19 abril 2008

La casualidad (¿causalidad?) del reencuentro

Estaba enviando un mensaje acerca de envolver a un gato y a un ratón con osos, princesas y niños en taparrabos cuando lo he visto. A pesar de que sus facciones se han endurecido en los últimos diez años, he reconocido su voz al instante.

La nuestra fue una relación extraña. Él es tres años mayor que yo y, aunque este hecho no represente ninguna diferencia notable ahora, marcaba distancias a la edad en la que nos conocimos. Sin embargo, supongo que más por su voluntad que por mi curiosidad, establecimos un consistente diálogo cuando nuestras vidas rondaban la veintena.

Siempre me pareció un tipo interesante, reflexivo y con la cabeza bien amueblada. Nuestra historia común terminó a la par que la práctica del deporte. Siempre he sido persona de pocos amigos y carezco del ímpetu por conservar los lazos con mi pasado.

Años más tarde supe que se había casado con la primera chica a la que besé, lo que me provocó una agridulce sensación de bienestar. Ese beso, que nunca ha estado en mi memoria, suele ser recordado por mis amigos con el apelativo de "lengüetazo flojo". Hace un par de meses me enteré de que el hermano de su mujer había aparecido muerto en circunstancias bastante escabrosas. Estas dos únicas noticias resumen para mí su vida en la última década.

Cuando me ha saludado esta mañana, he sentido ganas de contarle lo que estoy contando, pero me he limitado a intercambiar banalidades y escurrir el bulto ante su "hace un par de meses murió el hermano de mi mujer".

13 abril 2008

El valor de las cosas

Mi abuela ha cumplido 88 años. No imagino cómo puede ser su vida. Vive sola, en un cuarto sin ascensor ni calefacción y se está quedando sorda. La veo cada dos o tres semanas, mientras come de buena gana las recetas que enseñan a mi madre en el curso de cocina.

Dentro de un par de meses se casa uno de sus nietos. Adivino que ella considera este evento una de sus últimas ilusiones. En su cumpleaños ha recibido todo tipo de complementos para poder lucir ese día.

"Aún no he pensado que vestido voy a hacerme", me ha dicho antes. Mi abuela cose, aún a pesar de sus mermadas habilidades, para completar la exigua pensión. Vecinas y clientas de toda la vida le llevan sus diseños de tanto en tanto y ella se entretiene armando esos intrincados puzzles.

Nosotros le hemos regalado un minúsculo botecito de Chanel nº 5. No recuerdo que mi abuela haya expresado sorpresa o encanto ante ninguno de los regalos que la he visto recibir durante los últimos treinta años. Lo de hoy ha sido un eslabón más en esta cadena de reflexivas actitudes.

"Hace unos años compré una crema hidratante", me ha explicado. "La dependienta, una moza muy simpática que me atiende en el Sabeco, me regaló uno de esos minúsculos frascos, uno de esos que son más pequeños que el dedo meñique, de Chanel nº5. Lo estaba reservando para una ocasión especial", ha concluido.

Estoy convencido de que mi abuela se pondrá su Chanel nº5 reserva para la boda. Y yo no podré evitar quitarme el sombrero ante ella. Ni sonreir, por supuesto.