27 octubre 2005

Ruinas

El día siguiente a una etapa de cuarenta kilómetros, el camino se hace muy cuesta arriba. ay que vencer las ganas de quedarse calentito en el saco y comenzar a andar con calma.

Ese día caminábamos con el espíritu un poco apalizado y sólo había una posible parada en el trayecto. Llegamos a mediodía a aquel pueblo edificado en lo alto de la colina y un paisano nos informó de que no disponían de bar. Así que nos sentamos en la plaza del pueblo a comer unas barritas de muesli, pasas y otros entretenimientos insulsos.

Recogimos la mochila y bajamos la calle para retomar el camino. A sólo diez metros de donde habíamos estado, M se estaba comiendo un bocadillo de tortilla de chorizo y disfrutando de la ineludible cervecita.

La dueña del albergue nos contó que estaba enemistada con el tipo al que habíamos preguntado y que por eso nos había dicho que no había nada en el pueblo. La ilusión de la cerveza difuminó todos nuestros rencores y devoramos dos bueno bocadillos sentados al sol.

Volver a caminar resultó toda una proeza. Habíamos parado más de la cuenta. Nos costó mucho llegar a Ruesta, pero cuando divisamos su imponente figura en ruinas, rematada por el majestuoso castillo, dominando el exiguo pantano de Yesa, la majestuosidad hizo que nuestro cansancio pareciese inventado.

Ecos del pasado tan reales que se podían sentir presentes. Vida abandonada resistiéndose a su extinción. Perdidos en medio de una civilización imaginada. Descansando entre fantasmas de tiempos de vida.

1 comentario:

Isthar dijo...

Menos mal que al menos pudisteis acabar encontrando el albergue para comer algo en condiciones. Y que mala gente hay por el mundo, cómo les gusta malmeter ;)

Me encantó Ruesta, es una zona preciosa. Y siempre he tenido fascinación por las ruinas, me gusta imaginar qué hubo allí y cómo era su vida entonces.

Cada vez tengo más claro que hay que hacer este viaje ;)