07 abril 2006

La diosa, el mercader y el pirata

El mercader miró hacia el cielo entornando los párpados. La bóveda azul celeste estaba agujerada por un deslumbrante círculo de nívea tibieza. Cambiaría todos mis artefactos mágicos por un viaje hasta el sol, pensó. El camino viraba ascendente hacia el collado desde el que se divisaba su destino. Dirigió de soslayo la mirada a su carro rebosado de extraños artilugios. Tirar cada día de aquel tenderete de curiosidades le provocaba una imperceptible sensación de nomadismo casual. Si bien los designios del trueque rotaban a menudo los contenidos que arrastraba, las rudas cuerdas de esparto nunca dejaban de asegurar bultos que sobresalían por cualquier parte.

Había escuchado la historia de aquel poblado en boca de los cuenta cuentos más variopintos de la comarca. Las versiones diferían en los detalles, aunque todas incluían la leyenda de la diosa y el pirata. Contaban que el bravucón y pendenciero pirata había navegado por mares y tabernas durante años, afianzando su fama de crueldad sin par. Aquella noche, tan ávido de cerveza como un diabético de insulina, trasegó ambarino líquido hasta perder el conocimiento.



Despertó sobresaltado en un cuarto de la sucia taberna. Con la sensación de haber sido velado desde la ventana. Ya en la calle, comenzó a reconocer a una mujer en cada esquina. Pero ella parecía desaparecer al doblarla. Como la tripulación tenía el día libre, cuando volvió al barco vacío la diosa se atrevió a hablarle. Dialogaron durante horas sin mover los labios, entendiéndose en un lenguaje sin trascripción ni sonido. Así es como el pirata sintió el amor. Y la diosa, la debilidad.

-¿Qué he de hacer para retenerte a mi lado? -pensó el pirata.
-Has de encontrar las gafas que permiten apreciar la divinidad, pues soy una diosa. Esas gafas sólo existen en el sol. Y el viaje es arriesgado -percibió como respuesta.

El pirata emprendió el viaje desde el palo mayor, embozándose con una de sus velas amarrada por jarcias. Un creciente viento lo elevó violentamente. Mientras, la diosa, se lo quedaba mirando con triste ternura.

Nunca se supo más de aquel pirata. Cuando sus hombres volvieron ebrios al barco no encontraron rastro de él. Tan solo una vela había desaparecido.

El mercader había oído asegurar a los paisanos que en las madrugadas de viernes podía verse a la pareja paseando en silencio por las calles del poblado. Conforme se acercaba, enjugándose el sudor de su frente con las mangas de jubón, anhelaba encontrarlos aquella noche. Y pedirles que lo llevasen hasta el sol.

6 comentarios:

Puri dijo...

¿Queda sitio para mí en ese viaje al sol? (y de paso podriamos hacer una paradita por la luna) ;-)

Administrador dijo...

me gustan los piratas, desde que era muy pequeña, enhorabuena por tu blog, un saludo

Isthar dijo...

Es precioso, me encanta.

Gracias ;)

Hoy necesitaba un cuento como éste.



Me han quitado una muela y me han hecho mucha pupa... Toy drogada y tengo fiebre. ¿Me cuentas otro cuento? :)

. dijo...

El pirata de hoy con sus bits...el pirata de entonces con sus monedas...seguro que los piratas de entonces eran más nobles que los piratas actuales...no crees?
Salu2

Buttercup dijo...

Me ha gustado mucho, una bonita leyenda.

Azena dijo...

¡¡¡qué lindo cuento!!!

me has sacado una sonrisa...