31 enero 2006

Tu salón es impersonal


Tuve tres abuelos. Y tres abuelas. Cuando mis abuelos no carnales celebraron sus cincuenta años juntos les regalé esta figura. Para que se acordasen de ese momento en el que decidieron que pasarían toda la vida juntos. Es lo único que conservo en mi casa de ellos. Eso y mi recuerdo.

Uno y otro lucen en mi salón.

29 enero 2006

Desvarío

Locura es un término tan ambiguo que no sirve para describir el estado mental de alguien. Los comportamientos erráticos de voluntades mal educadas se aprecian como extravagantes operarios de blancas camisas con chorreras. Acaparan la mirada del que observa trajinar a cientos de manchados monos azules en mecánica repetición. Y eso es lo que embauca. La originalidad y la incompresión.

Me pregunto por qué pienso que cada vez estoy más loco. Por qué sigo queriendo estar solo. Y por qué no puedo ponerme un estúpido mono azul.

También me pregunto por qué mis palabras se han atorado en alguna zona inalcanzable de mi cerebro. Quizá las vuelva a encontrar. Aunque no quiera hacerlo. Cada día me cuesta más reunir la concentración necesaria.

Dispersión. No hay objetivos, ilusiones ni metas. Tan sólo unos cuantos desvaríos asustadizos. Me deslavazo. No me importa. Pero acabaré por extinguirme.

26 enero 2006

Nada de lo que imagino es real

Un metro separa una sanción económica del agravante que supone la retirada del carnet de conducir. Para quien crea en la ley y el orden supongo que esta multa será un varapalo moral. Porque no me van a castigar como merezco. Al menos esta vez.

Es ridículo aparecer denunciado por exceso de velocidad con los faros de freno luciendo con tanta intensidad. Pero la foto resulta evocadora. Me devuelve a aquella noche de carretera vacía y luna esplendorosa. Al regreso de un fin de semana fantástico en Barcelona. Quizá deberiera escribir una carta de agradecimiento a Woody Allen*.

La multa ya está abonada, la inmediatez de las comunicaciones. No me importa pagarla. Desde un punto de vista abstracto lo asumo como un azaroso acto de justicia poética. Durante los siete años que trabajé en Barcelona pagué mis impuestos en Zaragoza. Y ahora me toca reponer la compensación.

*Cinemómetros Multanova... Apuesto a que fue Woody Allen quien les dio ese nombre.

25 enero 2006

Ociosos

He estado en la bodega. Eligiendo un par de vinos para el fin de semana. Es uno de esos impolutos locales con amplias cristaleras y vidrios expuestos con esmero. Suelo comprar en establecimientos cuidados, con aire moderno. Es como si me gustasen más los artículos en esos sitios. Desconozco el motivo.

El bodeguero es un hombre alto y grande. Lo tengo que mirar hacia arriba cuando hablo con él. Me siento como un niño atento a las sabias palabras de su maestro. Le encanta el vino. Cada vez que lo visito, le pido que me cuente los detalles de sus nuevas adquisiciones.

Él me habla con orgullo. Me muestra en el mapa la zona exacta de Francia en la que ha encontrado su último tesoro. Yo lo miro como las vacas al tren, embobado en sus arcanas palabras. Variedades de uva que parecen nombres de champán francés, aromas que evocan recónditos lugares asiáticos, maderas que huelen a viejos bosques de la Europa más inexplorada...

Y me voy de allí feliz. Sin saber muy bien qué he comprado pero con la sensación de que lo que contiene la bolsa es oro líquido de la pureza más codiciada. Supongo que cada uno se divierte como puede.

24 enero 2006

Trabajando

Estimada señora Romance,

Dado que las vicisitudes del exigente ritmo de trabajo diario no nos han brindado la oportunidad de saludarnos, le remito esta carta con el objeto de poner en su conocimiento tanto mi persona como mi disposición para atender cualquier consulta o sugerencia que estime oportuno realizarme.

Como sabrá, nuestra empresa se ha especializado durante la última década en la implantación de soluciones informáticas para mejorar la integración de los procesos de gestión y producción en varios centenares de organizaciones en diversos sectores de actividad.

Permítame también recordarle que nuestra apuesta por las tecnologías más actuales garantiza unos sistemas con gran capacidad de comunicación, crecimiento a escala y adaptación a las necesidades que genera la continua evolución del entorno empresarial.

Y si bien es cierto que los cambios que afectan al núcleo de los procesos internos de una organización no pueden ser asumidos sin la planificación e ilusión adecuadas, nuestra empresa es capaz de proporcionarle el soporte que necesita. Un experimentado equipo de profesionales de ámbito multidisciplinar le ayudará en la implantación de su proyecto de cambio cuando usted decida acometerlo.

Por último, le reitero mi disposición para conversar acerca de éstos u otros temas de su interés.

Reciba un cordial saludo.

23 enero 2006

Creo en Dios

Suena retrógrado, derechista, puritano, cateto y anticuado. Por eso no suele reconocerse en público. Os podría explicar mi visión de Dios pero no la entenderiáis. Porque Dios es personal.

Y no hablo de la iglesia. Dios no es la iglesia. La iglesia es tan solo un grupo de hombres desnortados. Dudo que carezcan de buenas intenciones pero no saben nada de la vida. Llevan demasiado tiempo encerrados.

Así que sólo afirmaré que creo en Dios. Existe. Me niego a aceptar que el hombre sea la única conciencia en este vasto universo incomprensible. Nadie me convencerá de la contrario.

Me encantan las personas que creen en su Dios. Me parece un rasgo de inteligencia sensible tan romántico y entrañable que me resulta irresistible. Porque en la vida es una estupidez querer entenderlo todo mediante rígidas ecuaciones matemáticas.

Solo cuando la imaginación se acabe y no nazcan más Hijas de la Luna dejaré de creer en Él. Aunque esto no sucederá nunca. O al menos no pasará en mi mundo.

22 enero 2006

En proceso de recuperación

Hoy he tenido una de las peores pesadillas mentales que recuerdo. Unas cuantas catástrofes sociales, físicas y tecnológicas que no merece la pena relatar me han ayudado a perder el control de mi estabilidad emocional.

A media tarde deseaba escapar de mi conciencia con tanta urgencia que he decidido nadar un buen rato para amortiguar la afilación del desánimo que me arañaba por dentro. Cuando ya estaba preparado para salir he consultado la disponibilidad de la piscina. Ni siquiera me ha sorprendido que los domingos cerrasen antes de hora y mi posibilidad de desahogo se viera frustrada. En días como éste el hecho era casi predecible.

Me he vuelto a cambiar, me he puesto ropa de calle y me he ido a la iglesia. Durante la misa estaba tan confundido que apenas podía hilar algún pensamiento con hechura de sentido. Seguía abotonado el armazón de mi fluidez. El capellán me ha pedido que pasase la cesta de la colecta, acción que aborrezco con todas mis fuerzas. Una señal más de que la jornada me estaba azuzando sin piedad.

A la salida he pensado que quizá una buena sesión de cine consiguiese distraer mi atención del torbellino de estupideces que manaba sin compasión hacia ninguna parte. He comprobado que la película que quería ver había comenzado quince minutos antes y que no había sesión más tarde.

He comenzado a reír.

Me he mirado, he revisado mis miserias y he descubierto que era idiota. Risa. Me he dado risa. El nudo ha comenzado a ceder. La cabeza ha vuelto a reconocer su organización habitual. Y el día va a terminar con la restauración de la calma.

Tengo muy mala memoria. Me cuesta recordar lo fácil que es vivir. Y no conozco a nadie que sea capaz de recordármelo de la manera adecuada. Hoy dormiré con un suspiro de alivio en mi cerebro. Aunque a media tarde nadie hubiese apostado un céntimo por mí.

*Gracias por contarme el secreto ;-)

21 enero 2006

Moncayo


No váis a poder subir sin crampones.

La advertencia del montañero vasco que nos adelantaba con sus relucientes crampones ha sembrado la duda en el grupo. Mientras el resto de la expedición discutía le he pegado un par de patadas con la puntera de la bota a la placa de hielo. No estaba duro.

He subido el primero, dando punterazos a diestro y siniestro para formar cómodos peldaños por los que terminar la ascensión. En la cima nos hemos vuelto a encontrar con el emisor de la advertencia. Le he respondido.

No le digas a un aragonés que no puede hacer algo.

Una excursión memorable. Lucía el sol espléndido, caminábamos rodeados de hechizantes puñales de hielo y la comida en la cumbre nos ha sabido a éxito. Deslizarse a izquierda y derecha a la bajada, esquiando con las botas sobre nieve virgen. Lanzarse con el culo rozando las placas de hielo. Y un cafecito rodeado de anécdotas como despedida. Memorable.

Pero me quedo con algo especial. Hoy venía mi padre conmigo. Me ha gustado la sensación de ser yo quien marcase su camino. Después de que él me haya indicado en los cruces durante tantos años.


20 enero 2006

Desembarco

Mi hermana, mis sobrinos y el contenido de su congelador acaban de desembarcar en mi casa. Ella me conoce, sabe que no me gusta la comida congelada. Cuando se le ha estropeado la nevera lo ha tenido claro.

Así que ahora la comida maciza se almacena en mi casa. Espero que no se acostumbre. Mi congelador sólo sirve para guardar cubitos.

Ha sido una visita agradable, aunque demasiado corta. No nos solemos ver entre semana. Cuando han entrado por la puerta me he dado cuenta de que los echo de menos. Los echo de menos entre semana. Y la solución es fácil. Pero los seguiré echando de menos. Así soy. O así somos.

19 enero 2006

El mejor farol del mundo

El príncipe Humperdinck buscó sus armas y una espada brilló en sus manos regordetas.
-A muerte -dijo mientras avanzaba.
Westley meneó lentamente la cabeza.
-No -le corrigió-. A sufrimiento.
Era aquélla una frase extraña, que paró en seco al príncipe. Además, ¿por qué estaba aquel hombre allí tendido? ¿Dónde estaba la trampa?
-Me parece que no he comprendido bien.
Westley siguió tendido, sin moverse, pero su sonrisa se hizo más amplia.
-Será un placer explicároslo.
Eran ya las seis menos diez. Quedaban veinticino minutos de seguridad. (Quedaban cinco. Él no lo sabía ¿Cómo podía saberlo?) Lenta y cuidadosamente comenzó a hablar...


Westley, aún bajo los efectos de la píldora de resurrección, sin fuerzas para sostener su espada, consigue desarmar a Humperdinck sólo con sus palabras. Un futuro de sufrimiento relatado con nítido sarcasmo y efectivos detalles macabros. La mejor escena que jamás ha escrito Goldman.

Cuando Max Milagros dijo que había escuchado farolero no le faltaba razón.

18 enero 2006

Problemas de autoestima

Este diagnóstico describe a una persona que no sabe medir sus capacidades. Pero suele asociarse con una connotación de impotencia inducida por la inoperancia bloqueante de la infravaloración.

Tengo problemas de autoestima. Aunque no en la concepción clásica. Me supravaloro. Asumo cualquier tarea que se me ponga por delante. Y mi asfixiante y compulsiva responsabilidad me obliga a cumplir conmigo mismo.

Soy capaz de hacer cualquier cosa. Por norma de manera mediocre. No hay algo que rechaze por creerme incapaz para abordarlo, acepto cada reto con la seguridad de que sabré solucionarlo. Y eso me crea un agobio continuo. Una sensación de exprimirme a cada instante que me agota.

Es una enfermedad incurable. Y sus efectos secundarios están diezmando mis reservas de energía vital. Quizá un día reconozca que algo me viene grande. Aunque dudo que mi detestado orgullo me permita adoptar esa postura. Estoy enjaulado entre rejas de complejas obligaciones y acuciante responsabilidad.

¡Qué asco de personalidad! Algún día escribo un gámbito inspirado y se la traspaso a cualquier incauto...

17 enero 2006

Espiando desde el lado opaco

He llamado a tu puerta. Me he sentado en el rellano con la espalda en la pared y las manos sobre las rodillas. Sé que estás en casa. No me quieres abrir. Ni a mí ni a los demás. Has girado dos veces la llave en la cerradura, has asegurado el pestillo y te has enterrado entre mantas de lana.

Pero te veo a través de la puerta. Tus ojos están siendo bombardeados por rayos en blanco y negro. Tus oídos son atravesados por sonidos que flotan en ruidosa estática. Tu boca paladea un regusto amargo mezcla de sabores que no quieres tragar. Tus manos sostienen una pequeña vida que te transmite un calor que no sientes. Y tu nariz permanece olvidada, inmersa en ese espectáculo de sentidos abandonados.

Quieres esquivar a tu mente, que tanto te hizo sufrir. Perderte en ese lugar en el que no necesitas actuar. En el que todo viene dado. Pasear por un escenario de cómoda fantasía en el que nadie te observa. Mirar sin ser mirada. Conseguir sin luchar. Vivir sin oxidarte.

Pero no hay un universo en el que el hombre no sea juzgado. Las consecuencias de la existencia son abrumadoras. Cada paso dado requiere un esfuerzo de cálculo intenso. Las energías son absorbidas por tanto sinsentido ajeno. El cansancio invita a pararse. A darse por vencido.

Tú eres una luchadora. Nunca te has cansado de luchar. Porque te gusta luchar. La embriaguez del triunfo mitiga el efecto de la desesperanza. El avance arranca a un ritmo vertiginoso, tan embaucador que sólo tienes ganas de saltar. Gritar tu victoria al aire. Y hondear una bandera de libertad conquistada.

Sigo sentado a tu puerta. Espero a que me abras. Para hacerte compañía. Para dilucidar una táctica infalible. Y gritar contigo que lo has conseguido. Que tienes una nueva victoria que celebrar. Aunque la batalla haya arrasado campos de ilusión.

Asómate a la mirilla. Verás a alguien que cree en ti.  

Horizonte plano

Aburrido desgaste de vida. Tedio abroncante en el trabajo. Cinco minutos más de la cuenta corriendo. Responsabilidades que superan la capacidad de reacción. Cansancio crónico acumulado en los músculos que mueven el alma. Contagio de desencanto.

Días en los que uno trata de encontrar los sueños imprescindibles para su futuro. Y se sumerge en un vacío de nada tan densa que queda suspendido inerme en esa atmósfera sólida e invisible. Nada queda por hacer. Al menos, nada imprescindible.

Se asume que todo lo deseado está cumplido. Y se sigue caminando arrastrado.

NOTAS. Estas letras no desean la muerte. Ni necesitan razones para vivir. Son sólo conciencia de desilusión. Que ya os veo venir ;-)

16 enero 2006

Cinco manías

Susej y Helen me han disparado con una cadena de manías. Es mi turno. Aquí tenéis algunas de mis rarezas más irracionales.

Odio el número 13. No me gusta nada de lo que tenga que ver con él. Ese día del mes evito viajar, omito actos que considero importantes y suelo encerrarme en casa a esperar que termine. Jamás permito que un artículo quede con 13 comentarios ni ser yo el comentarista número 13. Cuando escribo un documento nunca tiene 13 páginas. No paro de leer un libro en el capítulo 13 ni en una página que acabe por 13...

Disfruto corriendo bajo la lluvia. Los días de lluvia me encanta salir a correr. Calarme y darme una ducha caliente me deja relajado y feliz.

Duermo en el lado derecho de la cama. He dormido muchos años solo en mi cama de metro cincuenta. Pero siempre lo hago en el lado derecho. Antes de tener pareja y después de tenerla.

Cocino con delantal encima del traje. Porque me da pereza cambiarme a mediodía. Aunque si preveo que se pueden manchar las mangas de mi camisa me remango hasta encima del codo. Y, por supuesto, cambio mis zapatos por zapatillas.

Deduzco mi destino según el color de los caramelos. Me he acostumbrado a comer caramelos con vitamina C sin azúcar. Tanto por mi mal aliento como por sus efectos atenuantes con la nicotina. Vienen en paquetes que contienen unidades de limón, naranja y manzana. Mis preferidos son los de manzana. Si me como uno y es de manzana lo siguiente que haga me saldrá a pedir de boca. Sin embargo, si es de limón todo va a ser un desastre. Los de naranja son neutrales. También los utilizo para contestar preguntas. ¿Es ella la mujer que estoy buscando? Limón. ¿Conseguiré vender este proyecto? Naranja. ¿Me queda leche en el armario? Manzana.

Y aún tengo unas cuantas manías raras más. Menos mal que sólo me han pedido cinco :)

15 enero 2006

Una paranoia real

Os podría contar de mi estancia en dos ciudades mediterráneas este fin de semana. Nunca me ha costado conducir de un lado a otro. Quizá por la costumbre adquirida al volante. O por mi interminable colección de momentos disponibles.

Os explicaría lo que se siente cuando la comodidad en casa ajena diluye el significado de este adjetivo. O de cómo vomita mi nueva mascota sobre la tapicería. O de la familiaridad que se logra en suspiros de tiempo.

Pero me quedaré con el viernes. Con una historia que sucedió en ese tiempo y espacio que existe tan sólo fuera de los ejes reales.

Conducía hacia Barcelona de camino a una cena de reencuentros. Escuchaba la música mientras daba pequeños golpecitos con el dedo en el cuero del volante. Mi mirada se posada en la noche surcada de reflejos blancos. A la luz de una llena luna que se ocultaba entre descompuestas nubes grises.

Cuando sonó el teléfono lo atendí sin abandonar mi universo de oscuridad destellada. Ella estaba nerviosa. Lloraba, hipaba y emitía histéricos grititos debilitados. Pude entender que habían entrado a robar en su casa rompiendo el cristal de la ventana y que el teléfono móvil de su recién estrenado novio estaba desconectado. La conforté con obvios susurros prefabricados. La tranquilicé con despreocupación fingida. Y le prometí encontrar al que había perdido.

Cien kilómetros me separaban de su casa. Cada llamada no contestada aportaba una inquietante idea al puzzle que volteaba en mi cabeza.

Ring
Ella dejó a su marido hace dos semanas.

Ring
Él nunca apaga su móvil.

Ring
El marido trabaja en un rudo taller de operarios sin escrúpulos.

Y la historia se hizo real. Era una venganza orquestada por el marido abandonado. Lo había organizado con los amigos del taller. Mientras él robaba en la que fue su casa, ellos habían dado una paliza al culpable de la separación. Le habían robado, lo habían desnudado y en esos momentos yacía inconsciente en algún callejón olvidado.

El consumo de kilómetros afinaba el ajuste de las piezas de aquel macabro rompecabezas. Las dudas huían de la implacable lógica de un plan bien ejecutado. Observaba el transcurrir de las siguientes dos horas de mi vida preparándome para consolar, abrazar y transportar mendigos de protección.

Llegué a su casa. Ella estaba más tranquila. La Guardia Civil inspeccionaba el lugar de los hechos. Anotaban datos en una hoja y explicaban nimiedades bien aprendidas. Cuando se fueron ella se abrazó a mi como nunca lo había hecho. Como nunca lo hará.

La dejé dentro, organizando el desastre, mientras suplicaba que alguien respondiese mis llamadas. Hablé con muchas personas pero no había esperanza. Él había desaparecido tres horas atrás. La inevitable tragedia sólo esperaba mostrar su verdadera magnitud.

Cuando ella salió fuera, el nudo de mi estómago contenía las desesperadas lágrimas que pugnaban por trepar por mi garganta. Deseaba subirla al coche, ir a casa de mi amigo apaleado y llevarlo al hospital. Esperaba que fuese suficiente con llevarlo al hospital.

Ella lo llamó por teléfono una vez más. Había tenido mucho cuidado en no revelarle la preclara visión de un futuro probablemente cierto. La miré con seriedad. Esperando a que se cansase de escuchar el mecánico mensaje de la operadora.

-Hola, J. -saludó ella. Una sonrisa cansada y una mirada mezcla de alivio y pérdida transformaron su cara. -¿Así que te habías quedado dormido? ¡Serás vago! -sermoneó sin convicción, divertida-. Estoy con el Pow. Ahora bajamos para Barcelona. Ya te contaré...

La estupefacción y la extraña alegría que me golpearon en aquel instante debieron modelar una mueca enigmática en mi cara. Ella me miró frunciendo el ceño con expectante incomprensión. Supongo que la súbita desaparición de una realidad que no admitía alternativas creó en esa mueca un matiz de desilusión que ella fue incapaz de interpretar.

El fin de semana transcurrió sin incidentes. Aunque viví dos horas más que el resto. Si bien transcurrieron en otro espacio y en otro tiempo. En la misma realidad.

12 enero 2006

Doblado


Siete ventanas abiertas.

El tedioso test que permitirá que una afamada multinacional me considere entre sus compañeros favoritos seis meses más. Un curso de análisis multidimensional a medio acabar que impartiré la semana que viene. La ficha del exigente cliente que estoy atendiendo por teléfono. Una imaginativa oferta que transformará la tradicional empresa del pasado en la bien comunicada empresa del mañana. Recortes de imágenes distribuidos en capas de Photoshop. El gestor de correo posicionado en el mensaje de un compañero de otra empresa que requiere mi intervención para cerrar un acuerdo. El presupuesto en la hoja Excel, abierta con OpenOffice para evaluar sus prestaciones, de ese proyecto.

Cuando trabajo mi inquieto desdoblamiento disciplinar es acuciante. Mi mente enlaza las actividades con eficiencia. Y todo ocurre bajo el control de un metódico suceder de tareas bien identificadas.

Siete persianas bajadas.

Hace un tiempo decidí que era un esfuerzo inútil levantar las persianas cada día. Cuando me marcho de casa por la mañana no hay luz. Cuando llego por la noche tampoco. A mediodía basta con levantar la persiana de la cocina. Así que no merece la pena el preocuparse por las demás.

En mi casa hay una lámpara que espera ser colocada desde hace más de un año. La televisión de la cocina está instalada, pero su conexión a la antena está desenchufada. Solo hago la compra cuando se acaba algún producto que considero básico*. Suelo planchar una camisa cada día, por las mañanas, antes de ir al trabajo. Una caja que debería almacenarse en el trastero yace precintada en medio del cuarto. El trastero... Ni siquiera me apetece pensar en él. Una notificación del Ayuntamiento de Zaragoza me informa de que debo domiciliar mi contribución antes de fin de 2005.

Cuando estoy en casa mi dejadez es asfixiante. Mi mente se ralentiza en un duermevela inocuo. Y todo ocurre ajeno al control de mi voluntad.

Me intriga esa creciente dualidad entre lo personal y lo profesional. ¿Será que no valgo para vivir? Quizá es que sólo valgo para trabajar.

*Productos básicos: productos de higiene o productos de limpieza. La comida nunca ha sido indispensable.

11 enero 2006

Much ado about nothing



Sigh no more, ladies, sigh nor more;

Men were deceivers ever;

One foot in sea and one on shore,
To one thing constant never;
Then sigh not so,
But let them go,
And be you blithe and bonny;
Converting all your sounds of woe
Into. Hey nonny, nonny.


De cuando se sabe recitar a Shakespeare

10 enero 2006

Sueños de lucidez

La vida. Tan sencilla que cuando se entiende parece ridícula.

Tu imagen


Tu avatar puede tener el aspecto que desees, según las limitaciones de tu equipo. Si eres feo, puedes hacer que tu avatar sea atractivo. Aunque acabes de salir de la cama, tu avatar puede lucir ropas hermosas y un maquillaje profesional. En el Metaverso puedes ser un gorila o un dragón o un enorme pene parlante. Si recorres el Metaverso durante cinco minutos verás ejemplos de todas esas cosas.

El avatar de Hiro tiene la misma apariencia que Hiro, con la excepción de que, lleve lo que lleve Hiro en la Realidad, su avatar siempre vste un kimono de cuero negro. A la mayoría de hackers no les van los avatares llamativos, porque saben que hace falta mucha más sofisticación para mostrar un rostro humano realista que un pene parlante. Más o menos como la gente que realmente entiende de moda y puede apreciar los pequeños detalles que diferencian un traje de lana gris barato de un traje de lana gris caro y hecho a medida.

Neal Stephenson - Snow Crash

09 enero 2006

En mis zapatos

Entre semana visto con esmerado cuidado. El fin de semana me pongo lo primero que encuentro por el armario. No me preguntéis por qué. Yo tampoco me lo he preguntado.

Hace un par de meses compré unos preciosos zapatos negros sin cordones. Tan elegantes como caros.
De esos que tienes que pagar a principio de mes para evitar el inútil cruce de dedos cuando la tarjeta de crédito se desliza por el lector de la caja registradora. Aquel día, en la tienda, me sentaban como un guante. Aunque después comenzaron a molestarme en la zona del empeine. Pensé que cederían con el tiempo. Pero no han cedido.

Y cuanto más los llevo, más aprietan. En ocasiones siento que voy a desmayarme. Las dos franjas rojas que decoran mis pies persisten incluso un par de horas después de quitármelos. Las hormas de madera y los zapateros han malgastado su ciencia inexacta en infructuosos intentos de arreglo. Pero no pienso renunciar a ellos. Son irresistibles.

En el despacho me los suelo quitar para aferrarme a la consciencia. Así que necesito cierto tiempo de preparación para levantarme de la silla.

-Ven un segundo a la sala de demos...
-¿A la sala -consigo encajar el primer zapato- de demos? -el segundo zapato se resiste-. Sí, claro -ya ha entrado, ¡ay!- ahora mismo voy.

Deben pensar que soy subnormal. O algo lento de reflejos. En el mejor de los casos, sordo.

Algún día les diré que soy un cabezota y que lo único que pasa es que mis pies me están matando.

Tolkien dice

There is nothing like looking, if you want to find something. You certainly usually find something, if you look, but it is not always quite the something you were after.

No hay nada como buscar, si quieres encontrar algo. Es fácil que encuentres algo, si buscas, pero no siempre encuentras la misma cosa que estabas buscando.

08 enero 2006

Una frenada a tiempo

El suelo está mojado. Una tenue lluvia persiste en conservar el asfalto resbaladizo. Conduzco con cuidado. Mantengo las ruedas lejos de la pintura. El agua no atraviesa mi impermeable.

Me despisto. La moto culea en la curva. Me gusta. Siento la fuerza del recuerdo. Tomo la siguiente curva atravesándome con premeditación. Es embriagador. Acelero un poco más. Levanto la visera del casco. Mi cara se llena de lacerantes gotas. Un dolor cálido me recorre.

Necesito arriesgar más. Esquivo los coches haciendo eses enlazadas con dulces derrapes. Los huecos parecen enormes. Puedo esquivar cualquier obstáculo. Me siento libre. Vuelo flotando entre risas ostentosas.

Y en ese momento freno. Porque la última vez me caí. Tres meses enyesado, un par de tornillos de titanio y un dolor crónico en el brazo. Debería bastarme para aprender la lección.

A veces necesito recordar el camino. O me pierdo. Y me estrello.

*Vendí la moto en Octubre. Pero ayer llovía. Y estuve a punto de resbalarme...


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Os contaré lo que pasó de verdad. El simbolismo metafórico está empezando a aburrime. Y quiero que me digáis lo que pensáis. Así que es mejor que se entienda.

Ayer por la noche coincidí con una chica a la que conozco desde hace unos meses. Me recuerda mucho a Ex. Tanto en lo físico como en lo intelectual. Así que decidí hace un tiempo relegarla al círculo de los conocidos casuales.

Anoche estaba guapa. Y tenía ganas de hablar conmigo. Bailamos, bebimos, fumamos, cantamos y lo pasamos bien protegidos por el seguro escudo grupal. Llevaba unas fotos de la fiesta de disfraces de Nochevieja. Le pedí que me las enseñase.

Cuando estábamos viéndolas, apartados en un rincón, en suave cercanía, me abordó una sensación agradable. Casi se diría que deseable. Pero me convencí a mí mismo de que era la soledad la que la producía y no ella.

Supongo que el tipo de mujer que se fija en mí sigue unos patrones bastante rígidos. Pero es que ya he probado esa experiencia. En este momento sería mil veces mejor que lo que tengo. Pero acabaría desinflada en un tiempo. Y terminaría como ya terminó.

Por eso decidí frenar. Evitar volver a rodar por la misma ladera.

Y si tiendo a escribirlo de la otra manera es porque hablando así me siento un poco tonto. En realidad me siento mortalmente ridículo.

07 enero 2006

Miedo me das


Anoche me desvelé de madrugada. El cuerpo no está acostumbrado al desordenado comportamiento de las fiestas continuadas. Es su manera de rebelarse.

Encendí la radio sin abrir los ojos. Hablaban del hotel Corona de Aragón. Unos veinte años atrás un incendio originado en las cocinas devastó todo el edificio. 78 personas murieron y más de un centenar resultaron heridas. Desde entonces la imaginación popular ha elaborado un par de leyendas urbanas sobre habitaciones malditas. Explicaban que las personas que pernoctan en la habitación 510 sufren pesadillas con frecuencia. Incluso una azafata observó en esa misma habitación una presencia que trataba de abrir la puerta de la terraza reiteradamente. De fondo la inquietante música de Damien apoyaba la magia de los relatos.

Siguieron contando historias de otros hoteles malditos. El Parador de Sigüenza, un par de hoteles sudamericanos, un céntrico hotel de Hollywood... En todos ellos se sentían presencias, ruidos y apariciones inimaginables. Terminaron recordando El Resplandor, recreándose en las escenas más macabras de Kubrick. La música demoníaca seguía infiltrando intranquilidad en la noche.

No me atrevía a moverme ni un milímetro. Me adentraba en las historias, en la música, en los testimonios... Nunca he creido en esta clase de sucesos. Quizá porque no los he vivido. Pero pasé auténtico miedo. Miedo del bueno.

Me gustó. Me sentí vivo. Quizá para mi cumpleaños me regale una nochecita en el Parador de Sigüenza. Sería interesante ver orar a esa monja en los escalones de piedra al pie de la ventana...

06 enero 2006

Cuéntame un cuento

He rescatado de mi memoria un cuento que leí cuando era pequeño.

Hablaba de un hombre que vivía solo. Un día se le ocurrió que mesa no era un buen nombre para una mesa. Decidió llamarla tabla cuadrúpeda a partir de aquel momento. Porque le parecía un nombre mucho más adecuado.

Con el tiempo fue eligiendo nombres nuevos para casi todos los objetos que había en su casa. Al principio anotaba en una libreta las equivalencias. Más tarde olvidó la libreta porque ya no le era necesaria.

Cuando ya le había cambiado el nombre a todo se dio cuenta de que era incapaz de entender a los demás y de que los demás tampoco lo entendían a él.

Lo que no recuerdo es si ese hombre volvió a aprender las palabras adecuadas o si eligió aferrarse a su lenguaje personal. Supongo que lo segundo. Al fin y al cabo solo era un cuento.

05 enero 2006

Singularidad mal entendida

Lo que hacemos no es nunca comprendido, y siempre es acogido sólo por los elogios o por la crítica.
Friedrich Wilhelm Nietzsche


Lo más incomprensible del mundo es que sea comprensible.
Albert Einstein
No entiendo que nadie me entienda. ¿Dónde estará esa inteligencia sensible de la que enamorarme*? El tiempo de búsqueda se cuenta ya por años. Y sigue sin aparecer.
Será que no existe. Aunque esto ya lo sospechaba hace tiempo.
No es posible que seas así. Me ha dicho mi compañera de despacho. Y es cierto. Para ella es imposible que yo sea así. Porque no es capaz de entender que existan personas que no son como ella.
Me gustaría ser más normal. Por tener más posibilidades. Pero soy raro. Así que solo me queda esperar sentado en la ventana. Deseando que el destello de alguna estrella ilumine la ubicación de algún otro que esté mirando las estrellas deseando que su destello ilumine la ubicación de algún otro que...
Una paciencia que desborda los límites de mi anhelo. No tengo más armas. Espero que sea suficiente.
*N. de A. Cuando digo enamorarme es en sentido metafórico.

04 enero 2006

Sin referencias

El recolector de basura es un proceso informático que navega por la memoria en busca de recuerdos sin referencias. Cuando encuentra un suceso del que nadie se ocupa lo hace desaparecer. Los programadores saben que la existencia de estos sucesos está amenazada por el voraz eliminador. Así que se encargan tanto de almacenar los sucesos irrepetibles como de generar los hechos que permiten generar los sucesos repetibles. Nada se inventa en informática. Se copian los mecanismos del hombre.

Nuestros recuerdos persisten mientras alguna persona es capaz de reproducirlos a partir de los hechos o mientras alguien guarda memoria de ellos. La nuestra es una memoria colectiva. Todos compartimos los mismos recuerdos, en forma de suceso personal almacenado en nuestro cerebro. Se podría argumentar que el recuerdo que el olor de aquella rosa prendió en nuestra alma la última tarde de otoño no puede ser compartido. Pero no es cierto. Mientras existan rosas cualquiera será capaz de acceder a ese recuerdo. Mientras una persona tenga el recuerdo del olor de una rosa, ese recuerdo seguirá siendo universal.

Estas palabras desaparecerán cuando se evaporen de nuestras memorias. Pero las condiciones que las han generado persistirán. Así que no dejarán de estar referenciadas. Son un recuerdo repetible.

La sucesión exacta de letras que escribo en este momento no es un suceso repetible. Por eso quiero guardarlas aquí. Porque son únicas.

Los recuerdos son universales. Los sucesos son personales. Y ambos están amenazados de olvido.

03 enero 2006

Carta de réplica pública

Me aconsejas que atraviese los abismos que me rodean construyendo certeros puentes de amistad. Como si una red de pasarelas colgantes pudiera mantenerme a salvo de una caída mortal.

Amo demasiado el riesgo. Prefiero disfrutar de ese efímero momento. Los brazos abiertos, el pelo ondeando alborotado, la sensación de extásis ingrávido, la incertidumbre del momento exacto de la colisión y ese seco golpe en el mismo centro. Tras unos cuantos batacazos los huesos se hacen fuertes, las articulaciones se acostumbran al dolor y el recuerdo de cada vuelo queda tatuado en la mente. Nunca renunciaré a volar.

El proceso de conocimiento es la más equívoca de las percepciones. Rellenamos los huecos vacíos con deseos irreales de lo que nos gustaría encontrar. Construimos ilusiones perfectas que nos hacen desear fantasías hechas a medida. Y esos instantes en que uno roza la onírica imagen de completitud se transforman en punzantes astillas flotando en nuestro cerebro.

No me gusta estar enamorado. Nunca lo he estado. Pero jugar a imaginar enamorables me sienta bien. Me reconforta pensar que puede existir lo imposible. Y las numerosas caídas me han entrenado. Las astillas rebotan ahora indoloras contra las endurecidas paredes de mi alma.

Estoy rodeado de puentes. Magníficas construcciones de doble sentido con potente iluminación y señalización reflectante. Aunque de vez en cuando me gusta saltar por los acantilados. Solo para saber que puedo hacerlo.

02 enero 2006

Asimilando la maratón

Los buenos momentos son como los suspiros, cortos e intensos.

Ni siquiera nos hemos enterado de que nos hemos pasado doce horas sentados delante del televisor. La historia de El Señor de los Anillos es visualmente tan cautivadora que no es posible despistarse. Como la primera vez que las vi, lo único que ha transcurrido despacio ha sido el final de la última parte. Lo demás ha sido un torbellino de sensaciones que lo mantienen a uno en vilo.

Supongo que la compañía, la comida y la bebida también han contribuido a que este día se haya esfumado sin enterarme. Ahora es cuando empiezo a sentirlo, cuando mi memoria asume las emociones que me han bombardeado durante todo el día.

Una experiencia irrepetible. Casi le deja a uno sin palabras.

01 enero 2006

Mira que estoy raro...

La resaca ininterrumpida que me hace compañía desde el viernes ha incrementado mis niveles de melancolía sin piedad. ¿Os podéis creer que no puedo parar de escuchar esta canción mientras me arropo en mi sofá mirando la nada?

Me atrapaste el corazón
y empecé a tener más vida
tu silencio me ayudó
a encontrarte y descubrir
que toda mi vida,
te estuve esperando
esperando por ti.
Júrame en mis sueños
una promesa en tu mirar, te quiero
píntame con tu dulzura un beso
que alumbre..... mi cuarto
cuando tú no estás

Me atrapaste el corazón
y tu adiós se hizo lejano
no pusimos condición
y en tus manos descubrí
que todas las líneas,
me llevan contigo,
me llevan hasta ti

Júrame en mis sueños
una promesa en tu mirar
te quiero
píntame con tu dulzura un beso
que alumbre mi cuarto
cuando tú no estás
que todas las líneas,
me lleven contigo,
me llevan hasta ti

Júrame en mis sueños
una promesa en tu mirar, te quiero
píntame con tu dulzura un beso
que alumbre mi cuarto
cuando tú no estás.


Espero que cuando las neuronas vuelvan a transmitir con claridad desaparezca este sentimiento absurdo. Comienzo a asustarme de verdad.
Incluyo la canción para el que quiera experimentar con ella. Os recuerdo que el nivel de resaca adecuado debe ser elevado y persistente. De otra manera no conseguiréis los mismos resultados...

Conjuras

Llevábamos tiempo planeándolo. Mañana haremos la maratón de El Señor de los Anillos en todas sus versiones extendidas. No podemos evitar ser compulsivamente sibaritas. Así que nos entretendremos con un par de Châteaus y algo de foie a la plancha. Quizá algún Sauterne anime también la jornada. Una excusa ideal para volver a castigar nuestro hígado...

Espero sobrevivir a esta conjura premeditada contra la salud.

Y esta maldita resaca persistente sigue sin dejarme pensar...