¿Recuerdas aquél día, Liza? Yo llevaba apenas un mes separado y había salido a una despedida de soltero a la que no quería asistir. Cuarenta hombres miraban a la bailarina de la barra pero yo sólo te miraba a ti. Estabas sentada en aquella mesa, todavía con tu recatada ropa de calle, tomando un zumito de piña. Yo te miré un par de minutos y después me acerqué para preguntarte cuánto tardarías en bailar. Me dijiste que aún te quedaba más de una hora y te pedí un baile privado antes de que empezases. Me miraste divertida, pensando que estaba loco, pero te cambiaste para mí y me llevaste detrás de la cortina.
Comenzaste tu baile despacio, aunque ya sonreías. Yo no podía dejar de mirar tus ojos de almendra, me entretenía en el adorable hoyuelo de tu moflete. Te ibas desvistiendo y yo seguía clavado en esos ojos. Cuando, azorado, miré tu cuerpo casi en un acto reflejo, por mera cortesía profesional, lo entendiste todo. Tomaste mi mentón con la mano y lo dirigiste de nuevo a tus ojos. Y no dejaste de bailar para mí mientras me mirabas fijamente. Y yo seguía perdiéndome en tu mirada soñadora. Me despediste con tu nombre y un cariñoso beso en la mejilla.
Después te vi bailar sólo a ti. Y admiré tu desenvoltura y tu alegría. Te sentías bien y transmitías felicidad. Reptaste a gatas por la barra y bebiste de la copa de un cliente, pero me lanzaste un guiño a mí. Así que cuando pasaste a mi lado no pude evitar invitarte a una copa.
Te sentaste a mi lado con una sonrisa y volviste a pedir una copita de zumo de piña. Estabas intrigada por aquel tipo de bolsito cruzado y mirada perdida. Comenzamos hablando de mi ruptura, pero en seguida me contaste todas esas historias fascinantes acerca de Hungría y de tu sueño de montar allí una tienda de hogar. Me hablaste de tu infección de oído, que te tenía postrada en la cama durante todo el día y de tu afición por tomar el sol en la piscina. El tiempo pasaba rápido y tu jefe nos miraba con el ceño fruncido. Y entonces, la segunda copa, ¡la pagaste tú! Al jefe casi le da un ataque...
Dos horas después nos despedimos como viejos amigos, deseándonos felicidad y me diste un segundo beso cariñoso. Te pregunté a qué hora salías y me volví a integrar en el grupo de la despedida.
Quince minutos antes de tu hora, abandoné la despedida y el local. Te lancé un adiós con la mano y me lo devolviste con una mirada cómplice. ¡Qué fácil era para ti entenderme!
¡Ay, Liza! Cada vez que saboreo un buen vino de Tokaj me acuerdo de ti y deseo que estés en tu tienda de hogar en Hungría. Y que hayas encontrado a ese hombre sensible y ordenado que querías...
Sabía que el artículo de Audrey había pulsado alguna tecla en mi memoria... ¡La encontré!
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7 comentarios:
Y así historias desentierran historias...
:)
Oh! La puñetera memoria! ¿Estás seguro de lo que dices al final? ¿De que no falta nada? La distancia en el tiempo y en el espacio nos convierte en seres desinteresados. Piensa qué ocurriría si un día cogiendo un paquete de, por ejemplo, condones de fresa de la estantería del Carrefour, alguien que es ella te pone la mano en el hombro. Y que a 5 metros estuviera ese hombre que le has deseado, mirando el culo a una reponedora.
¡Qué bonito! Y que honor haber pulsado esa tecla.
Fujur, tienes toda la razón del mundo. Casi mejor no pensarlo, que ya me estoy poniendo nerviosito... ;-)
Seguro que ella también se ha acordado alguna vez de ti.
Qué dulce, :-).
Me gustan las historias que despiertan sonrisas dulces en la memoria...
Yo también confío en que haya abierto esa tienda y encontrado ese amor que buscaba.
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