31 enero 2008

Improvisando imprevistos

Por las tardes camino durante 45 minutos para llegar desde el trabajo hasta mi casa. Durante el trayecto suena una demagógica terturlia radiofónica en los auriculares de mi teléfono móvil. En el primer tramo hago cuatro paradas mientras espero en los semáforos, pero después suelo terminar el paseo sin interrupciones. La continuidad de la cadencia y el soniquete de los diálogos provocan que mi conducta se transforme en la de un corredor de obstáculos.

Reduce el paso mientras giras a la derecha. Mueve la cintura para esquivar el bolso. Cruza a la acera de enfrente para alcanzar la luz verde del semáforo de la avenida. El viandante se va a parar, vira de emergencia sobre tu pie izquierdo.

Como cualquier lógica resulta ajena a ese estado de abstracción, hace algunos días no pude evitar la trasera de un coche que realizó un frenazo brusco sobre un paso de cebra. Si el conductor hubiese finalizado la maniobra que tenía prevista, hubiese pasado por detrás del coche sin problemas. Sin embargo acabé propinándole un sonoro rodillazo en mitad de la aleta. No hubo desperfectos ni lesiones, por lo que el incidente tampoco deparó más que una mirada sorprendida y una disculpa distraída.

Cuando llegué a casa, sin apenas haber registrado el suceso, me pregunté qué hubiera pasado si la aleta hubiera resultado abollada. Las aseguradoras todavía no han desembarcado en el inexplorado mundo de la seguridad peatonal, por lo que hubiese tenido que abonar la reparación de mi bolsillo.

Esta conclusión generó un telar de divagaciones mentales que ahora he olvidado pero que en aquel momento me parecieron de una trascendencia sin parangón. Y estas líneas me han hecho reflexionar acerca de lo especializado que está mi cerebro en dispersar pensamientos laterales sin conexión. El día en que a los investigadores les dé por estudiar los efectos de la disipación mental de la energía donaré mi cuerpo a la ciencia.

29 enero 2008

Homenaje a Chillida



Chillida leku, el lugar de Chillida. La percepción del arte resulta en ocasiones difícil tanto por la complejidad en la expresión del artista como por la limitación en la capacidad de comprensión del observador. Sin embargo, con Chillida las conexiones se producen de una manera tan directa que este diálogo entre esos dos mundos resulta inevitablemente natural.

Los lugares son los únicos protagonistas. En ellos escultor y visitante intercambian interrogantes únicos que conforman el genuino significado de la obra. Pasear por los prados destinados a la cría de caballos de Hernani entre caprichosas moles de acero o detenerse al pie del acantilado para observar el juego de colores y aromas que se despreden al límite de La Concha. En el fondo todo es así de simple o de enrevesado.

Observar a Chillida conmueve el pensamiento.

21 enero 2008

La mecánica de lo irrelevante

La concentración requerida por el proceso de aprendizaje disminuye la tendencia natural a la dispersión del ser humano. No obstante, una vez que la actividad aprendida puede ser realizada de modo semi automático deja de ser un proceso para convertirse en una mera ejecución.

De este modo, resulta sencillo ejecutar la secuencia que nos permite caminar mientras el cerebro procesa actividades todavía fuera de nuestro ámbito de mecanización. Somos capaces de comer mientras debatimos con denuedo el impacto en la economía doméstica de la apreciación del euro frente al dólar. O nos permitimos calcular la ruta más corta para alcanzar un destino a la vez que sorteamos el tráfico a los mandos del coche.

La historia nos ha demostrado que el hombre ejecuta con el paso del tiempo automatismos cada vez más complejos, lo que me ha llevado a pensar que en el futuro quizá podamos dedicar la mayor parte de nuestro tiempo a pensar en niveles mucho más abstractos.

Más tarde he visualizado a gente tropezando con las aceras, comensales atragantados y estúpidos accidentes de tráfico. Y he concluido que el hombre ha perdido la capacidad de disfrutar de las cosas sencillas.

18 enero 2008

Ay mi pescadito, ya no llores más...

Hoy he recibido un correo de uno de los amigos que dejé atrás en Barcelona. En ocasiones los compañeros de trabajo no trascienden el intervalo temporal de la relación laboral. Otras veces, las menos, coincides con personas a las que lamentas perder la pista.

En su carta, él no acostumbra a escribir correos, transmitía una zozobra que me ha recordado al propio Spencer Tracy en Capitanes Intrépidos. Sus letras, nacidas de un apretón de nostalgia inapelable, han desencadenado la secuencia de pensamientos que siguen a estas líneas.

Tras siete años de fidelidad laboral, he cambiado tres veces de trabajo en los últimos tres. Por lo que no he tenido tiempo de volver a encajarme en una de esas micro sociedades que las personas crean para disfrazar la servidumbre que supone el inevitable nine to five.

Reconozco que algunas veces el recuerdo de aquella primera experiencia, tanto por la familiaridad con la que era tratado como por las historias off the record que compartíamos, me hace añorar un pasado irreproducible. Lo cierto es que la mayoría de las personas desean sentirse más como miembros de un grupo de opinión que como trabajadores a sueldo.

En cualquier caso, todo esto me ha hecho volver al conciso Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mis circunstancias". Lo que me parece una perfecta manera de expresar que los cambios no solo afectan al entorno, sino también a uno mismo. No soy el mismo que fui y, aún a sabiendas de que quizá nunca pudiera volver a serlo, tampoco lo deseo.

11 enero 2008

Peligro de extinción

Según el Instituto Nacional de Estadística, existen 97 personas en España cuyo primer apellido es el mismo que el mío. Si seguimos tirando de cifras, podemos calcular que 42 de ellos son varones. Y de esos 42, se calcula que unos 8 tienen una edad adecuada para procrear.

No sé si es o no preocupante que yo sea una de las 8 personas con capacidad para perpetuar el apellido. Y mucho menos si la perpetuación de los apellidos es algo que deba preocuparnos.

Así que voy a mandar todos estos datos al mismo lugar del que han venido. A la estadística.

08 enero 2008

Regalar

¿Uno es tanto más extrovertido cuanto más agradado se siente con los regalos que recibe?

El acto del regalo implica a dos únicos actores: emisor y receptor. Se podría pensar, por tanto, que un regalo es un intercambio comparable al de un mensaje. En algunas ocasiones, los diálogos resultan difusos tanto por la limitación de comunicar como por la de escuchar. Otras veces, el desinterés produce palabras insulsas que son cruzadas por una mera cortesía obligada. Incluso existen charlas profesionales en las que cada interlocutor conoce de antemano la réplica adecuada para cada sentencia. Pero son raros los momentos en los que ambos contertulios alcanzan un nivel de sintonía que permita disfrutar de una humilde conversación.

Me pregunto si el conocimiento de la otra persona, el aprendizaje en el acto de regalar, el interés o la sorpresa son determinantes para el disfrute de un regalo.

Aunque quizá la única explicación para esto, como para tantas otras cosas, resida en un azaroso alineamiento de factores provocado por los devaneos de la suerte.

06 enero 2008

La ignorancia del devenir

Imagino que hace unos cientos de años un hombre no era capaz de percibir cambios culturales a lo largo de su vida. Los hijos perpetuaban la existencia de los padres incorporando ligeras variaciones que no suponían una ruptura brusca en la línea temporal. Las generaciones discurrían tranquilas hacia un horizonte difuso y lejano, como si la importancia de lo que vendrá fuese velada por la urgencia de lo que existe.

Hoy se vive menos en el presente, las proyecciones de futuro ocupan un espacio tan real como los propios sucesos diarios. Los hijos tienen una vida muy diferente a la que tuvieron sus padres. Incluso una misma persona evoluciona su manera de vivir a lo largo de una única vida. La realidad aparece perecedera.

Tomemos el ejemplo del cine. La tradicional forma de difusión de este invento reciente agoniza. Tal vez, los que rondamos la treintena, seamos la última generación capaz de valorar la experiencia de ir al cine. En los próximos años, si es que no se ha hecho ya, alguien reinventará el medio para secuestrar a los jóvenes de los archivos digitales proyectados en monitores de ordenador. En dos o tres décadas el cine será algo tan distinto a lo que aprendimos que deberemos volver a aprenderlo.

¿Qué ha provocado esta vorágine de cambios vitales incesantes? ¿Quién dirige la evolución de nuestro pensamiento? Nuestra cultura, la de los ciudadanos del Primer Mundo, se forma a través de impulsos de creatividad surgidos en cualquier parte del planeta y difundidos de manera instantánea. Aunque todavía puedan detectarse las diferencias existentes entre un ciudadano londinense y un habitante de Parla, dudo que en un futuro no demasiado lejano -quizá tan solo tengamos que esperar a la vuelta del siglo- la personalidad de las culturas se perciba de un modo evidente.

Quizá esta sensación de convergencia hacia la unicidad de pensamiento sea únicamente un pálpito incoherente, pero he sentido que cada vez nacen menos líderes y más seguidores. Y es que un mal sueño, lo puede tener cualquiera.