En dos horas y cuarto había llegado al destino. Poco me duraron los buenos propósitos el viernes. Sin embargo, como predijo Humilde, parece que tengo la perfecta fortuna o la prudencia adecuada para no ser cazado in fraganti. Fue entrenido observar al helicóptero de la DGT revoloteando sobre mi cabeza mientras ensayaba mi mejor pose de conductor modélico.Tras una noche de parrilla con sabor a pueblo, etilismo descontrolado, desfase en el reencuentro y sinceridad brutal, la mañana se hizo tarde. Había llegado la hora de regresar, a pesar de sentir que todavía no todavía no había terminado de llegar.
Me senté en el coche con premeditada parsimonia, planificando con esmero el orden de reproducción de los compactos. Ya no quería trasladarme de un lugar a otro, en aquel momento deseaba viajar. Enfilé la carretera en detrimento de la todopoderosa autopista y circulé despacito por el carril derecho, oteando el panorama en busca de una parada apetecible.
Al pasar bajo los caprichosos montes de Montserrat, iluminados por la extraña luz de media tarde, tomé la carretera secundaria que conduce hasta el monasterio con el deleite de un sinuoso y solitario trazado. Enlazando las curvas con mimo, sin agresividad. Sintiendo el culo del coche virar con el descontrol preciso. Conduciendo, disfrutando, dejándome llevar por una pereza incuestionable.
Era espectacular la luz mientras jugaba a su antojo con las redondeces de la roca
Había enormes colosos asomándose por encima de los edificios...
... y muppets medievales de mueca gruñona al pie de los riscos
El Camino. Ya falta poco. Fue una delicia volver a recorrerlo, aunque solo fuese durante un par de kilómetros.
Al salir de Montserrat, ese lugar tiene algo mágico, seguí conduciendo con toda la calma que era capaz de reunir. Y en aquel momento os aseguro que era mucha. Al pasar por Guissona decidí abandonar de nuevo la carretera principal para probar su buffet libre de cuatro euros: embutidos y pan con tomate. Tengo que empezar a cuidar mi dieta, cuando comer se convierte en una obligación casual hay que buscar cualquier estímulo que convierta el ejercicio en un placer inesperado.
Tras fumar un cigarrito con el culo en la tierra, bajo una enorme luna blanca, retomé el camino deseando no terminar nunca aquel viaje. Unos cuantos kilómetros más adelante pensé en entrar a Fraga, para darme un garbeíto por el Florida y tomar un refresco desparramado a gusto en la terracita de las cascadas. Pero mi intuición me jugó una mala pasada, no pude encontrar la discoteca y ya era muy tarde para preguntar a los transeúntes.
Seguí conduciendo. Hasta que encontré un restaurante abierto en aquella indolente madrugada. Los vecinos del pueblo estaban celebrando algo. Había casi doscientas personas cenando. Me tomé un refresco light mientras observaba la sobremesa de una cena que parecía haber sido todo un éxito.
La vuelta me costó algo más de siete horas. Y no infringí ninguna norma de tráfico. Creo que voy a comenzar a cambiar carreras por viajes. El poso que dejan es mucho más reconfortante que la exigua satisfacción del deber cumplido.
