22 noviembre 2005

Reencuentros

Mel dio un tirón de la correa en el momento justo en que su dueña se agachaba a recoger sus excrementos. Eva cayó al suelo, apoyó la rodilla derecha encima del montoncito y soltó su presa.

-¡Joder! ¡Me cago en la puta! ¡Coño! -masculló furiosa.

Sentía la humedad terrosa de los detritos pegada a su rodilla. Sus manos estaban llenas de hierba. Se le habían caído las gafas. Había perdido el bolso. Y todo en una sola acrobacia.

Se incorporó enfadada mientras se frotaba con fuerza las manos. Miraba hacia el suelo tratando de localizar sus gafas. Más tarde ya se ocuparía de Mel.

-Parece que hoy se ha levantado juguetón -interrumpió el corredor con una sonrisa a medias.
-No es un perro. Se llama Melopea. Es mi perra -dijo malhumorada Eva en un intento por sacar algo de ventaja en el diálogo.
-No preguntaré por qué le pusiste ese nombre... -jadeó el corredor entre carcajadas.

Allí estaba él. De pie. Relajado. Sosteniendo su bolso en una mano y sujetando con la otra la correa de Mel. Parecía divertirse con aquella bochornosa situación. Ella estaba demasiado enfadada como para avergonzarse.

-Ven. Hay una fuente por aquí. Trataremos de hacer algo por tu pantalón.

Se arrodilló en frente de ella. Mojaba un pañuelo en el caño y restregaba su rodilla con energía. Eva permaneció quieta durante toda la operación. Como una niña a la que estuviesen curando una herida. Observando como el corredor repetía con cuidado el gesto una y otra vez.

-Es todo lo que se puede hacer por él. Aunque creo que deberías cambiarte, sigues desprendiendo un ligero tufillo a mierda de perro -informó el corredor socarrón.

Eva asintió. Lo miró a los ojos y lo vio por primera vez. En aquel momento el rebelde hueco de su estómago se llenó de ella misma. Pensó que había sido una ilusa. Tan sólo era un hombre como los demás.

-Gracias. Tienes razón. Creo que me iré a casa a darme una ducha -respondió con fría cordialidad.

Se volvió caminando deprisa, con Mel siguiéndola a trompicones. Después de tantos quebraderos de cabeza se sentía frustrada. Nunca iba a aprender a controlar su desbocado corazón. ¿Por qué le insistía, el muy obstinado, en que ese descabezado era lo que quería?

-Perdona, he visto que cojeas un poco... ¿Te has hecho daño? -exclamó el corredor a su espalda.

Estuvo a punto de decirle que sí. Que su rodilla había quedado maltrecha. Que la llevase al hospital más cercano. Que se quedase al lado de su cama acariciando su mano.

-No. Estoy bien. Son mis botas nuevas. Me están matando -explicó volviéndose a medias.
-Ya. A mí me pasa lo mismo. Nunca he podido resistirme al encanto de unos zapatos bonitos... -divagó el corredor-. Me llamo Juan -terminó sin variar el tono.

-Eva. Y Mel. Aunque a ella ya la conocías.

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9 comentarios:

would dijo...

¡Qué equivocada está Eva! Juan no es un hombre como los demás. Muy pocos frotan la rodilla de una mujer sin llevarse un bofetón.

...pero son aún menos los que lo harían para limpiar caca de perro.

Raist dijo...

Mmmm esto se pone interesante.

Veo que hoy no jadeaba medio axfisiado. ¿Ha conseguido no fumar en todo el día? :-p

Pow dijo...

El día en que Raist consiga ganarle al paddle, el corredor dejará de fumar entre semana :-P

susej dijo...

No se dió cuenta que Mel era ella? o era un truco?

Raist dijo...

Pero si Raist no se deja ganar, aunque solo sea un día... ¿qué ilusión le quedará al corredor? ¿limpiar cacas de perro?

Isthar dijo...

No hay nada como la realidad para quebrar la fantasia de una ilusión sustentada en quimeras...


No si al final el corredor será un fumeta que juega al paddle, y Mel y Eva las ensoñaciones de un adicto a las letras que no puede dejar de crearlas aunque le cueste creer en las suyas ;)

Azena dijo...

melopea... jeje
me pregunto cuánto tiene de autobiográfico...

Miss Kubelik dijo...

La escena es muy Woody Allen... ¿Seguro que no fue en Central Parrk?

Buttercup dijo...

No hay nada como los comienzos. Estos dos van a tener uno bonito que contar.