26 septiembre 2006

A cal y canto

En ocasiones me quedo mudo. Antes sucedía a intervalos, entre mi locuacidad. Pero ahora parece que se han intercambiado los tiempos. El viernes voy a callarme durante un par de semanas. Quizá consiga escucharme. Y tal vez, a la vuelta, después tanto silencio, reviente en palabras de nuevo.

25 septiembre 2006

Pelos en la bañera

Acabo de fijarme en unos pelos largos, negros, de mujer que asoman por el desagüe de mi bañera. Me he sentido extraño, sorprendido. Por un momento me ha parecido inexplicable su existencia. Así que me he quedado quieto, con las manos en la toalla, espiando de refilón aquel extraordinario suceso.

De repente lo he recordado todo. He sonreído con nostalgia. Y los he dejado allí.

Cuando vuelva, después del trabajo, los miraré de nuevo antes de limpiar el baño. Tal vez como recompensa obtenga otra cálida sonrisa.

24 septiembre 2006

El gato de mi vecina

Hace un mes que salta a cualquiera de mis terrazas en cuanto me intuye a través de las cortinas. Todavía no hemos descubierto por qué le atraigo. Pero resulto irresistible para él.

El fin de semana pasado alguien me dijo que no se fiaba de las personas que no inspiraban confianza a los animales. El problema de juicio se origina cuando es la persona de la que los animales se fían, quién no se fía de ellos.

Como siempre, trato de extrapolar mi extraña relación con los animales a otros ámbitos. Y me pregunto si también suelo huir de las personas por mecánica inercia. Aún a pesar de que ellas se acerquen a mí sin miedo.

23 septiembre 2006

Vaselina



En 5 días la necesitaré a diario.
Mañana y noche.
Ya estoy deseando que llegue ese momento.
Confío en no sufrir desgarro alguno este año.

19 septiembre 2006

En busca de una solución entera

La ecuación xy + yz +zx = n tiene soluciones x, y, z con x, y, z >= 1 para todos los números naturales n con la excepción de 1, 2, 4, 6, 10, 18, 22, 30, 42, 58, 70, 78, 102, 130, 190, 210, 330 y 462. Es posible que tampoco exista solución para un número mayor de 2x10^11.

Me he quedado preguntándome si todas las expresiones que incluyen la incógnita xy resultan enigmas de naturaleza tan indescifrable. Quizá tan solo se trate de encontrar esa excepción perdida. Pero si nadie hasta ahora ha dado con ella, ¿cómo podré hacerlo yo?

18 septiembre 2006

Esperando un suspiro

No la veo desde entonces. 22 días.

Pero sus mensajes han seguido llegando a la bandeja de entrada de mi móvil a intervalos semanales. Equívocos, imprecisos, plagados de faltas de ortografía.

Hace unos días le contesté a uno de ellos desafiándola a vernos fuera de los garitos, a la luz de la tarde, con un café de por medio. Me dijo que estaba sacando las cosas de quicio.

Así que seguí adelante, sin mirar atrás, como suelo. Entiendo las directivas si se me explican con claridad. Aunque soy incapaz de descifrar mensajes velados.

Hoy me escribe para pedirme mi cuenta de mensajería. Le contesto que no me gusta utilizarla, que prefiero que me cuente lo que quiera por correo.

Estoy deseando conocer su versión de los hechos, aunque intuyo será algo melodramática.

No entiendo su forma de actuar, aunque quizá sea la usual. ¿Por qué no sentarse alrededor de una mesa y poner las cartas sobre el tapete? "Quiero conocerte, me resultas atractiva, divertida y pareces inteligente".

Es posible que a los diez minutos te hayas dado cuenta de que soy un imbécil sin remedio. O tal vez yo no encuentre lo que había sospechado en ti. En la vida real, la que existe fuera de libros y películas, los flechazos irrevocables y las promesas de amor desatado son tan escasos como insinceros.

¿A qué tener pues tanto miedo?

17 septiembre 2006

Reencuentro

Hacía tiempo que no coincidíamos. Estuve con él ayer por la noche, en la playa. Se había remangado los pantalones y la camisa desafiando el frescor de la noche. En su boca las risas y las palabras se turnaban sin descanso, despellejando a cualquier incauto que tuviese la poca prudencia de apreciar sus provocaciones.

En un momento de la velada, el perro le rozó con el hocico. Él lo miró divertido, con ojos que traslucían maquinaciones, y comenzó a encorrerlo en círculos mientras lo azuzaba con voces desbocadas. Tras un genuino concurso de ladridos sin vencedores ni vencidos, lo siguió a la carrera por la playa. Y cayó rendido al suelo, boqueando, sonriendo satisfecho de sentirse al fin derrotado.

Más tarde, el pirata lo levantó en vilo abrazándolo por detrás. Él se retorció en la arena emulando a Meg Ryan en un teatrillo de orgasmo mal fingido, pletórico y extasiado por el zarandeo.

En ocasiones se iba a mear lejos del círculo alrededor de la hoguera, solo porque quería sentir la firmeza de la acera bajo sus pies descalzos. O se quedaba muy quieto, en silencio, abstraído en las olas, en las estrellas o en las luces de los barcos anclados en la costa. Como si necesitase reponer fuerzas cada cierto tiempo.

Su empeño en hablarle a la inglesa en inglés era innegociable, supongo que lo hacía porque era lo que le parecía más natural. Aunque ella le insistía una y otra vez en que le hablase en español, él no podía hacerlo. No sabía hacerlo. Para entonces ya tan solo era capaz de seguir su propia lógica difuminada.

Viéndolo allí, rodeado de dragones de todos los colores, disfrutando de cada instante de la noche como si el tiempo estuviese amenazado de extinción, me lo imaginé como un espíritu libre. Me recordó que, a veces, la felicidad solo consiste en asesinar la importancia, en que la libertad no sea vendada.

A la vuelta lo dejamos entrar en casa esquivando su súbita embestida a lo miura. Se quedó en el recibidor mirando sus pies cubiertos de arena con cara horrorizada, mientras gritaba entre carcajadas: ¡Parezco un puto hobbit! Y entonces se apagó, se durmió y descansó. Y nos dejó descansar a los demás.

Me ha encantado volver a ver a ese loco travieso. Estar a su lado me hace sentirme feliz.

15 septiembre 2006

Avalon


Bajo del AVE con la chaqueta del traje deformada por la tirante bandolera del portátil, con una mueca que parece contagiada de esa distorsión. La falta de sueño y la preocupación laboral traducen mi figura en la de un gris espantajo.



Sin embargo, mientras camino por el andén una creciente sensación de casualidad posible comienza a inquietar mi ánimo. Y me dirijo al metro, alentado por mi odio a tomar un taxi, percibiendo expectante como el caminar se relaja y ceden los párpados.

Asisto a una reunión en la que disfrazo las catástrofes imprevistas con la desbordante complicidad del compromiso. Me siento a comer divertido, perdida mi conciencia en el deshilachado mantel de cuadros rojos. Corrijo desviaciones, organizo el caos y le gasto tantas bromas a mi jefe que al final se ve obligado a suplicarme que pare.

De vuelta al tren, olvidada ya la oportunidad, coloco el portátil sobre mi cabeza. Cuelgo de cualquier manera la chaqueta. Aflojo un par de centímetros el nudo de la corbata. Me desparramo en un asiento que en ocasiones resulta ser doble. Tiro el marcador a la basura después de abrir el libro. Y me sumerjo en cualquier imaginación que me permita evadirme de esa extraña vuelta-transición hacia la realidad.

Con el tiempo acabaré por cambiarle el nombre a esa ciudad.

12 septiembre 2006

Eludiendo el ave



Boys study, girls know,

That's the way that lessons go.

Boys learn, girls forget,

That's the way of lessons yet.



'Horrors', said Elphaba.

It was her first word, and it was greeted with silence. Even the moon, a lambent bowl among the trees, seemed to pause.

'Horrors?' Elphaba said again, looking around. Though her mouth was serious, her eyes glowed; she had realized her own accomplishment. She was nearly two years old.

WICKED - Gregory Maguire

11 septiembre 2006

Reconocer cuando se ha perdido

"Tú no es que seas raro. Lo que pasa es que estás loco. Loco de remate. Por eso das tanto miedo"

Juego, set y partido para el compañero de la mesa del fondo.

10 septiembre 2006

Revolviendo baúles


Escribía cartas de amor. Casi siempre de madrugada. Nunca me ha sido extraño el insomnio. Recuerdo la luz amarilla del flexo realzando los contrastes del papel reciclado y los antebrazos apoyados en la mesa en el ángulo preciso para no humedecer el escrito de sudor.

Las primeras las construía con fragmentos de conocidos poemas encajados para formar un discurso apasionado. El dramatismo subyacía con descaro como un elemento indespensable e indeseado. No puedo evitar sonrojarme al releerlas ahora.

Con el tiempo olvidé la poesía. Comencé a destilar mis propias palabras. Lejanas, distantes e invariablemente tristes. Cada una de la frases translucía un latente temor al rechazo. La necesidad de impresionar, de embaucar, se transformaba en giros que se retorcían sin sentido hasta provocar más caos que armonía.

Siempre fue tortuosa mi visión del amor. Doliente, idílico, literario. Irreal.

En la última época, justo antes de su extinción, mis cartas de amor contaban relatos. Historias en las que conducía a los personajes hacia un destino de distancia y olvido. El temor se había transmutado para entonces en fatalidad.

Hace muchos años que ya no escribo cartas de amor. Aunque me da por pensar que, tal vez, jamás haya dejado de escribirlas. Quizá eso sea lo único que siempre he escrito.

09 septiembre 2006

Malhumorado

Estoy enfadado. Enrabietado. Atrapado en uno de esos enfados sin sentido ni solución. Esta mañana me ha vuelto a avisar la pierna de que está a punto de dejarme tirado. Y tiene que ser ahora.

Ahora que estoy preparando la carrera del 24. Ahora que quedan tres semanas para retomar el Camino. Ahora que soy capaz de disfrutar de los preliminares.

Pero le van a dar por el culo a la puta pierna. Porque antes que descartar todos mis planes, los cumplo cojo. Palabra.

08 septiembre 2006

Ocho

Ocho nació de padre dos y madre cuatro, en una noche de productos desenfrenados. Ya desde muy pequeñito, cada vez que alguien le preguntaba qué quería ser de mayor, ocho lo tenía muy claro: "De mayor quiero ser cero". Los mayores sonreían divertidos ante la ocurrencia y le respondían "¡Qué ideas más locas tienes, ocho! Sabes que eso no es posible, ¿verdad?"

Lo cierto es que en toda la historia de los números no se sabía de un ocho que se hubiese convertido en cero. Pero ocho tenía una teoría. Si conseguía desdoblarse, su cruce central se convertiría en un agujero y si entrenaba con tesón la tirantez de sus líneas, cuando éstas se sintiesen libres del entramado se expandirían en un sonoro pop para conformar su soñada apariencia de cero.

A ocho no le importaban los teoremas bidimensionales que vaticinaban imposible su transformación. Si en algo creía ocho, era en sí mismo. Y no en las doctrinas encorsetadas de la anticuada iglesia Matemática.

Conforme ocho crecía, sus cuerdas, a fuerza de obstinados ejercicios, alcanzaron una tensión exagerada. En ocasiones el dolor de sus extremos era tal que le producía un pertinaz insomnio que lo dejaba exhausto y malhumorado durante días. Fue una vida de concentración y convicción la de ocho.

A pesar de su indestructible esperanza, ocho nunca consiguió atisbar la posibilidad de desdoblarse. Ya en su lecho de muerte, más muerto que vivo, murmuró sombrío: "Toda la vida deseando convertirme en cero... Y ahora, viejo y desgastado, no puedo evitar entregarme al aberrante infinito".

Esta es la historia del ocho que siempre quiso ser cero y que se convirtió en infinito.

07 septiembre 2006

Acomodos


Me ha salido voluble el Windows. Su último capricho consiste en negarse a listar las imágenes guardadas en mi carpeta Pictures.

A priori, pudiera parecer que esto no es un engorro. Pero veréis, resulta que cuando guardo una imagen, él siempre quiere que la deje allí. Supongo que es lo que considera más normal. Y yo, que siempre fui bien mandado, la almaceno en esa carpeta sin rechistar.

Después, cuando quiero subir esa imagen al blog, él me muestra diligente el contenido de Pictures, porque sabe que es allí donde se encuentran mis imágenes. Pero me suelta una mentira mal disimulada. The folder is empty, me dice. Vamos, Windows mío, si acabo de colocarte ahí la imagen, ¡no me tomes el pelo!

Uno, que es experto en sortear obstáculos, decide cambiar de táctica. Almacenaré mis imágenes en otra carpeta. Pero Windows ya lo había previsto. Y el único lugar en el que le gusta que deje mis imágenes en en la carpeta Pictures, que para eso es para lo que está diseñado.

Así, el diálogo ha quedado establecido en los siguientes términos. Guardo mi imagen en la carpeta Pictures, la muevo a otro sitio desde el escritorio y la subo desde esa nueva ubicación a mi blog. Una vez que la imagen ha subido, la devuelvo al seguro recaudo de la carpeta Pictures.

No entiendo el modo de proceder de este nuevo Windows, aunque tampoco es que me importe mucho. Porque, poco a poco, voy aprendiendo a tratarlo.

06 septiembre 2006

La serenidad anochece

Llegar a casa empapado. Con la satisfacción inexpresada de las barreras vencidas asomando tímida en la sombra del iris. Empujar la pared. Ensayar despacito medio espagat hacia cada lado, con un ligero gruñido inaudible. Agarrarse las rodillas contra el pecho. Estirar de la punta de los pies. Tocar el suelo haciendo trampas sin pudor. Tirar toda la ropa al cesto.

Zambullirse en la dictadura de la alcachofa, con el ágil fluir del agua avanzando sin obstáculos conscientes. Sentirse como el arropo de un peluche. Saborear el poso amargo de una cerveza. Y el líquido calor emanando sin pausa, pidiendo el segundo chapuzón.

Salir de la ducha, para fumar despacito un cigarrillo sentando en la puerta de la terraza. Con una helada cerveza pegada a la pierna. Nunca hubo estrellas en mi cielo. No hay hambre, pero siempre habrá voluntad. Un bocadillo improvisado y una manzana. Casi sin anotar su existencia.

Y la noche pasa. Y el descanso llega. Y mañana no existirá nada de esto. Pero ha existido, así que tal vez existirá. Aunque no sea mañana.

05 septiembre 2006

La Dama de Hielo



Cuentan que en lo alto de la montaña, y es que los mitos siempre suelen habitar allí, moraba la Dama del Hielo desde tiempos inmemoriales. Se comentaba en los mentideros del pueblo que languidecía al pie de esa montaña que tiempo atrás, un aventurero con los ojos cegados de escarcha, había relatado a los parroquianos las increíbles maravillas que había podido contemplar antes de perder la vista en la cima de aquel reino congelado. Era un sueño inalcanzable aquella Dama en aquellos parajes.

Tom Talisman no se había dado por vencido jamás. Ni cuando una tormenta lo tuvo atrapado bajo el exiguo ángulo de una diminuta roca en las cumbres del Kilimanjaro durante más de dos días. Ni cuando superó la famosa pared de Caída Segura en los escarpados riscos de Tombstone. Ni siquiera cuando se fracturó el fémur en las cumbres del Himalaya y descendió, doloroso el avance, como un viejo pirata con la pata de palo. Y es que en el mundo de Tom solo retos y sueños tejían el entramado del tiempo.

Allí estaba Tom, apurando una tibia cerveza en el cuartucho que servía de bar a los habitantes de aquel olvidado pueblo dueño de la leyenda. Había escuchado tantos rumores y tantas especulaciones que las pulsaciones emitidas por la fractura de su pierna solo podían presagiar el comienzo de un nuevo viaje.

Pero no fue sencillo el camino de Tom. Pasos derruidos por otros, laderas desbrozadas por la implacable naturaleza, fríos presagios con sonsonete de vuelta, traicioneras paredes de hielo e infranqueables pasos de roca viva lo acecharon sin descanso en aquella temeraria ascensión. Sin embargo, nada era insuperable para Tom. Porque era el vencedor de los imposibles, porque en su vida nunca había dado un paso para atrás si no había sido para tomar carrerilla.

Así llegó Tom a la cumbre, tan exhausto por los rodeos y los pasos desandados que apenas se sentía capaz de componer su imponente figura. Allí se encontró con un inquietante desfiladero que serpenteaba su paso entre dos imponentes glaciares. Enfrentado al temor de que el mundo se desmoronase sobre su cabeza, como si fuera el galo protagonista de un cómic, llegó tambaleante al final del desfiladero. Una roca gigante, inamovible, tapiaba el acceso a lo que rogaba fuese el destino deseado. Tallada con delicadeza en las paredes del risco, una tenue inscripción horadada en la piedra rezaba: "Sólo el que sepa qué es un perro sin orejas será admitido en el Reino de la Dama de Hielo".

¿Un perro sin orejas? Tom revisó sus conocimientos en biología canina, ética aplicada, antropomorfología evolutiva e historia fantástica. Pero nada le parecía adecuado para responder aquel sencillo acertijo. Sin embargo, en un chispazo, en cuanto dio con las gafas adecuadas, la solución se le apareció sin ambages. Un perro sin orejas es un perro sordo, se dijo. Y tan pronto como lo pensó, la puerta se abrió. Y un jardín de hielo de reflejos congelados se dibujó ante su castigada mirada.

Los termómetros carecían de sentido en aquella estancia, pues no había temperatura que pudieran marcar. Aquel jardín de estalagmitas y estalacticas parecía tan afilado que sabía que no era posible cometer descuido alguno. A riesgo de perder algo más que el equilibrio. Pero el valor y la determinación de Tom fueron suficientes para conducirlo hasta una nueva puerta, hasta una tosca puerta de madera helada con un diminuto tirador de bronce. En cuanto Tom abrió la puerta, se dio de bruces con la inaccesible Dama del Hielo.

-Tan sólo eres una mujer -susurró abrumado por el cansancio.
-En efecto -proclamó solemne la Dama de Hielo-, soy la mujer que te ha hecho llegar hasta aquí.

04 septiembre 2006

No se puede ser más simple


El momento es ahora, con la adrenalina fluyendo tan salvajemente que no hay percepción sino delirios narcóticos. En este mismo instante soy un puto héroe. Me siento un puto héroe. Y eso es algo que me encanta.

Cuando los expertos no han conseguido resolver el problema, cuando los gerentes comienzan a tirarse de los pelos por la alarmante merma en la rentabilidad del proyecto, cuando ya no hay nadie a quien se pueda llamar... ¡Allí estoy yo! La última esperanza del universo empresarial.

Necesitamos enroscarle a un cordero una boina a rosca-chapa para el martes. Y no hay manera de que enganche. Hemos examinado el cordero, hemos examinado la boina, hemos limado las rebabas de la rosca y no hemos conseguido nada. La boina sigue cayéndose una y otra vez. ¿Tú no sabrás de corderos y rosca-chapas?

Y lo cierto es que no sé. De hecho, la mayoría de las ocasiones no tengo ni idea de lo que me hablan. Pero siempre me sobró cabezonería. Así que me enchufo delante del ordenador como un periférico de bajo consumo y reviso diagonalmente montones de información sin absorber absolutamente nada. No me importa el cordero, ni la boina, ni para qué alguien en su sano juicio quiere enroscársela en la cabeza. Lo único que me importa es que la boina no se caiga. Encontrar la manera de mantenerla en su sitio.

En el proceso suelo soltar tacos para marcar la separación de los intervalos de mutismo, me quejo de diecisiete cosas distintas sin motivo justificado y me desespero como un niño enrabietado que no alcanza el tarro de las galletas. Sin embargo, sin previo aviso, llega un momento en el que consigo encajar todas las piezas. En el que sé cuál es una solución que viene de repente, sin evolución aparente, por casualidad.

Es entonces cuando explota toda la tensión que he acumulado durante ese tiempo. Y sonrío. Y lo celebro. Y me celebro. Y lo comento con los colegas. Y me voy contento a casa.


Es cierto que el éxtasis es momentáneo. Y que, en realidad, cualquiera con la suficiente voluntad habría sido capaz de resolverlo. Pero lo he resuelto yo. Y eso me hace feliz. Porque me he demostrado que sirvo para algo. Aunque ese "algo" sea una estupidez como enroscar una boina a contra-chapa en la cabeza de un cordero.

03 septiembre 2006

En un banco alejado del mundo


¿Cómo puede ser que no tengas ilusión alguna?

Porque he aprendido, a fuerza de desangrarme, que nada de lo que imagino es posible.

02 septiembre 2006

01 septiembre 2006

Miopía mental

Ex decía que en ocasiones, con la modorra de un perezoso despertar, parecía que a mi inteligencia le hubiesen quitado las gafas. Ocurre que me gustaría seguir así, recién levantado, el tiempo suficiente para que a mi cabeza se le olvidasen los tortuosos giros que la recorren.