16 octubre 2005

Sencillo

El cuadrado sonido del despertador antes de las siete. Abrir los ojos con la ilusión de un nuevo paseo. Apenas molesto por tener que volver a la vida. Levantarse apoyando con cuidado los pies. Sentir la dureza fría del suelo en cada pisada. Un fugaz aseo matutino, una mecánica reparación de heridas y cerrar la mochila en busca del bar más cercano. Un buen desayuno. Imperdonable antes de comenzar a caminar.

Bambolear con elegancia los primeros pasos. Rígida caidita adquirida gracias a los rigores de días anteriores. Media hora de bromas, risas, recuerdos y planes. Cambio de paso, ritmo creciente, acoplarse cada uno a la cadencia perfecta. Peregrinos espaciados por metros de inocuo vacío. Caminar juntos en la distancia.

Tres horas son suficientes. Hay que reponer energías. Sentir la refrescante cervecita animando el cuerpo y la mente. El acentuado sabor de un bocadillo a media mañana. Retomar la marcha con endémica caidita en los primeros minutos. Peregrinar juntos un trecho. Volver a dispersarse como puntos de una línea discontinua antes de alcanzar el lugar de la comida.

Comer sentado. Un buen vino y un par de platos calientan el cuerpo. Un café que acaba en revisión de botas y pies. Remedios caseros pasados de boca en boca. Curar fantásticas dolencias en cualquier parte de cualquier cuerpo. Medicina de la imaginación.

Andar poco por la tarde, casi pasear hasta el siguiente albergue. Esperar a cada rato a los que llegan con la moral esquilmada por un día duro. Y el ritual del registro, la credencial de peregrino, las consabidas anécdotas del hospitalero, la merecida cervecita, la ducha, la colada, la siesta. Momentos repetidos que nunca son los mismos.

Más cerveza antes de la cena. Reunidos en historias de aquí y de allá. Inglés de colegio, español de nativo, francés de mercadillo... Cruce de palabras mal pronunciadas que construyen diálogos salpicados de risas. Flirtear con la hora de cierre del albergue. Dormir sin remordimientos. A gusto.

Y mañana otro día en el que la vida se reduce a seis o siete triviales problemas. No hay más en lo que pensar. ¿A quién le importaría otra cosa?

Caidita - Término que acuñamos para definir el paso cojeante de cada uno de nosotros cuando las piernas todavía están frías. La rodilla, el tobillo, el pie... Cada uno tenía su propia lesión fetiche. A primera hora de la mañana parecíamos directamente sacados de la sección de traumatología de un hospital de tullidos :)

3 comentarios:

dijo...

De verdad que es una gozada esta serie del camino. No sé que más decirte, lo espero con ansia.

Isthar dijo...

Esperaba estar tranquilamente en casa para leer tu viaje con detenimiendo, ya sabes lo mucho que disfruto de poder viajar a través de otros ya que aún no me toca ;)

Pero te leo y me está entrando una envidia... :P

M.Ángeles dijo...

Ahí está el quid, el placer de caminar sin más, que la vida se reduce a los problemas más inmediatos. Por eso se disfruta tanto.