29 noviembre 2005

Juguemos

Darío tiene cuatro años y medio. Su tío no suele jugar mucho con él. En seguida se cansa de perseguir vaqueros y chocar coches. Sin embargo, sus conversaciones siempre son divertidas. Sabe cómo hacerle reír.

Está sentado a la mesa enfrente de su tío. Ha pinchado una judía con el tenedor. Un vaquero amenaza con tomar el control del plato. Pero él se las ingenia para que la judía llegue a salvo a su boca. Tras el éxito de la misión se pone a mirar a su tío con la mano apoyada en la mejilla.

-Darío, elige. ¿Susto o muerte? -pregunta Pow inclinándose hacia él.

Darío se lo piensa un instante. Valora cual sería la opción más apasionante. Siendo su tío quien lo pregunta, seguro que hay alguna trampa oculta en la frase.

-¡Susto! -exclama Darío de repente.
-¡UUUUUUUUUUHHHHHHHHHH! -grita Pow levantándose de un salto con la cuchara en ristre.

Darío abre los ojos sorprendido y se asusta. Por un momento. Después comienza a reír desternillado.

-Haber elegido muerte -aconseja Pow torciendo la cabeza con retintín.
-¡Vale! Pues ahora elijo muerte -suelta con decisión Darío, sin dejar de reír.
-Estoy muy cansado para matarte hoy, Darío -explica Pow con pereza-. Mejor te mato mañana, ¿vale? -remata con aire juguetón.
-¡Vale! -acuerda contento Darío.
-¡No le digas esas cosas al chico! -regaña la abuela con mirada ceñuda.

Pow comienza un gesto para volver a ocuparse de su comida. Cuando ha distraído la atención de la abuela, se vuelve de nuevo hacia Darío, apuntándole con un dedo y sonriendo.

-Pero la sangre la recoges tú, ¿eh? -señala mientras lanza una furtiva mirada burlona a la regañadora.

28 noviembre 2005

A day in the life

Este artículo es espejo del que publica hoy Miss Kubelik. Ambos acordamos escribir un día normal en la vida del otro. Sin información previa. Son dos fantasías descabelladas de dos personajes desconocidos. Veamos en qué acaba todo esto...

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A day in the life

Me relaja mirar al mar. Cada mañana es lo primero que veo al abrir los ojos. El sol y las olas. Millones de granos de arena destellando matices amarillos. Algún que otro pájaro revoloteando solitario en el horizonte. El mejor cuadro que podría adornar mi habitación.

El agua está caliente. Mi piel, tan blanca que parece translúcida, se deja recorrer entusiasta por las caprichosas gotas. Pongo mi cara debajo del grifo, liberándome de un sueño pegajoso.

No me aburro del sabor de las tostadas. Llevo años desayunando tostadas. Nunca dejaré de hacerlo. Inician mi mente para el nuevo día. Reactivan los centros nerviosos necesarios para comenzar a caminar de nuevo.

El señor Potaje ha terminado su leche. Es un poco remolón, pero siempre se esfuerza por acompañarme en las comidas, aunque se encuentre en la mejor de sus ensoñaciones. Es un animal tan cariñoso que a veces me extraño de que sea un gato.

Se está acabando el cuaderno. Más tarde bajaré al pueblo a comprar otro. Me gusta pasear por esas calles frescas y estrechas. Bajo la mirada de los simples soportales espaciados irregulares en la infinita pared de cal.

Convertirme en un hombre es sencillo. No me cuesta suplantar a ese articulista e idear su pensamiento de esta semana. Llevo años haciéndolo. Se ha convertido en un acto maquinal.

Las máquinas, sin embargo, requieren una concentración sublime. Los manuales técnicos nunca fueron fáciles. Tantos detalles sin explicación que al final el texto termina perdiendo sentido.

La pérdida de un familiar es un momento trágico y gratificante. Me resulta evidente componer sus esquelas, incluirme entre sus doloridos familiares, transmitir la tristeza y la nostalgia venidera.

Hoy no ha venido Jack a visitarme. Ayer terminaría demasiado borracho. Siempre le insisto en que las visitas a ese bar no son beneficiosas para la salud. Para ningún tipo de salud.

Parece que el señor Potaje se ha resfriado. Dejaré el trabajo por hoy. No hay prisa. Bajaré ahora al pueblo y compraré un poco de jarabe. Que no se me olviden la libreta. Y de paso me haré con un poco más de tinta.

La luna está mediada en el cielo grisáceo. Se está a gusto sentada en la terraza, pero me apetece salir a cenar. Llamaré a Jack por teléfono. O mejor, no lo llamaré. Lo llamaré. Y será como la última vez. Acabaré insomne en mi cama mientras Jack me susurra sueños imposibles. Acunada en sus mentiras sedosas.

Y mañana volveré a levantarme sola. Yo. Y el mar. Y mi ventana.


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Debajo os he dejado una breve nota biográfica de Miss Kubelik. Por si queréis conocerla todavía un poquito más ;-)

Nota biográfica

Miss Kubelik nació en Nueva York en 1960. A mediados de los ochenta se mudó a Dahkla, huyendo de los diabólicos calcetines blancos y los pretenciosos vaqueros doblados a la altura de la pantorrilla. Desde entonces reside en esa ciudad, en una villa de blancas paredes orientada hacia el mar.

Ha tenido cinco vidas anteriores. Fue poetisa en Lesbos, confidente de Sherezade, peluquera de Arwen, cocinera de Lord Byron y trágica amante de Howard Hughes.

Su infancia estuvo marcada por un embrujo hertziano que afectó a su capacidad para mantener la nariz quieta. Aún hoy en día se rumorea que es incapaz de permanecer más de cuarenta y tres minutos sin moverla.

En su juventud se forjó su imperativa determinación de negarse los placeres de la carne. Su descabellado y fallido romance con Pedro Almodóvar durante el verano de 1982 motivó su perenne e inalterable reserva hacia el género masculino.

Entre sus aficiones destaca la cocina aderezada con música de jazz, la interpretación tangencial de textos y su obsesión por las mascotas domésticas de color negro.

Entre sus obras más destacadas caben resaltar In my life (23/11), Chicos Malos I (16/11), Chicos Malos II (20/11) y Redondo y triste (16/9). Se espera que a finales de mes vea la luz la tercera entrega de su afamada saga Chicos Malos.

*Dada su lejana reclusión en el Sahara, ha sido imposible encontrar una fotografía reciente. Acompaña este artículo una instantánea de su habitación en Dahkla.

Distanciarse

En apenas un lustro, el pensamiento da un giro rocambolesco. Ese lustro se suele situar en una franja que empieza en los veintitantos y acaba en los treinta y pocos.

Al acabar la universidad, la efervescencia intelectual está en su punto álgido. Uno se siente con el poder necesario para resolver cualquier problema vital como si fuese una simple ecuación matemática. Todo es predecible, resoluble y determinable. Las ilusiones, las metas y el futuro aparecen marcados por una línea inmaculada. El juicio se hace severo porque la confianza es exagerada. El sentimiento de inmortalidad y el de omnipotencia se conjugan para generar prototipos de adultos responsables capaces de asumir cargas inimaginables. Todo está demasiado claro. O al menos yo era así con esa edad.

Cuando se pasa la frontera de la treintena la claridad se enturbia. Comienzan las extrañas dudas existenciales. La confianza en el criterio propio y uniforme se resquebraja. Crece una necesidad explícita de replantearse lo que uno daba por sentado. El ritmo de vida se relaja, se ahoga la necesidad de correr hacia todas las metas. La compulsión responsable reduce sus exigencias. Es entonces cuando la vida toma un sentido menos delimitado, cuando se observan todos los matices de lo que hasta el momento parecía una figura geométrica perfecta.

Hay decisiones importantes que se toman a los veinte. En muchos casos uno se equivoca porque no es capaz de valorar otras alternativas. Se ve cegado por una prisa intrínseca por acertar, por crecer. A los treinta es cuando se corrigen esas decisiones precipitadas, cuando el sentido parece cuestionarse de un modo mucho más abierto.

La evolución mental en sólo cinco años resulta alarmante. Tanto que a veces no reconozco a aquel arrogante jovencito que se quería comer el mundo. Ahora, una vez digerido, lo único que quiere es observar como otros le dan bocados gigantescos con un apetito exaltado. Y reflexionar sobre sus empachos.

Vuelvo, como casi siempre, a la magistral frase de Butt: Muchas personas que comparten los mismos recuerdos. Os la recordaré hasta que seáis capaces de sentirla tan vuestra como yo.

Por cierto, Ish, he escrito este texto a la primera. Sin redistribuir las ideas, sin cuidar las conjunciones, sin buscar las palabras. Y tan sólo lo he releído una vez. Aborrezco el resultado y no imaginas lo que me ha costado darle al botoncito de publicar...

27 noviembre 2005



Nunca he confiado en la informática. Y menos cuando se trata de un servicio gratuito publicado en Internet. El caso es que siempre me da por curiosear. He seguido el enlace de reconocimiento de caras que publicaba Ice Cream You Scream para jugar a ser famoso.

No he conseguido mucho porcentaje de parecido. El más alto ha llegado a un 65%.

Levantarse resacoso y comprobar que te pareces a Dalila (¿quién carajo es Dalila?) es de lo más extraño. Casi me dan ganas de volverme de nuevo a la cama...

26 noviembre 2005

A destiempo

Me aburren las definiciones clásicas. Tiempo. Pasado, presente y futuro. La lengua y la física empeñadas en acotar su ámbito. La teoría del espacio-tiempo. El infinito saber del hombre traducido a rimbombantes leyes escritas.

Hay quien reconoce la existencia de lo atemporal o lo intemporal. Casi nadie reconoce que existe lo inespacial. ¿Dónde se ubican los deseos, los recuerdos, los sueños y la fantasía? ¿En esa absurda hipótesis ajena a sus propias leyes?

Es ridículo. Existe un espacio-tiempo de imaginación que no es un universo conocido. Que no es un universo científico. Se trata de un universo más lleno. Donde la palabra conocimiento es fundamental.

Allí es donde los deseos, recuerdos, sueños y fantasías se materializan. Un lugar donde se puede avanzar, parar y retroceder a cualquier velocidad. El sitio donde los equívocos son constantes.

Michael Ende sabía muy bien lo que se decía.

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Conocimiento. 4. m. Cada una de las facultades sensoriales del hombre en la medida en que están activas.

25 noviembre 2005

Burofax y deseo

Testarudez atascada en axones
que sitias mis embotadas neuronas,
exponme sincera tus pretensiones.
En todo cederé, si me abandonas.

Tal vez, desprovisto así de obsesiones,
afine el acorde con las personas.
Quizá no hiera ya más corazones,
si con tu esquiva ausencia me perdonas.

24 noviembre 2005

Sin motivo aparente

Los motivos por los que Juan y Eva debían permanecer juntos sumaron 217. Susurros por sorpresa, jadeos al oído, hojitas bajo los imanes de la nevera, correos, mensajes, notas que acompañaban rosas, dedicatorias en los libros, cartas manuscritas, anotaciones en el margen del periódico, sigilosas incursiones en la agenda y dos llamadas de teléfono.

Eva esperaba el motivo 218 tumbada en la cama. Hojeaba un libro con el monótono sonido de la radio invadiendo su concentración. Mel se había dormido hacía rato acurrucada en sus pies. El día consumía sus últimos minutos con parsimonia medida.

Él nunca había fallado. A pesar de que viajase con frecuencia, no acostumbraba a apurar tanto. En una ocasión había esperado hasta medianoche para hacerla rabiar. Pero esta noche algo le decía que no se trataba de algo premeditado. Cuando el reloj se llenó de ceros, Eva lo supo con certeza. Se habían acabado los motivos. Apagó la radio, cerró el libro y se durmió.

Se despertó inundada de una radiante calma. Llamó al trabajo para decir que se encontraba mal. Recogió sus cosas apartando a Mel con suavidad cada vez que se empeñaba en ponerse delante de ella. No dejó nota alguna. Juan lo sabría cuando volviese. La entendía tan bien como ella a él. Dejó la llave en el buzón. Se marchó.

Nunca volvieron a hablar. Ya se lo habían dicho todo.

Fin.

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Al encuentro

No Mel, no puedes comerte eso. Sé que eres muy capaz de comértelo. No lo dudo. Pero te va a sentar mal. Sí, te sentará mal, aunque lo mastiques mucho. ¡Dámelo! ¡Deja de correr! ¡Ven aquí!...

La conciencia se iba creando a medida que se disipaba el sueño. Eva notó un ligero dolor de cabeza. Apretó los ojos. Frunció el ceño. Se movió debajo del edredón tratando de equilibrar la migraña. Y abrió los ojos. De súbito.

Miró sin moverse a izquierda y derecha. Estaba en una cama desconocida flanqueada por dos mesillas extrañas. Un inédito armario se elevaba a sus pies hasta el techo. Sus manos agarraban una colcha ajena. Y su pijama... No llevaba pijama.

Recogió su ropa hurgando en cada rincón de la habitación. Se vistió con urgencia absurda. Respiró hondo. Abrió la puerta. Un largo pasillo, tan desconocido como todo lo demás, conducía a lo que parecía la cocina. Cuando entró allí descubrió a Juan fregando la vajilla.

-¡Buenos días, marmota! -saludó enérgico.

Eva se quedó callada. Con una mirada triste. Observando la nada. Agarrada con fuerza a su chaqueta.

-Así que tu memoria está todavía un poco encallada... -dedujo Juan sonriendo-. Está bien, tendré que hacerte un resumen. El vino estaba exquisito. El ternasco delicioso. Pacharán de primera clase. Unos estupendos gin tonics al son de música ochentera. Tu empeño por enseñarme cómo se hacía un dry martini casero. Y yo he dormido en el sofá. ¿Lo tienes todo?

Cuando él terminó de hablar, Eva aún procesaba la información relativa al pacharán. Un par de segundos más tarde, cuando comprendió la palabra sofá, asintió indecisa.

-Anda, siéntate aquí. ¿Qué tomas? ¿Café con leche? -preguntó Juan acompañándola a la mesa.

Eva seguía sin hablar. Su mente era incapaz de otorgar sentido a todo lo que había pasado en las últimas horas. Recordaba la cena, en aquel lugar que dijo que era su preferido. Habían seguido hablando en el restaurante hasta muy tarde. Después estuvieron en aquel bar donde cada canción era un pedacito de nostalgia con acento anglosajón. Y al final... No había nada más. La cinta se había borrado.

-¿Dónde está Mel? -articuló con esfuerzo Eva.
-Ayer por la noche la atropelló un autobús. La dejamos allí para no tener que cargar con ella -contestó Juan muy serio.

Ella pensó que era normal haberla dejado allí. En el fondo sería un peso innecesario. Si habían tenido que caminar después...

-¿Qué? -chilló Eva mientras se levantaba y recibía una cruel pulsación en el cuadrante inferior derecho de su cráneo.
-¡He conseguido despertarte! -exclamó Juan mientras sonreía como un estúpido y le colocaba un café en la mesa-. Está en la terraza. Salió hace un rato a olisquear mis macetas.
-¡Serás cabrón! -farfulló malhumorada.
-Tenía que despertarte... Cuando estás ausente eres un muermo -siguió él bromeando.
-Así que, ¿dormiste en el sofá?
-Ajá.
-Y yo en la cama.
-¡Correcto!
-No recuerdo nada...
-¿Nada de nada?

Eva se esforzó por colocar las imágenes en una escala temporal coherente. Rebuscó entre sus huidizos recuerdos una lógica espacial que fuese capaz de recolocar momentos.

-Quiero que me expliques cada día por qué he de permanecer a tu lado -suspiró Eva-.Y quiero que cada día sea diferente. Cuando ya no encuentres más motivos, Mel y yo nos iremos de tu vida.
-Está bien. El primer motivo. Debo contarte la historia de la noche en que nos conocimos -susurró Juan-. Pero empezaremos mañana, cuando no estés borracha -añadió mientras la envolvía con un brazo y le daba un beso en la sien.

Ella arqueó las cejas. Se levantó despacio y se sentó en las rodillas de Juan. Le pasó un brazo por el cuello. Buscó sus ojos. Y esperó.

-¿Estás borracha? -murmuró Juan.
-Ni siquiera un poquito... -admitió Eva con una tierna sonrisa.

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23 noviembre 2005

Tercera fase

No entendía por qué había decidido dejar el tabaco en casa. Era una táctica para evitar caer en la tentación de fumar delante de él. Pero estaba nerviosa. Y no tener un cigarrillo a mano le hacía sentirse maleable. Indefensa ante aquel extraño con el que había quedado a tomar un café. Le chirriaba esa expresión, tomar un café. Habían quedado para conocerse. Para descubrir si tenían algo que contarse el uno al otro. ¿Por qué se empeñaba la gente en llamarlo tomar un café? Era el más enrevesado de los circunloquios.

Cuando entró en el bar lo vio de inmediato. Juan tenía un pie apoyado en el travesaño de la silla de al lado. Su mano reposaba sobre la rodilla mientras sujetaba un cigarrillo. La otra la tenía apoyada en la mejilla, con el codo apoyado encima de la mesa. Había un botellín de cerveza delante de él. Y fumaba. ¡Estaba fumando!

-¡Vaya deportista de mierda que estás hecho! -saludó enfurecida Eva.
-Ya veo que todavía no has podido superar tu trauma fecal... -bromeó él sonriendo divertido.

Eva se rió relajada. Cogió un cigarrillo del paquete y pidió una cerveza. Comenzaron a charlar con una despreocupación ajena a las circunstancias. Hablaron de su vida, de la de otros y de la de todos. Al llegar a la tercera cerveza ya se creían dos colegas que no se habían visto en mucho tiempo. Bromeaban sin pudor. Estaban a gusto.

Sin embargo, ella sentía la distancia que imponía Juan. No le había transmitido un ápice de cercanía en toda la tarde. Se limitaba a emitir palabras. Se le notaba decidido a no dar un paso más. Eva se preguntó si lo estaría haciendo por cortesía. Quizá, después de todo, no le cayese simpática.

-Al principio pensé que eras uno de esos enfermos del deporte -comenzó Eva entre risas- que solo beben cosas raras con etiquetas isotónicas.
-Lamento decepcionarte... Y yo que pensé que eras un poco sorda. Y que por eso te costaba tanto contestarme -contraatacó Juan con una sonrisa abierta.
-En sólo un par de horas ya hemos roto todos los axiomas que regían nuestro mundo anterior. ¡Habrá que deducir otros nuevos! -soltó de sopetón Eva.

Fue tan solo un instante. Aunque ella lo percibió con claridad. Las pupilas de Juan se habían dilatado. Y se había quedado en silencio. Duró nada más que una minúscula fracción de segundo. El tiempo suficiente para que Eva fuese capaz de apreciarlo.


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22 noviembre 2005

Me la quedo



Buttercup hablaba hoy de una web en la que, con solo introducir tu fecha de nacimiento, encontraban tu pareja ideal holliwoodiense. He probado a seguir el juego. Sabiendo que me iban a presentar cinco mujeres explosivas basadas en algún criterio superficial. Las dos primeras candidatas respondían a mis expectativas. He estado a punto de dejarlo. Pero me he encontrado con ella.

Me ha hecho recordar por qué Resident Evil II me había parecido una buena película.

Y me cuento todo esto porque, gracias a esta estupidez, me he vuelto a sentir normal.

Reencuentros

Mel dio un tirón de la correa en el momento justo en que su dueña se agachaba a recoger sus excrementos. Eva cayó al suelo, apoyó la rodilla derecha encima del montoncito y soltó su presa.

-¡Joder! ¡Me cago en la puta! ¡Coño! -masculló furiosa.

Sentía la humedad terrosa de los detritos pegada a su rodilla. Sus manos estaban llenas de hierba. Se le habían caído las gafas. Había perdido el bolso. Y todo en una sola acrobacia.

Se incorporó enfadada mientras se frotaba con fuerza las manos. Miraba hacia el suelo tratando de localizar sus gafas. Más tarde ya se ocuparía de Mel.

-Parece que hoy se ha levantado juguetón -interrumpió el corredor con una sonrisa a medias.
-No es un perro. Se llama Melopea. Es mi perra -dijo malhumorada Eva en un intento por sacar algo de ventaja en el diálogo.
-No preguntaré por qué le pusiste ese nombre... -jadeó el corredor entre carcajadas.

Allí estaba él. De pie. Relajado. Sosteniendo su bolso en una mano y sujetando con la otra la correa de Mel. Parecía divertirse con aquella bochornosa situación. Ella estaba demasiado enfadada como para avergonzarse.

-Ven. Hay una fuente por aquí. Trataremos de hacer algo por tu pantalón.

Se arrodilló en frente de ella. Mojaba un pañuelo en el caño y restregaba su rodilla con energía. Eva permaneció quieta durante toda la operación. Como una niña a la que estuviesen curando una herida. Observando como el corredor repetía con cuidado el gesto una y otra vez.

-Es todo lo que se puede hacer por él. Aunque creo que deberías cambiarte, sigues desprendiendo un ligero tufillo a mierda de perro -informó el corredor socarrón.

Eva asintió. Lo miró a los ojos y lo vio por primera vez. En aquel momento el rebelde hueco de su estómago se llenó de ella misma. Pensó que había sido una ilusa. Tan sólo era un hombre como los demás.

-Gracias. Tienes razón. Creo que me iré a casa a darme una ducha -respondió con fría cordialidad.

Se volvió caminando deprisa, con Mel siguiéndola a trompicones. Después de tantos quebraderos de cabeza se sentía frustrada. Nunca iba a aprender a controlar su desbocado corazón. ¿Por qué le insistía, el muy obstinado, en que ese descabezado era lo que quería?

-Perdona, he visto que cojeas un poco... ¿Te has hecho daño? -exclamó el corredor a su espalda.

Estuvo a punto de decirle que sí. Que su rodilla había quedado maltrecha. Que la llevase al hospital más cercano. Que se quedase al lado de su cama acariciando su mano.

-No. Estoy bien. Son mis botas nuevas. Me están matando -explicó volviéndose a medias.
-Ya. A mí me pasa lo mismo. Nunca he podido resistirme al encanto de unos zapatos bonitos... -divagó el corredor-. Me llamo Juan -terminó sin variar el tono.

-Eva. Y Mel. Aunque a ella ya la conocías.

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21 noviembre 2005

Desencuentros

-La lógica de Mel es difusa.

Silencio.

-Sólo da cuatro pasos en el noventa por ciento de los casos. Lo estuve contando ayer después de que te fueras.

Eso era lo que le iba a decir. Eva llevaba todo el día dándole vueltas a la extraña conversación del día anterior. Había elegido su elegante abrigo de solapas anchas, se había calzado aquellas preciosas botas que destrozaban sus meñiques y llevaba más de dos horas sin fumar. No soportaba que el aliento delatase su vicio a las primeras de cambio.

Estaba sentada en el frío banco de madera, un poco apartada del camino. Tratando de dar un descanso a sus maltratados pies. Mel hacía de las suyas por la hierba.

Se preguntaba por qué había vuelto. Y por qué había dedicado tanto tiempo a seleccionar su vestuario. Sólo habían intercambiado cuatro frases sin sentido. Ni siquiera recordaba su cara. Sin embargo estaba nerviosa. Quería volver a verlo aunque desconociera el motivo. Lo único que sabía es que un pequeño e incómodo hueco se había formado en su estómago desde aquella huida a la carrera.

Lo vio llegar corriendo por su derecha. Conforme se acercaba al lugar donde Mel olisqueaba la hierba el ritmo de sus pasos se fue relajando. Su cabeza se volvió hacia la hierba, para mirar mientras corría el tranquilo ir y venir del perro. Cuando pasó a su lado, Mel se puso a mirarlo intrigado. El corredor paró un momento, le tendió la mano agachándose y le acarició detrás de la oreja.

Eva se levantó. Caminó hacia la escena despacio, cojeando un poco de su pie derecho. Al irse acercando vio como el corredor se incorporaba, lanzaba un guiño cómplice a Mel y seguía corriendo. Trató de decir algo, pero estaba demasiado lejos como para que la oyera. Así que se quedó de pie en mitad del camino viendo como el corredor se alejaba. Maldiciéndose por sentirse tan ridícula.

En lo único que pudo pensar fue en que había oído el aliento del corredor. Y que ese aliento era sibilante.

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20 noviembre 2005

Encuentros

Miraba a su perro con una sonrisa relajada. La luz de las farolas permitía la claridad necesaria para que Mel corretease distraído de un lado a otro de la hierba. Eva estaba en cuclillas, con la correa en una mano y la otra sujetando su mentón. Absorta en saltos azarosos y vueltas sin sentido.

-Me pregunto si será casual -enunció una voz masculina cincuenta centímetros por encima de su cabeza.

Eva vaciló un momento antes de desviar su mirada de Mel. A su derecha un joven con zapatillas, mallas cortas y camiseta de manga larga desanudaba una fina chaqueta negra de su cintura. No la estaba mirando. Seguía observando pensativo el deambular de su perro.

-Camina cuatro pasos, después olisquea, se para y elige otra dirección. Siempre da cuatro pasos. Y ya lo ha hecho siete veces en el rato que lo llevo mirando. ¿Los perros tienen lógica?, -siguió postulando el joven.

Se había puesto la chaqueta. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho. Y no dejaba de escudriñar concentrado el comportamiento de Mel. Eva se sintió ajena a aquel monólogo de desvaríos. Se incorporó despacio sin apartar la vista del extraño.

-Mi perro sí que tiene lógica -susurró sin convicción.

Aquel tímido sonido pareció secuestrar al corredor de su reflexión. Se volvió hacia ella esbozando una sonrisa azorada con matices de mueca. No perdió su aplomo aunque se le notaba avergonzado.

-Vaya, lo siento. En ocasiones me cuesta distinguir cuando estoy hablando para mí o para otros -se disculpó apresurado-. Es que venía observando a tu perro mientras corría y me ha parecido singular que siempre diese cuatro pasos.
-No hay mucha gente que utilice singular cuando habla -respondió Eva en un fallido intento de relajar la tensión-, ¿vienes mucho por este parque?

Sabía que aquella frase una estupidez. Pero todavía seguía bloqueada por lo absurdo de la situación. ¿Por qué siempre se le ocurría dar conversación a los lunáticos? Nunca iba a escarmentar. Seguro que al final resultaba ser un paranoico huido del psiquiátrico.

-Perdona. Lamento haberte molestado -murmuró con los ojos clavados en el suelo el corredor-. Es que a veces la voluntad se me despista. Un placer -terminó mientras comenzaba su carrera hacia atrás y se despedía con la mano.

Eva se quedó de pie, mirando como se alejaba mientras volvía a anudar su chaqueta a la cintura sobre la marcha. No se volvió a mirarla, aunque dedicó un último vistazo a Mel moviendo suavemente la cabeza de un lado a otro. Pensó que, después de todo, quizá no estuviese loco. Tal vez solo era que estaba un poco perdido.

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Metaverso


Vivía en un piso oscuro, apenas tocado por la luz de mediodía. Hacía un par de días que la caldera no funcionaba y el frío se adhería tanto al aire como al agua. El volumen del montón de ropa sin planchar era similar al de la ropa sucia. La televisión de la cocina no captaba señal alguna. Un par de enormes cajas de cartón reducían el escaso espacio habitable. No era una casa en la que se sintiese a gusto. Pero era su casa.

Le resultaba fácil soportar aquel hacinamiento porque disfrutaba de otro piso. Uno igual de espartano. Pero lleno de luz blanca a cualquier hora del día y de la noche. En las paredes colgaban decenas de retratos de multitud de colores. Los muebles cambiaban sin cesar. Y recibía la visita de sus amigos casi a diario.

Todos ellos vivían en el mismo barrio, así que se los podía visitar en un suspiro. Tenían casas acogedoras, aunque de un estilo tan parco como el suyo. Siempre estaban abiertas. Podías acercarte a cualquier hora a echar un vistazo. En ocasiones el propietario había salido, pero podías charlar un rato con cualquier otro amigo o desconocido que hubiese decidido acercarse por allí.

Disfrutaba mucho de su otra casa. Le proporcionaba el espacio necesario para eludir las impuestas obligaciones de su primera morada. En ocasiones pasaba más tiempo en el hogar blanco que en el oscuro. Si bien es cierto que entrar en el segundo implicaba cierto riesgo. No se debía entrar si no se estaba preparado para pensar, sentir y reflexionar.

Últimamente necesitaba pensar, sentir y reflexionar. Por lo que no dejaba de colocar nuevos muebles tanto en su casa como en las de sus amigos. Se sentía feliz cuando regalaba algún pequeño detalle que adornase aquella repisa encima de la chimenea. O al colocar un extraño libro entre las imponentes obras de la estantería.

Le gustaba disponer de todo ese espacio añadido para expandirse. Y esperaba que no hubiese muchas mudanzas en su calle. Porque había empezado a sentirse a gusto entre aquellos vecinos tan hospitalarios.

19 noviembre 2005

Los preliminares

De las pocas ilusiones que aún retengo, a regañadientes, regalarte algo único es a la que más esfuerzo he dedicado en los últimos meses. Desearía encontrar ese regalo que, cuando lo abras, haga desaparecer por completo tus párpados. Disfrutaría contemplando tu esquiva sonrisa bien de cerca. Aunque solo sea por un segundo. Aunque al instante te recompongas ruborizada para retornar al mundo que tú y yo conocemos.

Todavía no lo he encontrado. Pero te contaré la historia de la estéril búsqueda. Así, quizá, recibas un pequeño adelanto del regalo que te espera.

Cuando estuve en Buenos Aires me contaron que cierta viejita vendía en el mercadillo de la plaza Dorrego un combinado de agua de arroz y mate que era capaz de juntar cualquier clase de pedazo. La oportunidad perfecta. Lo que siempre habías deseado.
Una tarde me escapé de la oficina y eludí a mi jefe. Me encaminé decidido hasta el puestecito y busqué a la viejita. Pero no la encontré. Pregunté a los otros vendedores y me explicaron que ya no estaba. La viejita había muerto. Y con ella se había llevado el secreto sobre cómo juntar pedazos.

Más tarde pensé que lo que en verdad te gustaría poseer sería la piedra filosofal, la cura de todas las enfermedades. Era la solución redonda. Queda ideal encima de la repisa y tiene una utilidad innegable. Contraté al mejor experto en alquimia de todo el Raval de Barcelona. Y lo mandé a remover cada una de las piedras de las Pirámides. No tuvo éxito. Lo único que encontró fue un pequeño hueco vacío en forma filosofal entre los más de dos millones de piedras.

Pero no me desanimé. Sabía que te hacía falta un normalizador de personas. Viajé a Francia. Allí encontré el laboratorio donde un aséptico científico ensayaba con el isótopo centesimal de un elemento alemán. No sé si fue porque franceses y alemanes nunca se entendieron bien o porque el científico estaba un poco chiflado, pero los resultados que me mostró distaban mucho de producir personas que pudiesen considerarse normales.

Entonces pensé en el amor. Es algo que a todo el mundo le gusta. Que te regalen amor es fenomenal. La lástima fue que me inquietase la duda. ¿Qué es el amor? Necesitaría conocerlo antes de poder regalártelo. Si no, no sería capaz de acertar. Comencé a leer la ostentosa comida de aquel viejo griego para descubrir qué era lo que tenía que encontrar. Y de repente se unieron al amor alma, virtud y reciprocidad. Reconozco que me perdí. No te pude encontrar el amor porque ni siquiera supe qué debía buscar.

Desesperado, después de tanto fracaso, me decidí por un libro. Sé que te gustan los libros. Todo el problema se reducía a encontrar uno que fuese especial. A encontrar el más especial de los libros. Paseé por todas las librerías preguntando cual era el libro más extraño del que se tuviese noticia. Todos coincidieron en que se trataba del Libro Perdido, del que solo se había oído hablar pero del que nadie había visto nunca un ejemplar. Casi por casualidad, una noche de insomnio, encontré una copia de su contenido en Internet. No me lo podía creer. Lo había encontrado. Todo era perfecto. Pero tuve la tentación de leerlo. En la historia había un Primer Dios, un Primer Hombre que luego era Segundo Dios. El Primer Dios resultó al final ser el Diablo. Y también había un Segundo Primer Hombre. Pero sin embargo sólo una Primera Mujer. En definitiva, un lío. Por muy raro que fuese sabía que no era lo que necesitaba.

En plena frustración emprendí un largo viaje a pie. Quería confeccionar un álbum de fotografías de los lugares más inaccesibles y perecederos de ese Pirineo que amas. Lo intenté, pero se me cruzó en el camino una noruega que parecía fotógrafa profesional. Me daba vergüenza sacar mi ridícula cámara automática. Dejé que todas las fotos las hiciese ella. Y volví del viaje con los bolsillos vacíos.

Así que, de momento, no tengo nada para ti. No obstante, quiero regalarte una nana de Mark Knopfler, mientras esperamos a que encuentre algo que merezca la pena. O a que ese algo me encuentre a mí.

Baby I see this world has made you sad
Some people can be bad
The things they do, the things they say
But baby I'll wipe away those bitter tears
I'll chase away those restless fears
That turn your blue skies into grey
Why worry, there should be laughter after the pain
There should be sunshine after rain
These things have always been the same
So why worry now
Baby when I get down I turn to you
And you make sense of what I do
I know it isn't hard to say
But baby just when this world seems mean and cold
Our love comes shining red and gold
And all the rest is by the way
Why worry, there should be laughter after pain
There should be sunshine after rain
These things have always been the same
So why worry now


A ver si con esta melodía tus ovejas se vuelven más responsables y comienzan a bostezar para ti.

18 noviembre 2005

Nos vemos en el Would

Nos visitamos cada cierto tiempo. Por ver si algo ha cambiado. Pero nunca encontramos el punto de concierto exacto que nos retenga enlazados. Sin embargo, cuando nos juntamos en el bar de Would nos reímos bien a gusto, tomamos un par de gin-tonics e incluso nos lanzamos algún que otro guiño de soslayo.

Eso sí, después, cada uno a su casa.

17 noviembre 2005

El hombre bicentenario

Bito, que parece enlazar palabras con inusual despreocupación, ha infiltrado un pensamiento indeleble en mi cabeza a través uno de sus asombrosos comentarios.

Este es mi artículo número 201 en las tres etapas que he publicado de Nocturnidad y Alevosía. Leyendo lo que escribía hace cinco meses he sentido con certeza una frase que acostumbra a musitar Buttercup. Soy varias personas que comparten los mismos recuerdos.

Sé que mis palabras siempre han sonado con tenues acordes de tristeza. Aunque los que me conocéis sepáis que no tienen mucho que ver con mi existencia real.

Han sido los temas los que han marcado cada una de mis etapas. Me he ido desprendiendo de esencias humanas a lo largo de la escritura. Y ahora, que ya no queda mucho que contar, pienso que este proceso ha sido un extraño striptease espiritual no premeditado.

En este momento es cuando me siento en verdad desnudo. Cuando puedo acomodarme en la esquina del cuadro a mirar sereno a la humanidad desde el imperturbable resguardo de mi marco.

Me asombra pensar que haya cambiado tanto en tan poco.

Recuerdo la lucha de Andrew para convertirse en humano. Para que lo reconociéramos como a un humano. Se diría que mi camino sigue la misma dirección. Aunque el sentido sea el opuesto.

Al hilo

¿Pero quién se habrá llevado mi vida?
Hace tanto tiempo que no la veo...
Tanto, que apenas sí ya me la creo.
Por más que la busque, sigue perdida.

16 noviembre 2005

Escasez mental

Tres formas de tristeza se han apoderado de mi voluntad. Ironía, pereza y soledad.

No es que me drogue. Tan solo es que estoy triste. Y necesito la tristeza para ser feliz. De tan feliz he aprendido sufrir. Tanto que ni siquiera sufro. Dicen que el hombre se parece a su dolor.

Paradójico. Reconfortante.

15 noviembre 2005

Universo desconocido

Cuando entras por la puerta te recibe la sedante sonrisa de una elfa. Casi siempre viene acompañada por un perezoso pliegue de pestañas que emana dulzura sutil. A su izquierda hay una mirada fija en la pantalla. Un joven de pelo rizado con gafas que siempre se toma un par segundos para mirarte cuando le hablas. Parece que sentirse más a gusto entre los coloreados píxeles que en la gris realidad.

Al entrar al despacho me rodea la versión con halitosis de un disléxico con diarrea verbal y una rubia mamá repartidora de empalagosos corazones. En mi mesa apenas se distingue la superficie. Todo está ocupado por las inútiles tarjetas naranjas propiedad de mi antecesor. Yo apenas ocupo el reducido espacio de mi portátil, en el que van acomodándose sin prisa las letras que adornan las anacrónicas tarjetas.

Si te adentras por el pasillo llegas a la sala de Sistemas. Una desordenada habitación en la que se supone que debería haber seis personas trabajando. Nunca he visto a nadie allí. Algunos me han confirmado su existencia. El día que descubra a alguien ahí dentro, sentado ceñudo delante del monitor, quizá decida ignorar su presencia. Por simple acomodo en la rutina.

La sala de Consultoría es un espacio ahumado y plagado de risas. Las sosegadas charlas acerca de la organización estratégica de la empresa futura cruzan sin pausa de una esquina a la otra. De vez en cuando alguien mira a la pantalla, pero en seguida vuelve a enfrascarse en una conversación volátil que ha nacido espontánea en algún sitio no muy lejano.

Al fondo está la sala de Desarrollo. No es distinta a las demás salas de Desarrollo que haya conocido. Todos están nerviosos. Corren de un lado a otro sin hacer nada. Observando cascadas de caracteres interminables. Aprovechan el corto tiempo de desplazamiento para emitir una triste queja. Dicen que nunca tienen tiempo para hacer nada como debería hacerse. Algunos de ellos permanecen callados. Enfrascados en su pantalla sin moverse. Esperando a que suceda algún milagro improbable. He aprendido que la mejor táctica es no dirigirle la palabra a ninguno de los habitantes de esta sala. No acostumbran a tener el tiempo suficiente para poder escuchar.

Hay dos despachos más. En uno está, a tiempo imprevisible, una Madonna encarnada en un tipo enorme con barba. A menudo es complicado discernir si habla con el que está al otro lado del micrófono o con el que está delante de él. En el otro despacho habita Platón. Con su filosófica chaqueta verde de cruzados botones de madera acostumbra a realizar sinuosas charlas peripatéticas acerca de la necesidad de reconducir la tautología del análisis hacia ofertas dimensionadas en términos ergonómicos. Es divertido acompañarle en sus paseos.

Este es mi nuevo mundo. Yo, a pesar de que a la mayoría sólo le saco un par de años, actúo como el serio adulto que pregunta fantásticas incongruencias con mimbres de sabias sentencias.

14 noviembre 2005

Inequívoco


Una gigantesca librería impersonal es el espacio ideal para adquirir sin remordimientos delirios sin sentido.

Hojeaba un ejemplar de El Principito mientras admiraba las sencillas ilustraciones. Recordaba diminutos fragmentos imborrables. La imagen de mi gastada edición se asomaba difusa a la memoria. Soñaba con la niña a la que iba destinada el libro. Quizá cuando creciera fuese capaz de evocar los mismos sentimientos que me abstraían.

Giré la vista hacia los libros apilados. Al lado de la edición que tenía en mis manos había otra muy parecida. Era una publicación que incluía el texto original en francés. No conozco ese idioma. Así que me llevé ambos libros.

Hay palabras que no pueden ser traducidas. Hay frases que jamás podrían componerse de otra manera.

Mais si tu viens n'importe quand, je ne saurai jamais à quelle heure m'habiller le coeur...

13 noviembre 2005

Una visión

Siempre me gustó El Piano. Michael Nyman y Jane Campion jamás volverán a susurrarse de la misma manera. Acabo de verla acurrucado en el sofá, bajo el arrullo de mi manta. He entendido por qué adoro esta historia. El Piano es un catálogo de caricias. De cualquier tipo de caricia.

La Cena

Me habéis pedido que escriba sobre la cena. Y aunque ando bastante abandonado de palabras, trataré de condensar en secuencias inconexas de letras lo que diez compartimos anoche.

Nadie en su sano juicio se atrevería a sentar en una misma mesa a un especialista en ciencia ficción, una princesa con sus trenzas recién cortadas, una niña con botas de lluvia, un enano cazador de ciervos, un tímido extrovertido con mar en los ojos, una mole de músculos de azúcar, una sonrisa italiana encantadora, un razonamiento redondo, una ola de mediterráneo y un pirata a la deriva. Pero mi juicio está clínicamente defenestrado, así que me encantó hacerlo.

Floté entre la cocina y la mesa. Escuchando cada palabra y leyendo cada risa. Disfruté con los que estaban y con los que se unieron. Recordamos viejas historias y convocamos lo que serán recuerdos. Fuimos felices sin quererlo. Que es la mejor manera en que uno puede ser feliz.

Ahora tengo un dedo calado de nicotina y un vaso lleno de cava catalán. Después de todo lo que ha pasado es lo único que me queda. Y tal vez un par de lavadoras y un centenar de copas sucias.

P.D. Y si no hubo coñete, es porque empiezo a asimilar con demasiada facilidad la bebida...

08 noviembre 2005

Mi pijama


No me preguntéis a mí. Preguntadle a Helen...

Y ésta para Raist, que no se calla ni debajo del agua. ¡Anda que no das mal! Y todo para ver a Helen enfundada en su pijama. Lo que hay que hacer...

En el punto exacto de tañido

No desearía que K perdiese su bien merecida reputación de bloguero más psicópata de esta esfera, pero es que en los últimos días me han calificado dos veces de psicópata. Y no negaré que me encanten los piropos. Es más, cuando son tan acertados como éste, siento un intenso rubor rojizo que colorea hasta el más diminuto de mis capilares. Pero ha sido este piropeo reiterado el que me ha impulsado a realizar un estudio serio (es serio de verdad, no os cachondéeis) acerca del comportamiento psicopático. Para tratar de explicarnos lo que soy. O para intentar explicar lo que algunos dicen que soy. O para que las personas dejen de excluir socialmente a los inadaptados. O... ¡Dejémoslo! Que dé comienzo la disertación.

Sabed que la psicopatía no es una enfermedad. Tan solo somos personas raras en el sentido estadístico del término. Destacamos del resto porque nuestra conducta es anómala hasta el extremo. De hecho, esta conducta se puede colocar unívocamente en el punto social que provoca un tañido por el choque del badajo con la campana.



Es cierto que en algunas ocasiones se nos confunde con melancólicos por nuestra escasa sensibilidad para el placer, por nuestra proyección desilusionada del futuro o por esa casi imperceptible carencia de alegría vital. Sin embargo, los psicópatas debemos satisfacer unas necesidades que vosotros no sois capaces de imaginar. Y para ello nos vemos obligados a realizar un uso muy personal de nuestra libertad. (¿Sorprendidos? Pues sí, también disponemos de libertad en cantidades inagotables). Sólo nos sentimos culpables si no respetamos nuestros propios códigos. Los códigos de la comunidad nos importan bien poco.

Nos gusta someternos a situaciones de alto riesgo que vosotros seriáis incapaces de asumir. Y además lo hacemos solo por el paradójico placer del riesgo. (¿Os fijáis en que no he dicho miedo?)

Otra cualidad intrínseca de todo buen psicópata es que, por norma, suele gustar a las mujeres. (Este es un rasgo psicopático que no poseo, por cierto). Ellas preferirían que estuviésemos muertos, pero mientras sigamos vivos resulta un excitante desafío poder conquistarnos.

En realidad, os podría explicar muchas más cosas de nosotros, pero os lo pondré fácil. La mejor definición que se puede dar sobre un psicópata es que es un auténtico hijo de puta.

Y lo mejor de todo es que, con un psicópata, nunca puedes descartar el imprevisto.

Un psicópata recién salido del armario

K, si crees que alguna de mis reflexiones no refleja los rasgos psicopáticos con la fidelidad adecuada, eres libre de aportar tu visión como experto en el tema.

07 noviembre 2005

A la chica del saxo azul

Sigo pensando en ti. No consigo desterrar tu culo centelleante de mi cabeza. Tus curvas me están volviendo loco. Me estremece el sinuoso contoneo de tu chasis. Necesito volver a verte. Y que bailes para mí.

No concibo otra solución, tengo que declararme. Lo haré en público, para proclamar la grandeza de este amor absurdo hasta los confines más alejados de toda la blogosfera conocida.

Te prometo que nunca haré el amor con otra persona que no seas tú. De hecho, tú ya lo tendrás bastante complicado, pero trataré de esforzarme.

Te doy mi palabra de que serás la emperatriz absoluta del mando de la tele. Esto no incluye que yo vea la tele contigo, pero tú la puedes ver lo que quieras, sin restricciones.

Te garantizo que nunca me iré al fútbol con los amigos. Y hasta aquí nadie ha hablado de paddle, que yo sepa.

Te ofrezco todo mi repertorio de locuras inútiles para que puedas echarme la bronca bien a gusto cuando estés nerviosa. Es cierto que en un tiempo me la echarás también cuando estés relajada, porque no se ha descubierto todavía cura para mi chifladura.

Te juro que siempre me levantaré temprano, antes que tú, para tenerte el desayuno preparado. Y si esto es sólo mérito del insomnio no es un demérito mío, ¿no?

Te llevaré a los mejores bares y restaurantes de toda la ciudad. Claro que tú me tendrás que traer de vuelta de ellos.

Te recitaré poesías que te hagan visitar mundos nunca antes imaginados. Y yo diría mundos que nadie es capaz de concebir, pero puede que al principio te haga incluso gracia escuchar sinsentidos.

Y te aseguro que siempre conducirás el coche. Aunque es posible que te molesten mis extasiados coño-pero-qué-grande-eres a lo largo de todo el camino.

¿Qué me dices? ¿Soy el hombre de tus sueños? ¿A que sí?

06 noviembre 2005

Enamoramiento en treinta y ocho kilómetros

Justo cuando creía que había perdido la capacidad de enamorarme de lo absurdo, ha vuelto a suceder.

Volvía de asomar mi estirada nariz a un coloreado mundo que conocía de oídas. Hacía eses orquestadas por regulares círculos blancos y rojos. Delante de mí circulaba un pequeño utilitario poco potente. El círculo blanco me ha dado la orden, así que me he dispuesto a ejecutar mi maniobra. Pero antes de que comenzase, he visto lucir su intermitente y he observado boquiabierto aquel adelantamiento elegante. Ha aprovechado la trazada más corta de dos curvas enlazadas para colarse con facilidad delante del camión. Me he quedado patidifuso por la sutileza de la jugada. Así que he colocado mi coche detrás del suyo y la he mirado a través del retrovisor. No he podido evitar seguirla durante treinta y ocho kilómetros, fascinado por nuestro baile de luces naranjas y fintas fluidas. Maestra y alumno inmersos en una lección que nadie habría sido capaz de entender. Dos extraños encadenados por una fuerza magnética que vinculaba sus vehículos a un mismo camino.

Pero la autovía ha roto la magia de la carretera. Se ha terminado el juego. La he adelantado. He observado como mantenía sus manos en el volante. Me he fijado en sus ojos concentrados. Y me he enamorado. Aunque me haya ido.

05 noviembre 2005

Desidia

No tengo ganas
de hacer nada que no sea
el hacer nada.

03 noviembre 2005

En silencio

Tienes la voz tan gastada
de alboradas de humo en vela
que extinguida la cautela
sollozas ecos de nada.

02 noviembre 2005

Ceguera

Sociedad de tantos lazos
que atan sueños de vacío,
¿te sirve de algo mi hastío?
¡Ya estallarás en pedazos!

01 noviembre 2005

Conexiones neuronales

Nueve reunidos
en la noche, que sueñan
que saben soñar.