04 febrero 2006

In Verrem, Pro Murena,...


El señor Cuervo me sorprendió copiando en un examen de Historia en primero. Ocurrió la semana posterior a la reunión anual con los padres. En aquel encuentro el señor Cuervo le había transmitido a mi padre lo sensato, maduro y responsable que le parecía su hijo.

Resultaba sencillo escribir sobre el descubrimiento de América, pero siempre he sentido la asfixiante obligación de aparentar más de lo que soy. En el colegio tenía reputación de buen estudiante, así que la vergüenza que pasé durante aquella media hora, con las manos encima del pupitre y los capilares de las mejillas encendidos, fue una de las experiencias más embarazosas de mi adolescencia.

En segundo curso el señor Cuervo fue mi profesor de Latín. Mientras el resto de los compañeros anotaban declinaciones y construcciones en el diccionario, yo respondía cada examen con su mirada agujereando mi nuca y una revisión previa de los elementos que iba a utilizar en la prueba.

Recuerdo una ocasión en la que preguntaba acerca de las obras de Julio César. Conocía de memoria cada uno de los libros que había que incluir en la respuesta, pero la corrección me castigó con un estirado cero. No protesté. Tragué mi rabia con amargura y asumí la encubierta desconfianza.

Más adelante realicé un mal examen. La suspicacia del señor Cuervo le instó a conminarme a la pizarra para que analizase delante de todos una intrincada frase de Julio César. Sin diccionario, por supuesto. Resolví el arcano acertijo con ligereza y acierto. Aunque no restauré mi crédito.

Aquel notable de Latín, sometido a una presión acusadora sin concesiones, fue uno de los méritos académicos de los que más orgulloso me siento. Además, aprendí un par de lecciones.

Existen personas a las que les puedes fallar una única vez. Después nunca volverán a confiar en ti. Desde entonces, no he querido ser como esas personas. Fállame pero sé sincero. Y te perdonaré tantos fallos como cometas.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Las dos últimas frases, me quedo con esas.

Marta dijo...

Yo también, pienso lo mismo. Todo el mundo puede fallar más de una vez, pero la sinceridad debe ir por delante para que vuelva la confianza.

Puri dijo...

Has acertado en el centro de la diana ;-)

susej dijo...

Existen personas a las que les puedes fallar una única vez. Después nunca volverán a confiar en ti. Desde entonces, no he querido ser como esas personas. Fállame pero sé sincero. Y te perdonaré tantos fallos como cometas.
Señor mio, que lo sepa se ha ganado un guelbenzu y una croqueta donde usted sabe. Porque esa frase la suscribo punto por punto, letra por letras.
Ya se sabe, Errare Humanum Est

Yo también estoy muy orgulloso de mi notable de latín, y recuerdo ese año...

Raist dijo...

Menos mal que el último párrafo ha salvado el post...

Qué plasta el Señor Cuervo...

Anónimo dijo...

Pero perdonar no significa volver a confiar. Yo suelo dar segundas y terceras oportunidades. Pero llega un momento en que el daño es tan profundo, que nada puede curarlo. Y aunque se perdone, sigue doliendo en silencio.

Wanda◦○ dijo...

Tendría una charla contigo que duraría días, y ni aún así sabría lo que tienes en esa cabezota.

Zifnab dijo...

Perdimos muchos la capacidad de perdonar, de perdonarnos, y de encontrar perdón en los ojos de los demás.

Más razon que un santo

Se feliz

Unknown dijo...

....si existe sinceridad y confianza, si que es cierto que se puede llegar a perdonar cualquier error.... y si falla alguno de esos pilares, todo se desmorona....

Buttercup dijo...

No sé, depende de lo que hablemos, no me gustan las personas rencorosas, pero si alguien te falla le puedes perdonar, incluso no mencionar el fallo nunca más... pero ¿cómo se logra olvidarlo?.

Azena dijo...

totalmente de acuerdo...

Miss Kubelik dijo...

Pues sí, equivocarse es necesario, reconocer que uno se ha equivocado bien merece un perdón...

isterica dijo...

Yo soy tan idiota que perdono hasta 300 veces, porque pienso que también me podría haber pasado a mí.

Anónimo dijo...

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