Me enorgullezco de mi bien entrenada habilidad para coleccionar compulsiones. Disfruto de una capacidad asombrosa para llenar mis escasos momentos de tareas irrenunciables. Os aseguro que la combinación de esta cualidad con el perfeccionismo resulta francamente apabullante.
Un par de meses atrás fracturé la cabeza de mi radio y el escafoides de mi mano derecha cuando conducía volando bajo mi moto a la salida del trabajo en busca del último supermercado abierto. Los médicos me obsequiaron con dos tornillos Hertbert (la de cosas que aprende uno en los hospitales) en el codo y una decorativa escayola de treinta esplendorosos centímetros. Durante la rehabilitación (esta es otra de mis compulsiones pero ya os la contaré algún otro día), he conseguido sin ayuda alguna fracturar también el cuello de mi radio y un insignificante huesecillo de la muñeca (y no preguntéis cómo se llama este hueso, porque aprenderme escafoides ya me ha costado lo mío!).
En todo este proceso establecí un nuevo hito histórico personal: abandonar el trabajo durante cuatro días enteros. Lo sé. Soy un irresponsable. Os pido que no me juzguéis por ello. En realidad me pregunto si cuentan todos los días o sólo la mitad porque los aproveché para a atender jefes y compañeros por teléfono. Por cierto, os recomendaría que esperáseis a que os retiraran el gotero antes realizar este tipo de prácticas...
En todo caso, me las conseguí apañar para que la operación me la practicaran un viernes. Reconozco que tuve que mentir un poco, pero está justificado. Era una causa justa. Me brindaba la maravillosa oportunidad de viajar a Zaragoza el jueves por la mañana, exponer una brillante presentación (con el brazo vendado y el traje estaba hecho un pincel!) a un importantísimo cliente y regresar ese mismo día a Barcelona apareciendo en el hospital por la tarde como un chico bueno y dolorido.
Después de la operación, mis padres me ataron al coche y me llevaron para Zaragoza. Les conseguí convencer (soy un encanto cuando me lo propongo) de que me dejasen quedarme en mi propia casa porque me defendía fenomenal con mi nuevo yeso y mis relucientes tornillos. De esta manera pude conectarme a la oficina furtivamente para solucionar dudas tan vitales para la subsistencia del planeta como ¿debemos conectar la aplicación cliente mediante un protocolo SSO o quizá sería mejor integrarla en la propia autentificación LDAP? Fascinante y embaucador mundo de la informática...
Y es que, acostumbrado a trabajar 60 horas semanales, no es humano obligarme a estar en mi casa mirando al techo. Me tengo que defender, vosotros hariáis lo mismo. No obstante, sabed que me lo he tomado con filosofía. Las primeras semanas me limité a realizar 30 horas semanales en aras de la cordura. Conforme la fracturas y re-fracturas dejaron de molestarme me estiré hasta unas ridículas 35 horas... Ahora, con la muñeca de piedra pero sin adornos de gotelé en el brazo, asisto al trabajo las 45 horas de rigor. Las 5 horas de más las añado porque necesito tiempo cada día para dedicarme a una de mis nuevas compulsiones: vuestros blogs. ¡Seréis desalmados! Con lo que disfrutaría de mi perfecta baja médica de 40 horas semanales y tenéis que venir a arruinarme la vida... Es que no tenéis perdón divino.
Dentro de dos semanas tengo ya planificado reincorporarme a mi relajante rutina de 60 horas semanales para poder volver a sentirme útil. En realidad tendré que inventar un nuevo tantra de 65 horas por vuestra maldita culpa.
Por cierto, aprovechando que hoy es fiesta en Barcelona he conseguido programarme una estupenda reunión/charla/coloquio con uno de mis idolatrados clientes en Zaragoza esta mañana...
8 comentarios:
helen, en realidad mi jefe lleva preguntándome tres semanas que cuándo me dan el alta de una puñetera vez... ¿Ahora se entiende que quiera cambiar de trabajo?
Tengo en mi wish-list revisar tu mundo... En cuanto mis compulsiones me lo permitan me doy una vuelta por allí.
Jaja, compulsión y perfeccionismo, efectivo cóctel molotov. ¿De qué me sonará? Por suerte a mí aún no me ha dado por hacerme adicta al trabajo. Y tú, mejor que sigas con la compulsión bloguera.
Muacas.
Amos a ver ¡¡¡Tu lo que necesitas es una buena terapia!!! Y te lo digo con todo el cariño ¡eh? Es que de leerte me acabo de estresar ¡¡¿No eres capaz de disfrutar de unas vacaciones forzadas?!!
Yo reconozco que mi grado de perfeccionismo raya la preocupación, que mi necesidad de ser útil llega a ser de locura, que mi sentido de la responsabilidad puede a veces parecer enfermizo... ¡¡pero es que lo tuyo es muy grave!!
Cualquier día alquilamos una furgoneta y te secuestramos, no hay nada como una terapia de choque ¡¡ya lo verás!! ;)
Ish, te agradezco tu preocupación, no creas que no. Pero seguramente, aunque me raptáseis, aprovecharía para conectarme en el baño con el móvil para poder descrifrar algún código inverosímil.
¡Qué le vamos a hacer! La compulsión perfecccionista viene con la bestia.
Si es que no hay derecho! que a uno le impidan trabajar después de un accidente. Y vamos, no voy a ponerme a hablar de la injusticia de las vacaciones, fines de semana, o jubilación, porque entonces ya me entran las ganas de lanzarme a la calle con mi pancarta de "300 horas semanales ya!". Hasta sin cobrar si hace falta.
¿No se ha planteado usted eso de irse a un Spa y no trabajar en seis semanas? (espero que esta pregunta no le haya provocado un ataque al corazón o algo parecido).
P.d. que sepa que me he reido un rato leyéndo su post.
ai, qué mundo este!
yo vivía más o menos a ese ritmo bajo la protección de una bellísima consultora norteamericana y sus 60 horas semanales, agarradita de la mano con la disponibilidad inmediata y total (incluidos los pijamas!).
Hasta que me achicharraron.
También ocurrió, que conocí mi primer blog y de allí en adelante todo fue en caída libre.
Al final, me quedé bajo el regazo protector de mi último cliente.
una monada de 40 horas semanales y jornada contínua del 15 de junio al 15 de sep.
una monada!!!
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Ay, carlos...
Y no querrías incorporar a vuestras filas un soñador desencantado?
Deberías considerarlo.
jajajajajajajajajaja!
repito... (con halo maligno calavérico)
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!
Además, a ti no se te nota muy tostado. se ve que te va el sado un rato más.
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