17 octubre 2005

Un cruce casual

Había conocido a A el día anterior en el albergue de Jaca. No me fijé en ella porque lucía una gorra espantosa. Ella se acercó para preguntarme la localización de la Iglesia de Santiago. Fuimos a misa, cenamos y me convenció para visitar San Juan de la Peña al día siguiente. Eran unos cuantos kilómetros más pero merecía la pena. Además, tan sólo era el segundo día y la osadía seguía intacta.

Comenzamos el camino por separado. En un inútil intento de guardar las distancias. El destino nos reunió en la ermita construida entre los huecos de la roca. Y ya no dejamos de caminar juntos. Doce días intensos de horas sin fin.

La visita a la ermita fue muy especial (su español era bueno, pero tenía una especial predilección por emplear las palabras muy especial). Yo le traducía a A las explicaciones del guía. Susurraba en su oído izquierdo, porque no era capaz de entender los sonidos que llegaban por su derecha. Nos encantó la magia de aquel antiguo lugar, soñamos con otras épocas, perdimos todos los sentidos. Olvidamos lo que nos había llevado allí.

Tras abandonar aquel paréntesis fuera del tiempo, tomamos un bocadillo de jamón con un par de cervezas. Y un par de cigarritos. Empezábamos a sentirnos muy bien juntos. Nos resultábamos familiares sin conocernos.

Cuando alcanzamos de nuevo el camino principal era ya muy tarde, pero A nunca se daba por vencida. Quería llegar a Arrés a toda costa. Comenzamos una carrera desbocada por los caminos. Ella cantaba en noruego canciones de colegio. Yo inventaba estúpidas rimas militares. La noche iba cayendo alrededor de nuestros pasos pero nada oscurecía nuestro ánimo.

Llegamos de noche al diminuto albergue perdido en las montañas. El hospitalero nos recibió con una confortable sonrisa, esperó a que nos duchásemos y compartimos su cena casera con el resto de los peregrinos. Era como estar en casa. O al menos como estar en la casa que uno desearía tener en el Camino.

Después nos tumbamos en la hierba, fumando despacito y observando las relucientes estrellas. Inventábamos constelaciones sin pudor, alejados de cualquier precisión astronómica. Fantaseábamos con las formas a nuestro gusto. Y yo siempre tumbado a su izquierda, hablándole al cielo para que ella me escuchase.

Fue nuestro primer día juntos. Un día que se hará inolvidable.

A fue mi compañera de camino día a día. Caminamos codo con codo hasta los Montes de Oca, donde un resfriado la retuvo un día en la cama. Hubo tres compañeros más que veíamos a menudo. Pero A es y será mi compañera del Camino.

9 comentarios:

Nadia dijo...

Y además has vuelto con poderes. Posteas rompiendo la barrera del tiempo :o)

Ligeia dijo...

Sí lo más fácil es poner una persona exótica en tu vida auqnue sea sólo como amigo, reportan un punto de vista diferente (y muy especial ;P)

Un besito

Raist dijo...

Pues sí, son estos encuentros casuales los que hacen las aventuras más interesantes...

Una pena que fuera existente.

Wanda◦○ dijo...

Bueno, al ser existente le hará mas fuerte en el recuerdo y con el paso del tiempo.

Todo un tesoro en mitad del camino, que te ha enriquecido sin duda.

Buttercup dijo...

Sin duda un día perfecto.

Buttercup dijo...
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Isthar dijo...

Los encuentros así son más que especiales mágicos. De verdad, te leo y recuerdo la belleza de esos lugares que añoro y no puedo menos que sonreir mientras me digo que sí, que algún día yo también probaré mi suerte y me perderé... ;)



PD. Hace un rato, cuando he bajado a comprar, me he encontrado algo en el buzón y pegado un bote de alegría :D

elmasmalo dijo...

Supongo que te das cuenta de la suerte que has tenido al vivir algo tan especial como es encontrar una compañía en un viaje mágico como es el Camino...
Esa persona siempre seguirá contigo en tu pensamiento...

M.Ángeles dijo...

Y todo eso a pesar de la gorra. Lo que son las cosas.