05 agosto 2005

Una promesa



La velocidad de paso de los árboles crecía en la misma medida que la nitidez de mis recuerdos. Me hallaba en aquel pisito de dos habitaciones poco iluminadas, con el empotrado de cocina y ducha oculto tras bastos paneles de conglomerado. Revivía una sensación de lucha diaria que me oprimía y me bloqueaba. Miraba el mundo intentando encajarme como la pieza sobrante de un tangram imposible.
En aquella época los personajes más estrafalarios inundaron de sufrimiento mi ya atormentada vida. Fueron años de existencia en los extremos. En un momento lo daba todo por perdido y al segundo la esperanza me impulsaba más allá de mis propios límites. Me conocían en casi todas las editoriales de la ciudad, pero no por mis cualidades literarias, sino por mi desmedida perseverancia. Cada día me presentaba a un desconocido con mis relatos impresos bajo el brazo y le contaba un montón de historias que él no deseaba oír. Cuanto más disminuían mis ganas de escribir, más peticiones de nuevas palabras recibía. Entonces el momento cósmico llegó. Todos los factores se alinearon de modo que uno de mis escritos cayó por casualidad en las manos del editor adecuado. Desde el principio tuvo una fe inquebrantable en mis letras y ahora que todo ha salido bien solemos reírnos de las estratagemas que tuvimos que urdir para colocar mis libros en el mercado.
Hoy tengo un precioso estudio en el mejor barrio de la ciudad, recibo cientos de alentadores mensajes de mis lectores, mi marido entiende y soporta mi profesión con una dulzura casi irreal, dos revoltosos hijos revolotean por el jardín... Pero sigo siendo yo. Y sigo mirando pensativa por la ventana sopesando lo que perdí y lo que gané. Y sigo preguntándome si todo aquello mereció la pena.

Me pregunto en qué pensará. Más de una hora mirando fijamente a través del cristal. Sus ojos moviéndose con intermitencia entre la tristeza y la alegría. Llevo días observándola en el tren y siempre me atrapa lo que oculta su muda mirada. Quizá el descubrimiento de ese misterio disipe la magia que ahora atesora.

3 comentarios:

susej dijo...

Quizás lo disipe...
...o lo engrandezca.

Isthar dijo...

Una de mis debilidades estriba en observar a la gente e imaginar qué pensará, cómo será su vida, dónde irá...

Como siempre, la realidad es posible que supere siempre la ficción... ;)

Buttercup dijo...

Estoy con Isthar, seguramente su historia será de película.