Ausencia

En ocasiones me pregunto por los silencios. No por los míos, que a éstos los conozco de sobra. ¿Por qué los silencios de los demás?

Tal vez ella haya descubierto una nueva y absorbente pasión por las fotografías en sepia o quizá él esté demasiado cansado como para alcanzar a pararse entre el ajetreo que envuelve al cambio. Hay tantos motivos como personas. Es posible que incluso haya más.

Hace tiempo mi espacio en la blogosfera era una familia interactiva, un intercambio incesante de sensaciones, experiencias, relatos, palabras, compañía... Ahora todo se ha vuelto más frío, casi se diría, que más "profesional".

En ocasiones sueño que algunos personajes maduran. Que los amigos imaginarios yacen marchitos, enredados en las sombras de los soportales. Que, al final, la mayoría de las soledades han dejado de ser protagonistas de tanta vida estrangulada.

15 octubre 2006

Desnudez social

-¿Nos vamos a ir ya? ¿O qué? Llevas todo el puto día mirando la tele...

Mi vecina le ha ladrado este arrumaco a su novio hace un rato. Lo he oído tumbado en mi sofá, mientras leía fascinado como Miranda le hacía la vida imposible a Andy con sus absurdas exigencias y la Torroja desgranaba añoranzas de antiguos amantes.

Ayer comimos un bocata de calamar bravo tumbados sobre la hierba de la plaza, berreamos como quinceañeros enloquecidos las canciones de Mecano en el Paseo, continuamos berreando y charlando en los bares, acompañados por la justa medida de cerveza y nicotina. Y nos retiramos a una hora prudente, con la noche todavía sobre nuestras cabezas, caminando sin prisa por las atestadas calles de la ciudad.

Esta mañana me he levantado muy tarde. Tras una esmerada ducha, mamá siempre aprovecha para olisquearme cuando me besa, he planchado una camisa y he caminado hasta casa de mis padres para compartir una excesiva, si ella está al cargo siempre resulta excesiva, comida con los míos.

Al volver he cogido el libro que me había prestado mi hermana y he comenzado a leer tirado en el sofá. Creo que ahora mismo voy a volver allí para seguir disfrutando de esta gloriosa tarde de domingo.

Es mi vida. Y aunque algunos desearían que incorporase algún elemento más, me siento feliz con ella. Sobre todo cuando las paredes no pueden retener los ladridos que confirman la existencia de esos elementos adicionales. No necesito adornos. O al menos no los necesito por el momento.

14 octubre 2006

Aceptación

Tengo un corazón bobalicón. Pero solo se muestra así cuando bebo. Al día siguiente, después de la resaca, vuelve a ser un corazón indiferente. No lamento ser así, no serviría de nada. Lo que siento es estropearle la noche a las personas que quiero. A las que nunca se han cansado de perdornarme por ser como soy.

12 octubre 2006

Convalecer

Rebeca miraba el semáforo a través de los huecos que formaban en el cristal las gotas de lluvia. El rojo y el verde se habían sucedido veintisiete veces en los últimos quince minutos. Detestaba con pereza la fiebre que la mantenía adherida al sofá. Cuando se veía obligada a detener el fluido ritmo de su actividad, el cerebro se le teñía de azul cobalto. Y los pensamientos se deslizaban apelotonados entre los grumos de aquella densa pintura.

Clic. Verde de nuevo. Rebeca se arrulló con la manta sin apartar la mirada de la luz. Los latidos de su percepción parecían marcados por aquel semáforo. Mientras esperaba indolente el siguiente impulso, se le ocurrió que el tiempo se había distorsionado. Las unidades habituales, milisegundos de ir y venir con prisa por llegar a ninguna parte, se habían expandido hasta alcanzar los intervalos que separaban cada intercambio de luz.

"Siempre debería ser de esta manera", pensó. "Que la vida transcurriese tan solo a borbotones para que fuese posible observarla con detenimiento durante las paradas entre cada pulso de avance".

Desfile de pasarela con los brazos en cruz

Se acrecienta a cada momento la sensación de aislamiento. Lo que fue en un tiempo independencia es feroz mutismo en este instante. Exudo soledad y cada cual me hace llegar su preocupación de un modo distinto.

Aparezco orgulloso de mis rarezas, desorientado en las actitudes, olvidadizo en los quehaceres cotidianos, desilusionado por una testarudez incomprensible... Irrecuperable en suma.

Quizá la vida que voy modelando no devenga en un futuro que pueda parecer de provecho. Pero es lo que tengo. Es lo que soy. Y tal vez no exista un equipo de salvamento capaz de llegar hasta el abismo en el que vagabundeo. Pero no estoy perdido.

Sigo paseando por el filo de un acantilado de doble caída. Pensando un momento en dejarme caer hacia el indivisable fondo de la inexplorada negrura y levitando al siguiente con un par de saltitos hacia el implacable brillo solar. Y en esta indecisión, ahora frío, ahora calor, es donde encuentro un equilibrio.

¿Por qué tantas sugerencias? ¿Quién necesita tantos consejos? ¿Qué produce tanta charla ociosa a mis espaldas?

¿Es que no véis que continúo caminando?

10 octubre 2006

El trato a los enfermos

Todos dicen que soy un mal enfermo. Porque no me gustan las atenciones ni los cuidados ni las insistentes preguntas sobre mi estado de salud. Ya me cuesta reconocer que esté enfermo, pero cuando lo reconozco, dispongo toda mi concentración en recuperarme, en seguir las pautas que me ha marcado el médico. Como consecuencia, olvido todo lo demás, me olvido de todos los demás.

Una semana después de la operación de codo, enyesado desde los nudillos hasta el final del antebrazo, estaba viviendo solo en mi casa de Barcelona. Mi madre llamaba con frecuencia "por si necesitaba algo" hasta que la mandé al cuerno y entendió que era mejor desistir. Algunos compañeros de trabajo pretendían ayudarme a comer porque "me costaba mucho tiempo sacar la tapa o cortar la manzana". "Es mi tiempo", respondía yo invariablemente, "me gusta utilizarlo así". Y sí, omitía intencionadamente "gracias" al final de la frase.

Por otro lado, cuanto más dolor siento, cuanto más delicado parece mi estado, mayor es mi capacidad para la mordacidad. Tumbado en la cama, un par de horas después de que me enroscasen dos tornillos en el codo, en el momento en que los efectos noqueantes de la anestesia se habían evaporado por completo, miré a mi madre sin descomponer el gesto y le dije, apretando la boca, "Mamá, por favor, vete a la enfermera y dile que me traiga un mordedor o morfina, lo que tenga más a mano".

Los demás dicen: "cuando estás enfermo eres un borde y no dejas que nadie haga algo por ti". Yo digo: "cuando estoy enfermo disfruto de mis ocurrencias y me encanta malgastar el tiempo en cosas que antes me parecían insignificantes". Tan solo se trata de una abrupta divergencia en los puntos de vista.

No obstante, coincideréis conmigo en que un enfermo que pasa a solas su enfermedad, que disfruta de su tiempo de convalecencia desapercibido en su soledad, es el mejor de los enfermos.

El problema es que la mayoría, cuando está enferma, necesita todo ese tipo de atenciones y les parece que si no se las ofrecen a uno, después no les serán devueltas. Así que me veo obligado a hacer una proclama desde este reducido foro: "Cualquiera que necesite de mis atenciones cuando esté enfermo que me lo haga saber y le serán concedidas sin contrapartida".

Y ahora, si todo ha quedado claro y sois tan amables, ¡dejadme en paz!

:-P

09 octubre 2006

Historias sin importancia


Paloma es una mujer pequeña. Lleva el pelo corto y usa gafas de concha de color granate. Perdió a su marido hace tres años, llevaba ya por entonces otros diez cuidando de él. Al principio se sintió engullida por ese vacío, incapaz de llenar los abismales espacios de los que se había adornado su existencia. Pero el tiempo le ayudó a convocar la voluntad necesaria para volver a empezar, para retomar una vida que había languidecido a los pies de la cama de su amor verdadero.

En algún punto de ese proceso de reconstrucción, el mes pasado del pasado año, una amiga la invitó a caminar a su lado. Cuando llegaron a Estella, Paloma recordó a su primer amor. Un jovenzano navarro que había decidido treinta años atrás abandonarla a ella y a Madrid. Con el ánimo de su amiga y la colaboración de un familiar afable consiguió dar con él aquella tarde de septiembre. Un par de cervezas, una cena y un intercambio de contactos.

Paloma, lesionada en su pierna derecha, me cuenta en cualquier mesa de cualquier café de León que ahora él la está esperando en Madrid. Yo miro el brillo de sus ojos, ese espíritu soñador que trasluce una vida de cuento, y pienso en que, después de todo, Holly siempre tuvo razón. La vida comienza y acaba. A cada instante. Todo es una sucesión de telones que se abren y se cierran. La historia, nuestra historia, siempre está por escribir.

08 octubre 2006

Harto de querer ser lo que tú me digas

-Esta mañana nos hemos encontrado con Pili, tu profesora de preescolar. Nos ha preguntado por ti. Siempre nos pregunta por ti. Y siempre nos recuerda que has sido el alumno más inteligente que ha tenido...
-Pues si después de todos estos años, eso sigue siendo cierto, vamos de mal en peor.

Tan solo con la tozudez adecuada, uno es capaz de parecer inteligente. No es necesario poseer un intelecto más allá de la mediocridad para hacer que las cosas funcionen. Pero esta apariencia intelectual es dañina, porque los demás esperan mucho más de lo posible. Y es en ese punto cuando la tozudez trasgrede los límites de lo razonable para extenderse hasta la frontera de lo dolorosamente obsesivo.

No quiero autolesionarme más. Cuando mis limitaciones son expuestas, me encuentro tan extenuado que apenas soy capaz de sostenerme en pie. Ya no soporto el castigo de mis heridas.

Por otra parte, la inteligencia por sí misma no es suficiente para garantizar el éxito de la vida. Y cuando digo 'éxito de la vida' no quiero decir 'éxito en la vida'. Los matices, incluso en la elección de preposiciones, siempre pasan desapercibidos. No puedo evitar preguntarme por qué.

07 octubre 2006

A medio camino

Hoy tenía planificado dormir en un albergue de Astorga. Pero estoy en casa, de vuelta. Con la rodilla y el tobillo hinchados. Ha sido extraño este año el Camino. Demasiado solitario, demasiado exigente, quizá abordado con ambición desmedida.

No sé por qué cada vez me parece menos interesante la gente. Ni por qué mi voluntad excede, con saña, mis límites físicos. No entiendo qué me ha apartado este año de la senda perfecta.

Pasaré el fin de semana enclaustrado en casa, con la pierna en alto y atracándome de películas y pastillas. Tal vez, con el tiempo, consiga encontrar los motivos que me han deparado esta semana aciaga.